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miércoles, 20 de diciembre de 2023

¡Se terminó! ¿Se terminó?

Fuente imagen: Subrayado
Llegó al gobierno con una promesa concreta y firme de terminar con los aumentos de impuestos y las subas de los combustibles. “¡Se terminó!” – vociferaba mientras recorría el escenario en una puesta en escena muy cuidada y tanto más difundida en la campaña electoral. Una promesa que ni bien asumió dejó por el camino rebajando de 4 a 2 los puntos de IVA que se descontaban en las transacciones con tarjetas de crédito, y allí mismo comenzó a construir una gestión en base a la mentira consumada de aquella promesa incumplida. Luego cambiaron las fórmulas de cálculo del IRPF beneficiando a algunos pocos, es cierto, pero -también- beneficiando con la rebaja del IASS a otros pocos con las jubilaciones más elevadas. La promesa que sí cumplió fue la que se afilia a su liberal pensamiento de favorecer a los de la “casta” (ya que parece que ahora les gusta adoptar palabras de otros lares), que no son otros que los que supo llamar antes como “malla oro”. Lo concreto es que la historia vuelve a repetirse…  ¡Nos vuelven a mentir!

Arribaron al gobierno de forma justa, pero -también- ajustada; escasos 30 mil votos. Menos de un punto de diferencia que les impidió celebrar en la noche del ballotage debiendo esperar la confirmación de la Corte Electoral tras el escrutinio de los votos observados.

Nadie objeta la legitimidad del triunfo electoral pero la lectura que se hizo y hace hoy es que el país está virtual y efectivamente dividido en dos mitades que parecen empezar a distanciarse según marcan las tendencias de las empresas encuestadoras. Precisamente, al tiempo que nos aproximamos al año electoral el tema de la economía empieza a tomar cuerpo y se instala en la agenda a partir de los dichos de los pre-candidatos presidenciales.

Envalentonados con el triunfo de Milei en Argentina, los que se creen reflejados en el espejo porteño toman aire y no sienten la más mínima vergüenza de copiar los discursos y hasta los spots de campaña. Así lo vimos a un candidato colorado cual primer pésimo actor en un boliche hablando de la “casta” y sus rivales ocasionales como parte de un menú indecente y burdamente copiado del original argento. Está bien que allende el Plata esté barato, pero de ahí a traficar modelos de campaña de otros lares parece demasiado.

Seguramente los que compran el formato lo hacen convencidos de obtener el mismo resultado, pero desconocen por completo la idiosincrasia oriental que, si bien consumimos mucho enlatado porteño, no comulgamos con las costumbres políticas que imperan del otro lado del río.

Volviendo al tema original de prometer lo que no van a cumplir, podemos apreciar distintos énfasis según las posibilidades de los candidatos.

Nada es por casualidad

Yamandú Orsi, el favorito de todas las encuestas, consultado en Telemundo sobre si en un eventual gobierno suyo subiría impuestos respondió con la franqueza que lo caracteriza que no conocía ningún candidato que ganara elecciones diciendo que iba a subir impuestos. La pregunta fue al final de la entrevista, pero estaba conectada con lo que vendría poco después. 

No faltó casi nada de tiempo para que saliera el candidato oficialista – Álvaro Delgado- a prometer (léase, mentir) que en un gobierno suyo no habría suba de impuestos y que, en caso de ser necesario, los ajustes vendrían por el lado del gasto. Otra vez la referencia ineludible al caso argentino, solo le faltó hablar de “la casta”.

Los uruguayos venimos soportando una afectación de los ingresos desde que asumió este gobierno y por más que le atribuya a la pandemia parte de la responsabilidad del sacrificio, la quita de puntos de IVA se hizo antes de que llegara el COVID 19, lo que confirma que hubo siempre una voluntad de ajustar el gasto con la afectación de los ingresos de trabajadores, jubilados y pensionistas.

Hay un claro sesgo en la conducción económica que no comulga con contemplación alguna para los trabajadores, jubilados ni pensionistas. Es decir, con los que vivimos de ingresos fijos y que no somos considerados en su justo término. Un sector que representa un fuerte músculo que mueve la economía interna, un músculo que supo sostener el circuito comercial en crisis anteriores y al que los gobiernos de izquierda supieron contemplar para sobrellevar con éxito dichas crisis. Ese músculo que nos permitió ser una isla de referencia para el mundo que no se explicaba la suerte de este pequeño país que no dejó de crecer mientras sus vecinos atravesaban agudas crisis económicas. 

