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viernes, 12 de diciembre de 2014

Después del infierno, ¿qué?

El avión carreteó por la pista central de nuestra principal terminal aérea en la madrugada uruguaya del domingo 7 de diciembre. Nadie imaginaba que aún en suelo uruguayo y con su liberación acordada, mantendrían su condición de presos hasta el último instante. Nadie podía entender cómo era posible extender sufrimiento e indigno tratamiento a seres humanos a los que no les pudieron levantar ningún cargo en su contra y contaban con su liberación firmada hacía más de 5 años de los 13 que duró su encierro. Atrás quedaría aquel infierno de pasos cortos y engrilletados, de encierro injustificado, degradante e inhumano. La llegada a un país extraño encerraba muchas dudas, resquemores, recelos y desconfianza. Poco o nada conocían de Uruguay, a pesar de lo cual, cada vez que la figura del Presidente Mujica era noticia en los medios a los que podían acceder, lo reconocían y escuchaban atentos cada informe. Hoy aquella desconfianza se transformó en gratitud a un mandatario y su pueblo que abrieron las puertas de su pequeño país para acogerlos. Hoy conviven con nosotros y han empezado su adaptación no sin sobresaltos; hoy todavía se preguntan: después del infierno, ¿qué?
 
Paparazzis uruguayos


Desconfiados, temerosos,  pero también agradecidos, se los pudo ver al principio. Poco a poco fueron ganando confianza en esta nueva gente extraña que les abrió las puertas de su país, que les daba una oportunidad de vida. No entendían -ni entienden aún- la avidez de periodistas que buscan por todos los medios posibles (hasta los más insólitos), conocer algo que tenga que ver con su vida (la de hoy y la de los años de cautiverio).

Ya recorren nuestras calles, se fascinaron con nuestra rambla y se sacaron fotos con la gente, a quienes no les pusieron los reparos que sí tienen para con los medios de prensa. Es que han debido soportar la insistencia mediática que los expone un día tras otro haciéndoles revivir escenas que seguramente quieren superar rápidamente. No se trata de poner un manto de secretismo, como se ha insinuado en alguna nota, sino garantizar el estricto y fiel cumplimiento de las normas que amparan a los refugiados a quienes se les debe dar privacidad, esencial requisito para quienes ostentan esa condición. 

Muchos de ellos -sino todos- no pueden regresar a su país de origen porque están amenazados o sufren alguna persecución injustificada. Muchos de ellos, fueron entregados -a cambio de una recompensa- por alguien de su país, y esa circunstancia pesa en contra a la hora de volver al lugar donde fueron traicionados. Todos esperan reencontrarse con su familia, recomponer los vínculos perdidos, construir otros, recuperar sus vidas...

Es cierto que se han difundido versiones que hablan de “la alta peligrosidad” de estos refugiados, versiones también difundidas por nuestros medios de prensa. Incluso he recibido comentarios de amigos que se hacen eco de las mismas, creyendo cada palabra. Basta pensar un instante acerca de esas versiones y su verosimilitud, porque si fueran reales, la mayor potencia mundial no resignaría su poder de juzgamiento liberándolos sin más. Es algo tan obvio que duele aceptar que alguien las repita como si fueran una verdad comprobada.

Es precisamente esa la razón principal de la mentira montada contra seres humanos a los que ningún Juez ni Fiscal de la mayor democracia mundial ha podido encontrar una sola prueba tangible en su contra, a pesar de haberles mantenido cautivos, en las peores condiciones, por más de una década. 

Si somos capaces de entender eso, debiéramos ser capaces, también, de poder entender la privacidad que necesitan tener hoy estas personas que intentarán insertarse lo más pronto posible a nuestra sociedad. Es imprescindible detenerse un instante y reflexionar que tras el infierno que padecieron les sobrevienen un montón de cosas nuevas, realidades que deberán afrontar con dificultades de todo tipo pero a las que debemos contribuir con nuestro mayor esfuerzo y con la mayor contemplación posible.

Es así que a la avidez informativa hay que pedirle una pausa, un momento de sana y responsable reflexión para que asuman que están frente a personas que necesitan un momento para sí mismos, sin exposición de ningún tipo, que pueda poner en riesgo un lento y prolongado proceso de adaptación a un nuevo mundo que deje atrás definitivamente aquel infierno que padecieron.

Un periodista amigo me hizo la siguiente reflexión: “... anoche me quedé horas pensando... mi derecho a informar termina donde empieza su derecho a la privacidad y no hay "derecho a la información" que valga. Sobre todo, después de estar 13 años encerrado en esas condiciones... quién soy yo para mostrarlos?”

Seguramente muchos no compartan estos conceptos y antepondrán su derecho a informar ante todo y pese a todo. Por suerte, todavía quedan códigos y ética en muchos que entienden que la libertad de uno termina donde empieza la del otro... y viceversa.

Después del infierno, no será un paraíso de entrada, pero por lo menos que sea un purgatorio. Esa será una tarea a cumplir de aquí en más para confirmar que Uruguay sigue dando refugio y hace de la solidaridad (y la privacidad), alguno de sus más preciados tesoros.



el hombre bajó la cámara,
el perro movía la cola aprobando el gesto...

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