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lunes, 8 de diciembre de 2014

La dignidad en una bolsa

Seis dignas bolsas
Fueron muchos meses de negociación desde que el Presidente Mujica le comunicó a Obama su voluntad de contribuir al cierre definitivo de la cárcel de Guantánamo. Fueron meses de información y asesoramiento para concretar el traslado del mayor número de personas (6) desde aquel infierno hacia una oportunidad de vida. Personas que sufrían injusto cautiverio en una cárcel que ya no se justifica. En efecto, desde aquel fatídico 11 de setiembre se instaló en el país del norte una verdadera cacería de brujas que llevó a generar las mayores injusticias hacia personas que -al cabo de más de 13 años- no tienen acusación formal en su contra, sufriendo indebida privación de libertad.


“La razón ineludible es humanitaria”
José Mujica, Pte. de la República Oriental del Uruguay

Hasta el último instante posible, el carcelero les mantuvo intacta su condición de preso; hasta el último minuto posible mantuvieron firme la “manu militari” sobre quienes no pudieron formalizar acusación alguna, no obstante lo cual los mantuvieron cautivos. Ante semejante violación a los derechos humanos, Uruguay no podía estar ajeno.

La campaña electoral frenó las negociaciones, nuestro país atravesaba una instancia crucial para su futuro y el propio Mujica tuvo la delicadeza y sensibilidad suficiente de dilatar la resolución y así no comprometer al futuro gobierno. Si su decisión de acogida fue criticada, esta dilación también lo sería para los miopes que no entendían el mensaje. Una vez más el Presidente de todos los uruguayos daba muestras de su condición de estadista responsable, que no quiso comprometerse más allá de su mandato.

Pocos, muy pocos, podían entender el mensaje implícito de hacer historia contribuyendo al cierre de un lugar que avergüenza al mundo entero. Pocos podían entender que había que cerrar Guantánamo, que los que allí están no tienen causa alguna en su contra, y que aún así, la mayor democracia del planeta les niega toda posibilidad de justicia.

Seis bolsas -identificadas con la bandera uruguaya- esperaban en un salón reservado. Rebosaban dignidad. Eran la primera señal de un país anfitrión que los recibiría para devolverles lo perdido. Ni bien pisaran suelo oriental, serían liberados de las esposas y del mameluco naranja que mantuvieron durante el vuelo. Allí embolsados estaban sus nuevos atuendos cívicos, su dignidad embolsada junto a un pabellón nacional para que recuerden al país que les reintegró sus derechos violados.

Sabido es que el Presidente Obama está pujando por el cierre de aquella cárcel instalada en tierra cubana, en la Bahía de Guantánamo, donde se erige una base militar estadounidense. Lo hace casi en solitario, pues desde el Congreso le han negado cualquier posibilidad de llevar los presos a su país para someterlos a la Justicia o dejarlos en libertad. Mientras tanto, el tiempo pasa y ya suman más de una década de sufrimiento los allí alojados. Personas que, en su gran mayoría, nunca tuvieron relación alguna con células terroristas, pero a las que -sin embargo- les bastó una denuncia en su contra (casi siempre por alguien que recibió una recompensa por hacerlo), para que se los confinara allí a la espera de una acusación que nunca se haría.

Fiel a su naturaleza, Mujica dio el sí para contribuir al cierre de aquel infierno. Nadie mejor que él para saber lo que estaban padeciendo. Nadie mejor que él para impulsar una corriente que abra las fronteras de América Latina sumando más naciones al compromiso de cerrar definitivamente aquel bastión de indigna reclusión.

Los seis refugiados ya están en el país y comentan -quienes estuvieron con ellos- que la felicidad y el agradecimiento no les cabe en su desgastado cuerpo. Atrás quedaron los mamelucos naranjas, las esposas y grilletes. Atrás quedaron años de cautiverio sin sentido, años de miedos y torturas.

Un pequeño rincón al sur de América Latina, les abrió sus puertas para darles una oportunidad de vivir. El mismo rincón de América que supo recibir a mis abuelos y a tantos miles de inmigrantes que, en su gran mayoría, huían de la guerra buscando la paz que aquí encontraron.

Que el ejemplo cunda será sólo una cuestión de tiempo. El primer paso lo dió Uruguay, un pequeño rincón del mundo al que se le reconoce -hoy como nunca- por actos como éste y no solo por Maracaná...



el hombre abrió las puertas de su casa,
el perro, las de su casilla...

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