Traductor

sábado, 9 de abril de 2011

Ese cura nos emocionó a todos. Chau, Gabriel*.



Publicado en La ONDA digital

Un cura militante de izquierda es noticia por su trayectoria registrada en un libro de reciente aparición. Libro que relata –brevemente- una parte de su rica historia de vida. De lo mucho que tiene para recoger esa semblanza de vida en caracteres de molde, la prensa sensacionalista solo recoge lo que vende al momento de su reseña. Una serie de afirmaciones sacadas de contexto que, a más de 40 años de emitidas, son un contrasentido sobredimensionar. Sin embargo es lo único que rescatan los cronistas de dicha obra.

Al cura en cuestión – Padre Uberfil Monzón- lo conocemos desde hace tiempo. Rescatamos su vida misma dedicada a los más humildes; su entrega sin medida por devolver dignidad a los más necesitados; su vida austera, sin lujos, sin ostentaciones.

Realizó una impresionante tarea al frente del INDA, un organismo que venía signado por la corrupción más insana que se pueda imaginar. Esa que lucra con los más necesitados. Allí puso la administración en orden junto a un grupo de colaboradores que no le fallaron, y con esa tranquilidad que le dio el resultado ordenado de la administración del organismo, pudo dedicarse a pergeñar la idea maravillosa de los Espacios INDA. Lugares de recreación y merienda para los niños más carenciados, esos que pudimos ver llegando a los mismos portando sus vasitos para tomar la leche junto a un refuerzo de pan con dulce.

A ese mismo cura al que hoy cuestionan, le habían negado la posibilidad de celebrar la eucaristía merced al ejercicio de un cargo político como el que tuvo al frente del INDA. Hoy ha recuperado su condición de sacerdote compartiéndola con la Presidencia Honoraria del Patronato Nacional de Encarcelados y Liberados, desde donde sigue brindando su vocación misionera mirando al prójimo con ansias de recuperarlo para devolverlo como un hombre nuevo a la sociedad. Semejante vocación de servicio se merece más respeto por parte de quienes pretenden –al realizar esas apreciaciones que hoy cuestionan- menoscabar su inmensa figura. Sacar de contexto lo que dijo hace cuatro décadas, no parece una forma correcta de interpretar sus dichos.

Hoy, ese cura, nos emocionó a todos.
Con una voz calmada, hasta con un tono de in disimulada felicidad, nos relató el momento en que despidió a su madre, en estado de coma, junto a sus hermanos. “La rueda era amplia, nuestra familia, numerosa. Mi madre yacía postrada y con una respiración cada vez más pausada. En un momento de extraña y consagrada sensación, se oyó su voz que nos reprochaba que hubiera vuelto de un lugar bonito y florido. Nos reprochaba estar aún en esta vida siendo que había visto la luz de Dios. Unos instantes después, murió”.

"Nacemos para morir y morimos para nacer" - reflexionó este cura. Y continuó diciendo que nos resistimos a dejar partir a nuestros seres queridos, a nuestros padres, hermanos y a nuestros amigos. No tomamos conciencia que solo despedimos un cuerpo que ya pasó el umbral para estar junto a Dios.

Dijo esto y rezó. Junto a él lo hicimos también los privilegiados acompañantes que pudimos apreciar la inmensidad de un cura que nos demostró en unos minutos la razón de la vida misma. Un camino inexorable por el cual debemos transitar todos. Un camino que queda abonado por la vida militante de quien nos deja su legado para seguir construyendo la utopía.

Sus consagradas manos se posaron en la frente del compañero y con un simple “Chau, Gabriel*”, nos despedimos todos.

el hombre rezó en silencio,
esta vez el perro no ladró...



*Hasta siempre, Compañero Gabriel Castellá

jueves, 7 de abril de 2011

No más víctimas ni victimarios


Publicado en La ONDA digital

Un ciudadano común, un trabajador, un padre de familia, está privado de su libertad. Su delito fue defender su familia, su hogar y sus bienes, de un delincuente.

Un hijo, un hermano, un joven uruguayo, está muerto. Había muerto algunos años antes, lo había empezado a matar la droga. Ese miserable que vino a robarse lo mejor de nuestra sociedad y que hoy nos deja dos víctimas, uno preso y el otro muerto.

La indignación ganó la calle, ganó al barrio. Los vecinos reclaman justicia y la inmediata libertad del vecino que solo defendió su hogar de quien le estaba robando. Pero la Justicia es ciega, no ve caras ni corazones, solo hechos objetivos sobre los que dictar un veredicto.

Por otra parte también se agravian e indignan los que lloran al delincuente (ese hijo, hermano y amigo que un día probó el veneno y selló su sentencia de muerte), y atentaron contra la camioneta de ese padre, trabajador y vecino, prendiéndola fuego. ¿Que pasó en el Uruguay? ¿Adónde fueron a parar los valores mínimos de convivencia? Hubiera sido más digno para honrar la memoria del fallecido otra actitud y no esta. Llorarlo en silencio, aceptando la culpa por no haber hecho nada para apartarlo del camino que había elegido, hubiera sido una respuesta por lo menos aceptable, que hiciera recapacitar a todos -en tanto responsables- por dejar que ocurran estas cosas. Sin embargo se la toman contra quien no tiene culpa alguna, siendo también víctima de una situación que seguramente no propició y menos evaluó -dadas las circunstancias del momento- las consecuencias que tendría su acto de defensa.

Ahora surgen voces encontradas de uno y otro lado. Pareciera que olvidáramos que el objetivo es uno solo y que no hay víctimas ni victimarios. Todos padecemos los errores de un sistema que nos merecemos cambiar. Terminemos con la hipocresía y el oportunismo. No utilicemos estos hechos para conseguir el voto fácil. No es solución considerar imputables a uruguayos más jóvenes, sino apostar a su educación. No dejarlos solos y acompañarlos en el crecimiento para que no se “tuerzan” y ocurran hechos como el que nos ocupa en esta nota.

De nada vale llorar sobre la leche derramada, si no apagamos el fuego a tiempo para que eso no ocurriera. A cada uno le cabe su cuota parte de responsabilidad. Cada uno de nosotros somos culpables por cada día de privación de libertad de ese mecánico; cada uno de nosotros llevaremos la culpa por la muerte de ese chico devenido en delincuente. Y lo somos por la sencilla razón de mirar para un costado cada vez que nos enfrentamos a un caso similar y nada hacemos. Somos responsables cada uno de nosotros que seguimos abonando a la cadena del delito y acudimos a una feria vecinal (en el mejor de los casos) para adquirir un producto a un precio vil, que solo se justifica por su ilegal procedencia.

Si cortamos los eslabones la cadena se rompe y la actividad deja de ser atractiva. Si el delito aumenta es porque hay un mercado que lo respalda y lo hace redituable. Si empezamos cada uno a cortar esos eslabones, seguramente terminarían aislándose quienes viven de ese comercio y dejaría de ser rentable.

No queremos más ciudadanos de bien presos, no queremos más gurises muertos por nada. No queremos más víctimas ni victimarios.


el hombre guardó silencio,
el perro lo acompañó.

* Columnista uruguayo

LA ONDA® DIGITAL