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martes, 19 de junio de 2018

Ultraviolentos

Fuente Imagen: Fundación Delfín
El Uruguay se apronta a reconocer, con datos objetivos, una de sus peores estadísticas de delitos desde que se lleva registro. Lejos de los guarismos a la baja con que cerró los años 2016 y 2017, este 2018 marcará un triste récord en materia de violencia. Una combinación de varios factores llevaron a esta realidad de la que quedará prueba inequívoca para entenderla e intentar buscar una solución que la revierta. Los niveles de violencia están concentrados en aspectos donde sólo un cambio cultural puede intervenir eficazmente, los mismos registros lo dejan claro. Pero pocos lo verán así y, en cambio, harán uso y abuso de esos datos para abonar a sus propios intereses. En esa práctica abusiva perdemos todos y, mientras tanto, Uruguay se desangra en manos de la violencia. Ultraviolentos, en eso están algunos uruguayos y lo dejan marcado a sangre…


Combinación de factores

Mensajes contradictorios o directamente ilógicos para el común de la sociedad son aliciente para algunos que ven campear su impunidad. Tristes fallos que se contraponen al sentido común y a toda lógica, dejan vía libre a delincuentes que viven del delito y no encuentran sanción acorde a su conducta. No son todos los casos, pero bastan algunos para que el mensaje se transmita y sirva de aliciente a esos colectivos que actúan al margen del acuerdo social que nos rige.

Decisiones judiciales que asignan custodias (en casos de violencia doméstica principalmente), restan fuerza efectiva al patrullaje y desarman la respuesta policial planificada. A tal punto que un importante contingente de policías son desafectados -junto a móviles policiales- del patrullaje y desvían a los equipos PADO de su función original. Las consecuencias son nefastas: menor respuesta operativa de las Unidades de Respuesta Policial en todo el país (con la mayor concentración en Montevideo y Canelones).

Policías con nuevas tecnologías mejoran los registros policiales. En efecto, con la incorporación de tablets se mejora el registro de los eventos policiales en una cifra que ronda el 40% de los registros, en procura de bajar la cifra de no denuncia con el correspondiente incremento de las estadísticas.

Estas son solo algunas de las razones que se pueden desglosar para entender una realidad que nos golpea actualmente pero que no termina de explicar la razón de la violencia que acompaña el registro. Esa violencia es algo que va en aumento y que parece no tener un techo, por lo menos en el corto plazo.

Es que el propio registro lo deja en evidencia cuando de los datos crudos se aprecia que el mayor incremento de los homicidios por ejemplo (el delito más violento) se produce por conflicto entre criminales, entre personas que se conocen o en el seno familiar donde campea la violencia de género. En cambio -y a pesar de la espectacularidad de casos que ocurren y son ampliamente mediatizados- los homicidios producto de una rapiña registran un descenso respecto a años anteriores.

Pero es esa violencia que se disparó entre los criminales que se disputan territorios o la oferta de droga, la que se lleva el mayor peso en la escalada de homicidios que registra este 2018 ultraviolento que vivimos. Y la violencia intrafamiliar, que también ha mostrado su peor escalada en los primeros meses del año, haciendo de ello una combinación de violencia incontrolada que es imperioso detener.

Vendrán las críticas a la gestión de un Ministro, y llegarán a un Presidente que lo sostiene, pero ninguna crítica explicará ni intentará explicar la razón de esa violenta escalada que nos mantiene en terapia intensiva sin síntomas de mejoría, por ahora. Es que para ello será necesario un gran acto de renunciamiento ya no de un Ministro, sino de una forma de hacer política en base a muertes que todos sufrimos y lamentamos.

Será imperioso un gran acuerdo nacional que renueve el pacto social que nos compromete a vivir en colectivo y que promueva acciones que bajen los niveles de intolerancia que vivimos, padecemos y hasta protagonizamos a diario. Ese es un esfuerzo que excede el trabajo policial y por ende de la cartera asignada a la seguridad interna. No será policial la solución pues la Policía actúa en respuesta la más de las veces, aunque puede y debe apostar a la prevención. Una prevención que hoy se aplica pero que es invisible por su propia razón de ser: lo que se evita no se puede medir, aunque bastaría ver el entorno regional para poder simular un escenario aún peor al actual. Ejercicio que -por supuesto- no hacen quienes critican desde siempre la gestión que ha transformado la Policía Nacional, al punto de convertirla en una de las instituciones que recoge mayor confianza en la población. 

Pero es imperioso frenar este proceso, es menester decirle basta a tanta violencia.

Basta de resolver nuestros conflictos – hasta los más nimios – con violencia. Basta de sacarnos ventaja, de no reconocer errores, de ser soberbios o de mirar para el costado.

Basta de hipocresía, reclamando seguridad mientras se compran artículos robados o de dudosa procedencia; basta de reclamar justicia y ser injustos cuando nos juzgamos a nosotros mismos. Basta de ser enemigos íntimos de nuestra familia o de nuestros vecinos. Basta de vivir en el individualismo extremo que nos lleva a encerrarnos cuando lo que tenemos que hacer es juntarnos para derribar los miedos. Basta de sembrar miedo cuando lo que se quiere es mejorar la seguridad de todos. 

Forjemos una imprescindible campaña de buenos tratos, generemos espacios de confianza, coordinemos acciones conjuntas para hacer ese gran salto cultural que nos permita generar más convivencia para hacer más seguro nuestro entorno.

Solo así, entre todos, será posible gestar un cambio que dure y perdure.

No más ultraviolentos!!

el  hombre quedó pensando,
el perro esperaba una caricia...

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