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miércoles, 31 de octubre de 2018

“Jalogûin”


En mi niñez el día de los difuntos era un día solemne, desde la víspera nos preparaban para la ida al cementerio. Eso ya nos predisponía a vivir una jornada donde el recuerdo de los que ya no estaban con nosotros nos imponía un dejo de tristeza dando cuenta de sus ausencias. No era un día de fiesta sino todo lo contrario. El aroma a las flores llenaba los ambientes de olor a “campo santo” -al decir de mis abuelos- un aroma que no nos abandonaría durante toda la jornada. El trayecto en el ómnibus era de esos viajes no deseados a los que se nos imponía en una especie de cita obligada con el homenaje a nuestros muertos. Era, también, una forma de acercarnos a la muerte en una edad donde la inmortalidad es casi una consigna. En el almanaque no lo contábamos como un día feriado a pesar que ese día no había escuela. En suma, en mi niñez... no existía el “jalogûin”.