En cuestión de prometer no se escatiman recursos y la mentira está a flor de labios. Mucho más para quien está alejado de toda posibilidad de llegar al sillón presidencial. A medida que esa distancia se achica, también se ajusta el discurso y la cautela empieza a marcar la agenda. Es decir, cuanto más lejos se ven de la posibilidad de ser gobierno (aunque se afirme lo contrario), las promesas son más disruptivas e increíbles. Una actitud que muta a medida que transcurre la campaña según las posibilidades del candidato de turno.

Estamos atravesando el tiempo de marcar la cancha, ya vendrán los días de ajustar bien los discursos, ahora es cuestión de provocar titulares y generar insumos para lo que se viene a la vuelta de la esquina. Es evidente que al favorito lo van a ir a buscar, y hoy el favorito es el Frente Amplio y sus candidatos.

Son otros déficits

El gobierno es mano en cuestión de proponer la renovación, y a estar por los resultados no tiene buenos antecedentes. Los casos de corrupción son una mancha indeleble que no pueden borrar ni disimular, a lo que se suma una contracción de la economía que no tiene un horizonte prometedor, según los expertos.

Los recortes de los ingresos fijos marcaron la impronta de este gobierno y ese es el sello que lo distingue y que pesa en la decisión que tomarán los uruguayos el próximo año. Porque ya sabemos que el mejor sensor político de los orientales es el bolsillo.

El gobierno debe explicar muchas cosas, pero en materia económica tiene que responder con claridad porque no te dicen que lo perdido no se recupera, por más que intentan confundir con que el año que entra será el de la devolución del poder adquisitivo de los uruguayos al mismo que teníamos en 2019. Si se llega a ello -lo cual no puede afirmarse con propiedad- no se nos restituye lo perdido ni mucho menos.

Para colmo de este ajustazo, el tan mentado déficit fiscal sigue en los mismos valores que tanto criticaron en campaña, con la gravedad que su crecimiento viene acompañado con un incremento de la deuda pública que no es atribuible a ningún gasto social.

Recibieron el país con un déficit que bordeaba el 5%, pero que respondía a la incidencia de sostener el poder adquisitivo de los uruguayos que -para un gobierno progresista- implica una inversión más que un gasto. Lamentablemente los que flamearon la bandera de bajar el déficit no solo hicieron lo contrario, sino que lo incrementaron con malas decisiones que incidieron en la suba del porcentaje de pobres en el país con un lastimoso crecimiento de la pobreza infantil que debería avergonzarnos. 

Atribuyen a la pandemia una de las razones del incremento y si bien puede ser cierto, los resultados son desastrosos. Mientras los organismos internacionales aconsejaban que no se vacilara en aumentar el déficit fiscal para atender la emergencia a sabiendas que -de no hacerlo- los resultados podrían ser peores, no concedieron esa decisión por mantener aquella. Hoy, el valor del déficit fiscal sigue igual y, analizado, lo que representa es mucho peor.

Entonces, con ese panorama y con esos antecedentes, no son creíbles cuando prometen que no van a subir los impuestos o que van a bajar el gasto. Si algo ha aumentado en esta administración ha sido el gasto y no precisamente el destinado a sostener los quintiles más necesitados de los uruguayos. 

Abundan las partidas compensatorias para los amigos como los de la Comisión Técnica Mixta de Salto Grande; o los gastos excesivamente innecesarios de la residencia presidencial de Suárez y Reyes; por citar algunos emblemáticos que podrán no mover la aguja, pero representan muy bien los beneficios de “la casta”. Esa que ellos integran, por supuesto.

No hay plata para pagar las justas compensaciones a los trabajadores de Casa de Galicia y el presidente hace valer su poder de veto, alineando a la coalición y mostrando su verdadero perfil arrogante, pero hay casi 100 millones de dólares para comprar unas lanchas patrulleras a una empresa que no tiene antecedentes en el rubro y corre riesgo de quiebra, por citar algunos de los tantos ejemplos.

En fin, es claro que en materia económica este gobierno no piensa en la clase trabajadora ni en los jubilados ni en los pensionistas, aunque diga lo contrario. Las mentiras quedaron en evidencia en estos casi cuatro años de gestión en que los uruguayos tuvimos que aprovecharnos de la desgraciada situación económica argentina para darnos algún gustito.

Si algo podemos decir que se terminó es el tiempo para un gobierno que administró los recursos de todos en beneficio de unos pocos, cual si fueran patrones de estancia. 

Por algo, gobiernan cada 30 años…


el hombre recordó a una promesa,
el perro ladraba a una mentira… 


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