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miércoles, 14 de junio de 2017

Entre el amor y el odio, el perdón

Las relaciones humanas cuentan con varios estadios intermedios pero de los más extremos -seguramente- el amor y el odio, se llevan todos los créditos. Entre esas etapas del sentimiento humano hay espacios que van mutando aunque, al decir y sentir popular, del amor al odio hay solo un instante que deja poco o ningún espacio a cualquier otro sentimiento. Sin embargo hay esperanza -aún- de que los seres humanos podamos revertir, (o al menos mitigar), el dolor que dejan algunos de esos intermedios del comportamiento humano que llevan a causar daño a un semejante. Es cierto que algunos daños son irreparables pero es movilizador apreciar que aún en esos extremos hay espacio para un sentimiento generoso como el perdón y que ese perdón sea el principal motor del cambio en el comportamiento de quien produjo el daño. Así parece estar empezando a funcionar propiciado por colectivos que hacen del perdón, la reconciliación y la solidaridad, los principales valores a promover entre quienes fueron protagonistas del dolor sufrido. Lo dicho, entre el amor y el odio, hay lugar para el perdón..

Víctimas y victimarios

No, no es el título de aquel programa del “Nano” Folle en que se entrevistaba a víctimas de delitos y a sus victimarios, en una suerte de relato de casos de la crónica roja que ni por asomo intentaba algún acercamiento entre ambas partes sino hacer un relato de los hechos y sus protagonistas. Aunque en algún caso pudo darse el intercambio no era ese su principal objetivo.

La inseguridad sigue estando entre las principales preocupaciones de los uruguayos, aunque los números empiezan a revertir su tendencia alcista consolidando una baja que aún no impacta lo suficiente en la percepción de la ciudadanía. Algo que es lógico pues la baja representa un número importante de eventos que dejan de producirse (más del millar de uruguayos dejaron de padecer una rapiña por ejemplo en lo que va de registro de este año), pero aún con ese dato, no dejan de aparecer eventos en los medios con la repercusión que esa difusión tiene entre la audiencia que los vive como propios. También es cierto que las encuestas de victimización – el verdadero termómetro para medir esa temperatura social- empiezan a dar cuenta de la mejora de la percepción, abonada fundamentalmente por un exitoso programa de patrullaje como el PADO y la mayor presencia policial en los barrios donde se produce el mayor número de delitos.

Durante mucho tiempo -demasiado- poco o nada se hizo en materia de cárceles, convirtiendo a estas en simples depósitos humanos donde aislar a los delincuentes como si con ello alcanzare para que a su salida, lo hicieran reconvertidos en ciudadanos rehabilitados. Hubo que tomar el tema como parte de las políticas de seguridad para entender que en nuestro país, donde no hay cadena perpetua ni pena de muerte, quien ingresa al sistema penitenciario un día saldrá en libertad. Era imperioso hacer de las cárceles un tránsito virtuoso que recupere ciudadanos para vivir en sociedad y no convertirlos en expertos y peligrosos delincuentes como fue durante décadas hasta llegar al informe Nowack que nos abofeteó -sin anestesia- con la realidad.

Y fue a partir de incluir al sistema penitenciario en esas políticas de seguridad que también surgieron oportunidades para quienes hacen del dolor un instrumento para fomentar convivencia en sustitución de la venganza que podría inspirar a quien lo padece. Ese modo de encarar la vida y los obstáculos que esta impone, llevándole a sufrir en carne propia los efectos irreversibles de la delincuencia más violenta, permitió ensayar una cura brindando oportunidades a quien parecería impensable hacerlo: el responsable del daño causado.

Eso, que se llama amor, es el motor que impulsa a colectivos como ASFAVIDE (Asociación de Familiares Víctimas de la Delincuencia) que tiene su par argentino en el colectivo Víctimas por la Paz

Ambos colectivos, compuestos por víctimas de la delincuencia, lejos de buscar venganza mitigan su dolor propiciando la conexión con los victimarios en  busca de reconstruir el entramado roto por una conducta violenta que los hizo sufrir. Ese clic -mágico- entre víctima y victimario, lleva a situaciones inimaginables de reconciliación y perdón que permiten avizorar un horizonte posible de inclusión y rehabilitación en las antípodas de la mano dura o la venganza que significa o debería significar para muchos la cárcel.

En Uruguay es ASFAVIDE quien lidera esa corriente de restañar vínculos entre ambos protagonistas del delito y lo hace de forma silenciosa pero constante, propiciando el encuentro y el diálogo para llevar un mensaje de perdón y reconciliación. 

Graciela Barrera de Novo es su Presidenta; perdió a su hijo víctima de una rapiña (aún impune) en el año 2008. Lejos de buscar venganza -sin renegar a su derecho a conocer la verdad sobre lo que le ocurrió a su hijo Alejandro- no deja pasar ninguna semana sin visitar la cárcel de Punta de Rieles para llevar su mensaje a los internos que purgan su pena en dicho centro. Protagonistas que esperan cada semana su llegada para recibir ese amor que les prodiga una madre lastimada por la mano invisible e impune de un victimario como ellos, con la diferencia que ellos empiezan a hacer ese giro que promueve gente como Graciela.

Argentina tiene un movimiento similar que reúne a las víctimas de delitos que tampoco buscan venganza canalizando su dolor y sufrimiento en algo virtuoso que permita recomponer vínculos y lograr el cambio en quienes empiezan a darse cuenta que el camino es otro y que hay salidas posibles. Víctimas por la Paz es el colectivo y hacen parte de una corriente de políticas restaurativas que intentan restañar heridas y generar esos círculos virtuosos de sensaciones que permitan hacer posible la salida y la reparación del daño. 

Para obtener resultados distintos hay que hacer cosas diferentes a lo que ya se hizo, estos caminos que se exploran empiezan a desatar acciones positivas y a recoger resultados alentadores. Décadas de aislamiento y endurecimiento de penas solo llenaron nuestras cárceles de delincuentes que lejos de mejorar empezaron una carrera del delito que los devolvió potenciados en sus negativas habilidades adquiridas. Los testimonios de todas las partes que participan en estos movimientos dan cuenta de un camino posible y una reconciliación necesaria entre iguales que una vez rompieron ese contrato social de convivencia para causar daño a otra persona.

Ni la venganza ni el encierro hicieron posible cambiar a una persona como sí lo está haciendo el amor y el perdón que se prodigan y fomentan víctimas y victimarios que quieren ser protagonistas de otra historia...

el hombre ponía la otra mejilla,
el perro el otro lado del hocico...

1 comentario:

  1. Excelente nota. Muy ilustrativa y que ayuda a conocer una realidad que pocos divulgan y menos aún, conocen.
    Gracias

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