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martes, 21 de septiembre de 2021

Percepciones uruguayas

Fuente imagen: 123RF stockakia
Hace un tiempo ya que, al parecer, los uruguayos nos manejamos por percepciones, mucho más en esta “nueva normalidad”. Ya no se habla de sensación térmica, ahora el “Punto G” es otro (¿?) para los expertos en el armado de la agenda política nacional. Esos mismos que manejan el sentir colectivo –cuando pueden- generando titulares de diarios que luego se desparraman por los noticieros centrales de radio y/o televisión. Así pues, la llamada “percepción”, pasó a ser la medida del sentimiento colectivo de la sociedad oriental. A tal punto que los “perceptómetros” de turno, casualmente registran, en temas tan sensibles como la seguridad, un incremento positivo de la gestión a partir del arribo de la coalición multicolor. No vacilan en promocionar la marcada diferencia con la anterior administración y nos inundan con encuestas en tal sentido. Lejos de aquella sensación térmica negativa que contribuyeron a construir -posicionando el tema en la agenda diaria- hoy promueven datos usando otras técnicas, por supuesto. Manejan la agenda bajando llaves, haciendo apagón informativo o reduciendo ostensiblemente la exposición de aquellos temas que comprometen a los gestores de turno y de los que es mejor no hablar. Claro que no contaban con una realidad que es imposible de tapar en tiempos donde la comunicación está a un clic de distancia; hoy las redes sociales imponen, también, el rumbo de las noticias. En los últimos estertores de una pandemia mundial, la triste realidad empieza a revelar los verdaderos puntos críticos que ya no puede tapar un covid en retirada. La violencia comienza a recuperar terreno e incide en una opinión pública que sufre sus efectos. 

“Había” orden de no aflojar

La notoria baja de la exposición mediática de la crónica roja parece ceder ante una realidad que sale a la luz a impulso de la brutalidad de los casos, el horror, o la impotencia de quienes sufren sus consecuencias. Las redes sociales son el disparador de lo que luego recogerán los noticieros, en lo que parece ser un cambio (obligado) que impacta en la agenda diaria, a pesar de los intentos desde la Torre Ejecutiva por imponer su propia agenda. La triste realidad empieza a recuperar terreno en las noticias. 

A pesar de este panorama, las encuestas siguen a la percepción y se empeñan en mostrar otros resultados, alentando la actuación del Ministerio del Interior. A tal punto que una de ellas mostró un incremento positivo en la gestión del ministro Heber (por encima del extinto Larrañaga), que se contradice con el cúmulo de errores -y horrores- que empezaron a salir en las últimas semanas, de manera más notoria. Eventos que, sin llegar a la exposición de antes, son clara muestra de un estado de situación que crece al tiempo que desaparecen las restricciones y se retorna al ritmo social existente antes de la llegada del Covid-19. No se entiende muy bien si es que los hechos sorprendieron a las autoridades o estas en verdad se creyeron su propio relato de que habían mejorado los indicadores por virtudes propias, lo cierto es que se los ve aturdidos por la sumatoria de graves eventos de seguridad, y muchos más graves en la gestión de las cárceles. 

Precisamente en el sistema penitenciario salió a la luz un evento lastimoso que demuestra un absoluto descontrol en la gestión del INR. Un lugar donde se ufanaron en promover la devolución de la dignidad en las prisiones, pero que brilla por su ausencia de forma notoria. Tanto abusaron del discurso y de la propaganda sin sustento fáctico, que ahora, cuando es tiempo de sacar a relucir las bondades de su trabajo, los encuentra a la defensiva y sin reacción. 

Es cierto que la preocupación de los uruguayos cambió al ritmo del avance de la crisis que nos tuvo a mal traer al punto de disparar la cifra de fallecidos superando la barrera de las 6 mil víctimas. Allí, la percepción sobre la salud de los uruguayos se llevó todos los créditos, pero de ahí a concluir que -en paralelo- los uruguayos se sintieron más seguros y aumentaron esa sensación con el nuevo Ministro, parece demasiado. En todo caso, la percepción sobre la salud se llevó la atención pero ello no implicaba una directa referencia a la seguridad sino que el problema principal era otro. 

