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jueves, 4 de mayo de 2017

Se cayó WhatsApp... ¿y ahora qué?


Kim Jong-un amenaza con desatar una guerra nuclear, Donald Trump se ufana de haber lanzado “la madre de todas las bombas”; Pedro Bordaberry deja la política, Gonzalo Mujica promete devolver la banca; el Pepe ya no sabe como decir que no va a ser candidato y a Bonomi ya nadie le discute que los delitos están bajando. Pero nada de eso importa más que unas horas sin una aplicación que nos invadió mucho más que los cruzados en la Edad Media o que el mismo Atila -aquel cuyo caballo pisaba tierra donde jamás crecería pasto alguno- al que llamaron “el azote de Dios”. Hoy estamos indefensos ante las nuevas tecnologías al punto que dependemos de ellas como si fuera un vital elemento sin el cual no podríamos sobrevivir… Se cayó WhatsApp… ¿y ahora qué?


Nadie me manda un WS

La ausencia de mensajes no pasó inadvertida, el teléfono descansó por unas cuantas horas en una siesta desacostumbrada donde nada parecía real, menos, un día cualquiera Ese descanso inesperado no sería como un barco en la noche. Es que la falla mundial de una de las aplicaciones más usadas por el hombre moderno generó ansiedades que nadie podía explicar en tiempo real.

Esa inmediatez que alimentan las nuevas tecnologías hace que la necesidad se incremente a niveles inesperados para otras épocas. Hoy esa dependencia tecnológica genera preocupación y ansiedad en muchos que viven en función de esa relación con un instrumento que lejos de liberar nos esclaviza muchas veces.

A poco de aparecer los celulares inteligentes -esos que nos ponen una verdadera computadora en nuestras manos- los Blackberry tuvieron su momento de gloria (hoy creo algo devaluada). Su nombre, según leí en alguna oportunidad referían a las esferas de acero y cadena que anclaban a los presos para impedirles movilidad en una clara alusión de dependencia a un implemento físico como aquellos. Es que eso han generado en el hombre los dispositivos móviles inteligentes, nos han atado a ellos al punto de no poder transitar por la vida libres de su presencia y funcionalidad.

Esa relación cuasi indivisible de hombre y teléfono llevan a que episodios como el de la caída mundial de una aplicación de mensajería como WhatsApp haga estragos en el imaginario colectivo y se preste a múltiples interpretaciones que van desde un boicot a un golpe de Estado o algo peor, cuando lo que pudo ocurrir fue que -como máquinas que son- pueden tener fallas y necesitan del hombre para seguir operando.

Ese es precisamente el mayor valor que atribuyo a una aplicación que generó tal estado de dependencia: que sigue dependiendo del hombre, porque de lo contrario ya nuestra existencia misma estaría en peligro sucumbiendo a las tecnologías sustitutivas de la naturaleza humana (que todavía está en el imaginario de ficción).

Sin embargo, tanta ansiedad despertada tuvo sus puntos positivos como permitirnos (a muchos), darnos cuenta que podemos sobrevivir sin estar pendientes del teléfono por unas cuantas horas. O evitar viralizaciones de contenidos falsos o deformados -aunque otras plataformas como Facebook mantuvieron operatividad y potencialidad de hacerlo, no con tanto éxito ni difusión.

Tal el caso de las jovencitas que no fueron violadas, ni atacadas en la puerta del liceo como denunció y viralizó una madre por Facebook al punto de convocar una marcha frustrada porque “tuvimos problema para transmitir en vivo y es una vergüenza pero vinieron 10 personas...” como afirmó en su página. Lo cierto es que de haber operado con normalidad el WS, la viralización hubiera sido mucho peor y las inexactitudes difundidas hubieran tenido otra trascendencia. Las chicas en cuestión sufrieron -cada una por separado- situaciones bien diferentes que vienen siendo investigadas. Afirmar con tanta vehemencia hechos deformados poco o nada aportan a evitarlos. Sólo generan miedo en una población estudiantil a la que hay que proteger con información veraz sin deformar por mejor buena intención que se tenga, ya que los efectos terminan siendo absolutamente contrarios a los que se buscó o se pretendió.

En suma, se cayó el “guasap”, y el mundo siguió girando, pudimos reconocer otros paisajes más allá de la pantalla de ese instrumento que nos esclaviza y que tenemos al alcance de la mano.

Ventajas de la caída

A las ya expuestas sumo que:

  • Leo Ramos no tuvo que soportar la gastada que sufrieron otros que no tuvieron la suerte de coincidir con la caída mundial. Por más que a muchos los gastaron con la broma de que “Peñarol había abandonado el grupo”.
  • Hubo gente que conoció a otra gente maravillosa con quienes comparte techo y vida: su familia.
  • Hubo otra gente que tuvo por unas cuantas horas menos gasto en el consumo de datos, por más que las llamadas por WS sean gratis.
  • No tuvimos que silenciar a nadie
  • No tuvimos que bloquear a nadie
  • Todavía quedaba Facebook para “sobrevivir”

Por un rato, al menos, pudimos estar sin imágenes, videos, noticias (de las verdaderas y de las falsas; de las buenas y de las malas), sin bromas y sin estar pendiente de lo que les pasa a otros.

Eso sí, nunca se me hizo tan larga la espera… por suerte volvió y pude volver a respirar tranquilo.



el hombre reiniciaba el celular,
el perro disfrutaba del silencio...

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