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domingo, 26 de junio de 2016

Nosotros y los miedos

Un asesino serial anda suelto. El miedo nos invadió y estamos indefensos otra vez. Un temor que mantuvimos oculto por 8.520 días y que aflora con más fuerza en esta instancia. Lejos estoy de defender a uno de los pocos asesinos seriales de la historia uruguaya, aunque no fue el único por cierto, pero me resulta incomprensible la mediatización -hasta el hartazgo- de su liberación, presionando a quien se pudiera para obtener la imagen o la información precisa que hiciera de ese hecho puntual un espectáculo digno (?) de ser mostrado. Olvidándose -ignorándose de forma expresa, es más correcto decir- que se trataba de la liberación de un recluso que había cumplido la totalidad de su pena (descontada la que mereció por aplicación de la ley vigente), resultando a todas luces un despropósito la cobertura montada, que pretendió imponer por la vía de los hechos una pena adicional a la cumplida por el mismo. Pero si esto de por sí es extraño, más lo es la disparidad de criterios a la hora de producir este tipo de cobertura, pues hay otros asesinos que aún purgan pena por delitos tanto o más atroces que los cometidos por Goncalves, y lo hacen en la comodidad de su hogar. Esos no despiertan el mismo interés...


La omertá vive y lucha


Con la llegada del Frente Amplio al Gobierno se derribaron muchos mitos, como por ejemplo la aplicación de otra politica económica y el abandono de las fórmulas del FMI. La apertura de mercados, la recuperación del salario, la reapertura de empresas autogestionadas por sus trabajadores que viven y dan pelea (Envidrio, Olmos, FUNSA, por nombrar solo algunas). También hubo un cambio sustancial en el tratamiento de las causas por delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura cívico militar. 

Con los mismos instrumentos jurídicos, se pudo encarcelar a varios militares y civiles que ejercieron terrorismo de Estado. Eso fue posible porque existió voluntad política de hacerlo ya que el Gobierno electo dejó de contemplar dentro del amparo de la ley de caducidad hechos que la propia ley dejaba fuera pero a los que incluían los anteriores gobiernos.

Con ese cambio principal, la vía judicial quedó abierta para que fueran sometidos a la Justicia varios de los sindicados como autores penalmente responsables de desaparición y tortura de uruguayos durante el triste período de la dictadura. Hoy varios purgan condenas de decenas de años en la cárcel, aunque -también hay que decirlo- hay quienes han obtenido el beneficio de la prisión domiciliaria ya sea por su avanzada edad o por padecer alguna enfermedad.

Pues bien, esos personajes tanto o más siniestros que aquel asesino serial que hoy es hombre libre tras cumplir su condena, no merecen el mismo tratamiento mediático salvo cuando el colectivo Plenaria, Memoria y Justicia toma la iniciativa de hacerles algún escrache como forma de hacerles sentir la condena social que -entienden- se merecen.

Y cuando los medios acuden a esas movilizaciones no lo hacen impulsados por obtener la imagen del recluso que purga pena domiciliaria, lo hacen para documentar algún posible exceso de algún miembro de ese colectivo. Es decir, lo hacen por los convocantes del escrache y no por el escrachado.

Y me resulta extraño, porque es precisamente ese escrachado a quien pongo en un plano de igualdad con el recientemente liberado, Goncálves. Salvo que este pagó toda su condena y aquellos aún están pagando.

La foto equivocada

Entre tanta bizarres acumulada, fueron dos noches de vigilia que mantuvo a la prensa enfrente a la cárcel de Campanero a la espera de la salida de Pablo Goncálves de  prisión. Cualquier movimiento servía para alimentar minutos y minutos de móviles en vivo que supuestamente tenían la primicia que tanto interesa a la opinión pública y mantiene el ansiado rating. Ni una cosa ni la otra. La opinión pública -en su mayoría- se sintió empalagada por el despliegue y el esfuerzo, al tiempo que no daba crédito a tanta improvisación acumulada.

Los medios equivocaron el día de salida de Goncálves, asumiendo que lo hacía 24 horas antes de la prevista por la Justicia, que finalmente lo liberó a las 23:59 del jueves 23 de junio, y no del miércoles como todos informaron y esperaban. La desazón ganó a los movileros estrellas y el frío invernal los terminaría acosando otra jornada más esperando la imagen que no pudo ser.

Hasta que hubo una cortina que se corrió, y un rostro apareció para ser captado por una de las cámaras que hacían vigilia. Todos asumieron que era la del protagonista de su noticia, y así lo viralizaron... pero no. Se trató de un funcionario de la Policía que debió recurrir a las autoridades para solicitar que se comunicara convenientemente que dicha imagen era suya. A esa altura, con semejante cobertura mediática pretendiendo tener la foto de un asesino liberado, nadie quería ni querrá ser confundido con el mismo.

Manteniendo el show

Finalmente, no puedo imaginar las razones que justifican coberturas como estas, tan propias de otras orillas y a las que nos estamos acostumbrando cada vez más. Pero también, en medio de ese show montado para las cámaras, es posible ver la mano oculta de quien elige las coberturas y como se cubre. Uno dispara el tema y todos se encolumnan detrás de la misma cobertura. Bueno, de algunas...

La peligrosidad que encierran los militares presos -capaces de los crímenes más atroces que conoció nuestro país- darían razón más que suficiente para que tuvieran el mismo montaje mediático o mayor aún. Pero no lo vemos, ese tipo de cobertura no se realizan, porque los que deciden lo que tenemos que ver y de quiénes nos tenemos que cuidar, no entienden lo mismo. Los torturadores, asesinos y violadores de la dictadura cívico-militar no encierran la misma peligrosidad según sus criterios.

A pesar que esos aún no confiesan donde están los desaparecidos y están en deuda con la historia...


el hombre se asomó por la ventana,
el perro ladró diciendo que no era...

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