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lunes, 1 de diciembre de 2014

Al final, íbamos bien...

Vamos bien... al tercer gobierno!
“Vamos bien” fue la primera consigna que el comando del Frente Amplio había diseñado para el comienzo de campaña. Tabaré empezaba a delinear su estrategia electoral en medio de fuertes críticas que pronto minaron el corazón de los frenteamplistas. Imbuidos por una correntada externa al cerno más puro de la fuerza de izquierda, nos dejamos convencer de la inconveniencia de un eslogan de campaña que intentaba resumir una realidad que rompía los ojos. Nos hicieron creer lo contrario y durante un buen tiempo nos inculcaron la idea contraria marcando lo que todos sabíamos faltaba, sin hacer pie en el inmenso caudal de lo hecho. El cerco terminó de cerrarse cuando hablaron las urnas y dejaron al descubierto una maniobra mediática teñida de malas praxis y/o intencionalidades manifiestas de algunas encuestadoras (sino todas) a las que la oposición supo usar en su provecho. La primera vuelta fue el comienzo de un camino inexorable que terminaría de confirmarse en el balotage donde con un amplio margen, Tabaré Vázquez se convirtió en el nuevo Presidente de los uruguayos... Al final, íbamos bien!

La visión de “Pluma Blanca”

Claudio Invernizzi estuvo en la picota durante un tiempo, fue objeto de todas las críticas hacia una consigna que sintetizaba una realidad que nos hicieron creer diferente desde los medios. “Vamos bien” pretendía ser un disparador para lo que vendría luego, era el punto de partida que identificaba dos períodos de gobierno exitosos pese a algunos debes que no llegaban a inclinar la balanza negativamente. Sin embargo, el relato de una derecha enquistada en los medios de comunicación (verdadero y único vector de oposición permanente), minó el ánimo de muchos referentes que dieron por válidas las críticas y pidieron a gritos cambiar de rumbo.

Desde siempre -quienes estuvieron en el comando de Tabaré- nos explicaron que la campaña estaba diseñada, que primero sería un trabajo a la interna, a los frenteamplistas, para luego salir a hablarle a los de a pie, a los ciudadanos, y allí sería otra la estrategia. Nada de eso importó a la hora de buscar cambiar lo diseñado, permeados por la crítica  impuesta por una oposición a la que no le faltó espacio mediático para hacerse oír.

Nos manejaron el discurso, y nos dejamos manejar. Desde la interna más dura criticaron aquel eslogan, y el mismo terminó bajándose sucumbiendo al caudal crítico que rápidamente lo sepultó en el olvido. Claro está que a nadie le importó saber que todo estaba planificado, que era un disparador que intentaba reflejar la realidad, una realidad que desde los medios nos quisieron modificar negativamente.

También debimos escuchar que Tabaré no contagiaba, que no era el mismo. Enfrente, una figura joven intentaba marcar las diferencias con acrobáticas maniobras que algunos emularon. El gigante parecía dormido y no había quien lo despertara.

“Uruguay no se detiene”, empujó rápidamente al olvido aquella primer consigna. En cuanto lugar pude, mantuve intacta la defensa de aquella, convencido de su auténtica y más pura representatividad de la nueva realidad uruguaya. Perdí todas las discusiones y -armado de paciencia- me dispuse a esperar... hasta hoy, el día después del balotage. Hoy reivindico aquella primera frase, porque, a pesar de lo que nos falta construir, Uruguay va bien. Y seguirá ese rumbo por cinco años más.

Hoy son todas buenas. Hoy nos olvidamos de los momentos que nos hicieron pasar con datos de una realidad virtual que los uruguayos no teníamos pero nos armaron a partir de las encuestas y de la opinión subjetiva de quienes las hacían. Nos invadieron con campañas positivas resumidas a meros discursos sin contenidos.

Mientras tanto, “Pluma blanca” (Tabaré), marcó el camino y mantuvo rumbo aferrado fuertemente a su estrategia. Se la jugó y ganó. Confirmó a Bonomi en la cartera más criticada de esta administración, fue su jugada más arriesgada pero -al mismo tiempo- su mayor fortaleza. Le bastó repasar la gestión del Ministerio del Interior del Presidente Mujica, para apreciar la refundación de una cartera minada por la corrupción y el atraso tecnológico. Apreció lo que todos dicen con micrófonos apagados pero que niegan cuando se encienden. Reconoció el trabajo de un equipo que devolvió la dignidad al Policía, que modernizó la gestión, dotó de nuevas tecnologías a la fuerza, saneó sus filas, y recuperó las cárceles volviéndolas un modelo a seguir por un mundo que nos mira con asombro. Reivindicó una gestión que escuchó la opinión de los expertos internacionales aplicando sus recomendaciones a nuestra realidad.

Esa confianza no fue gratuita, no fue un acto arriesgado de soberbia basada en el caudal electoral de la fuerza política, sino que fue un acto inteligente de mirar más lejos, con visión de largo plazo. Fue apostar por una gestión planificada y cuidadosamente aplicada, dejando atrás décadas de puro diagnóstico sin ejecución.

Al final, íbamos bien. Y así lo demostraron las urnas el 26 de octubre y lo confirmaron  este 30 de noviembre. Tabaré Vázquez se instaló como el Presidente más votado de la historia uruguaya, y eso también confirma aquella consigna inicial. Esta votación no es otra cosa que la consolidación de un proceso de acumulación basado en la confianza de un pueblo en una fuerza política que cumple sus promesas, que acepta las críticas, que no pierde el objetivo principal de gobernar para lograr una sociedad más justa y con más oportunidades para todos. Sin privilegios, pensando en los que menos tienen.

Soy parte de una sociedad que aporta su esfuerzo para romper desigualdades, una sociedad que suma esfuerzos solidariamente y asume sacrificios en procura de mejorar la realidad de los que más necesitan. No nos duelen sacrificios propios, nos duelen  necesidades ajenas.

Nos aprontamos para un tercer período de gobierno. La renovación por tercera vez de una confianza bien ganada a base de compromisos cumplidos, de errores y aciertos, de confianza y responsabilidad. No faltarán augurios tremendistas -ya empezaron- sobre el fin de los vientos de cola (que cesaron hace tiempo), o la desaceleración de la economía. Bastaría con recordarles el primer gobierno donde no había una economía desacelerada sino detenida, pero claro, nos dirán que allí empezó el viento de cola que hoy ya no sopla.

No me olvido de la crisis europea, del efecto tequila, eventos que impactarían en la pequeña economía uruguaya, pero que lejos de hacerlo sucumbieron ante una administración ordenada, sólida y responsable. Una economía que estuvo ausente en esta campaña, salvo para argumentar que perdieron porque jugó "el bolsillo de los uruguayos", como si el mismo no hubiera jugado nunca a la hora de juzgar gobiernos en las urnas. Ahora el ser buenos administradores no sirve para argumentar gestiones, ahora los uruguayos debíamos elegir por otras variables (no permitir mayorías parlamentarias, por ejemplo). Argumentos que sirvieron antes para justificar un sistema electoral pero que -a la luz de los resultados- no es recomendable ni mucho menos.

En definitiva, y llegado a este punto, solo puedo concluir que al final, íbamos bien, y seguiremos así. Porque no nos detenemos, porque damos certezas, y porque, como decía el Gral. Seregni en su recordado discurso al salir de la cárcel, "fuimos, somos y seremos una fuerza constructora, obreros de la construcción de la patria del futuro que soñamos."

el hombre festejó, festejó y festejó,
el perro ladró, ladró y seguirá ladrando...

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