La divulgación de datos sensibles del avance del Covid 19, (cantidad de casos positivos, pacientes en CTI y fallecimientos), incidió en el ranking de temas que más preocuparon a los uruguayos. Y a ese ranking –sin dejar de reconocer que se basó en datos ciertos- se le sumaron las consecuencias de una política económica restrictiva, de ajuste, aumento de tarifas y de combustibles, que prendieron las luces amarillas de la ciudadanía en temas que antes tenía resueltos. Así, se fue construyendo la percepción colectiva que relegó los temas de seguridad varios escalones abajo. Los delitos dejaron de estar en la primera plana, y otros problemas ocuparon la sensibilidad oriental.

Percepción de (in)seguridad

Cuatro factores: la Policía, la delincuencia, el escenario donde ocurre el delito, y la víctima (que puede ser afectada en su propiedad o su persona). Así explicaba el ex director de la Policía Nacional – Mario Layera- el tema de la seguridad. En ese razonamiento aparece verdaderamente dimensionada la problemática, donde no hay un elemento que sobresalga sino que todos interactúan -en mayor o menor medida- para producir el efecto final que se percibe (o sufre). Así como de la interacción de esos cuatro factores surgen los eventos de seguridad, es –precisamente- atendiendo a esas cuatro dimensiones que deben pensarse las soluciones al problema. 

No será la Policía la que podrá resolver -en solitario- una problemática que abarca otras dimensiones tan importantes como la que debe cubrir esa fuerza civil. Tampoco, apelando a combatir a un solo factor (la delincuencia), sin atender cómo se mueve en el territorio, o qué factores inciden en su actividad; y, mucho menos sin contemplar a las víctimas y la efectiva posibilidad de la reparación del daño (en tanto fuere posible). Esa forma de entender el problema y sus actores, es la que puede permitir tener una visión completa y apelar a soluciones que apunten a la prevención antes que la represión, y a la reparación –cuando esta es posible- con medidas de justicia restaurativa, por ejemplo.

Esa peculiar y profesional forma de entender la seguridad no hace otra cosa que explicar que no se soluciona con represión pura y dura. Debe existir un involucramiento absoluto en entender el problema en esta amplia dimensión que permita atacar las causas de la inseguridad y no solo combatir sus consecuencias. Solo así se podrá generar una verdadera y genuina política colectiva que empiece a resolver el tema de fondo.

En la búsqueda de soluciones la integralidad debe estar presente, para no caer en el error de aplicar políticas foquistas que no vean el dilema de la seguridad en su real y completa dimensión. Principio quieren las cosas y no sería mal recurso aceptar –con humildad republicana- que nos necesitamos todos y retomar aquel impulso de buscar políticas de consenso. Se hizo antes y se acordaron medidas que se aplicaron y hoy son parte de lo que se debe administrar. Hacerlo de forma conjunta y con responsabilidad debería ser una causa común y no un botín electoral.

Enfrente han encontrado a una oposición que si algo no ha hecho, es seguir el triste ejemplo que aplicaron quienes hoy gobiernan. Una oposición que sabe bien que la seguridad merece ser considerada como política de Estado. Eso no implica abandonar su legítima función de contralor sin reclamar acciones a quienes tienen la responsabilidad de gobernar por mandato del soberano. Sin embargo, debiera aprovecharse este tiempo para crear espacios de acuerdo y ejecución de políticas públicas consensuadas que permitan avanzar sin importar quien esté en el poder. 

Estamos a tiempo de construir genuinas percepciones entre los uruguayos, nos lo debemos hace mucho…

el hombre se tomó la fiebre,
el perro ventilaba la casilla… 


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