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jueves, 17 de diciembre de 2015

No son "pichis"

Lo dijo fuerte y claro ante un nutrido auditorio que colmó las instalaciones del Salón Azul de la Intendencia de Montevideo. El silencio se hizo intenso y profundo, la atención se concentraba en las próximas palabras que diría el expositor, ese que había captado el interés de todos los presentes. Un segundo le bastó para darse cuenta de ello y siguió improvisando, apelando a la memoria y a la plena convicción de lo que estaba diciendo. Ya había experimentado esa sensación ante la misma sentencia frente a un público más reducido pero no menos calificado. Lo había hecho en ocasión de la rendición de cuentas anual del INR, en una reunión reservada a los directores de establecimientos penitenciarios y en la que recibiera un merecido reconocimiento el director Mendoza. La barrera invisible entre “ellos y nosotros” se construyó durante muchos – demasiados- años con la palabra “pichi” como emblema; ahora, encaramado en su investidura estaba dispuesto a erradicarla definitivamente. Bonomi se erigió, nuevamente y con audacia, en el responsable de un mensaje destinado a fijar el rumbo iniciado. Sin desvíos y sin “pichis” a quienes denigrar nunca más, y a quienes tiene el deber constitucional de rehabilitar.


Casi 13 mil me gusta

Las palabras comenzaron a fluir sin contratiempos, tenía claro lo que habría de decir, igualmente se apoyaba en sus infaltables citas manuscritas, esas que garabatea durante los eventos y que le dan respaldo a sus dichos. Dueño de una memoria prodigiosa, no necesita de esos apoyos pero siempre quiere ser preciso en el mensaje. Igualmente contaba con el recuerdo fresco de sus palabras en aquella reunión en que habló a todos los directores de los establecimientos de reclusión con que cuenta el INR.

Allí dejó claramente establecida la directiva de eliminar definitivamente la palabra “pichi” para referirse a los privados de libertad. “Yo fui pichi durante 13 años – dijo- y ese concepto nos llevó a generar un sentido de pertenencia a los que nos identificaban de ese modo... y así, fuimos ellos y nosotros, durante todo el tiempo...”

Con esa personal experiencia le bastó para inculcar el concepto a los responsables de hacer de la rehabilitación de las personas privadas de libertad un camino posible. Si no son capaces de romper ese muro, de derribar esa barrera entre unos y otros, no hay relación alguna que determine el cambio de conducta que presupone la privación de libertad, un tiempo que debe transcurrir entre la progresividad y el tratamiento.

Con ese antecedente tan fresco y frente a un auditorio repleto, se le hizo propicia la misma cita... y más también. “La consideración de pichis establece otra diferencia. Los pone absolutamente en la vereda de enfrente, sin vínculo, sin contacto que permita interactuar”, dijo. Contundente, tanto que alguno no lo entiende ni lo podrá entender nunca. Cegados por el odio o el dolor, son pocos, muy pocos los que comprenden el significado de una forma de entender la realidad de la privación de libertad como un tiempo útil de reconstrucción y  convivencia.

De las notas de prensa que trataron el tema, una particularmente recoge ambiguas manifestaciones (casi 13 mil me gusta contra muchos menos comentarios contrarios a Bonomi). Resulta claro que existe un alto nivel de incomprensión del tema, al que se lo trata con extrema liviandad. Mientras la Policía incrementa su eficacia y combate fuertemente al delito -con un cierre de año de unas 11 mil personas procesadas- el sistema penitenciario tiene el cometido constitucional y legal de la rehabilitación de los privados de libertad.

A estar por el tenor de los comentaristas, la venganza sería la condena a aplicarles que más les satisface, sin pensar que ello agravaría el problema lejos de constituir una solución.

Ante esta reacción -lógica en muchos casos por parte de quienes han sido víctimas de la delincuencia- solo atino a admirar una y mil veces actitudes generosas como las de Graciela Barrera, Presidenta de ASFAVIDE, quien lejos de perseguir venganza trabaja por la rehabilitación de aquellos que un nefasto día le arrebataron la vida de su hijo en una rapiña. Gestos de quienes tienen la grandeza espiritual y la sabiduría inmensa de reconocer que el odio no les devolverá lo perdido, pero que sí se puede ser parte de un cambio de paradigma trabajando por la inclusión y la rehabilitación sanadora de heridas que deben cerrarse algún día. La moneda de cambio al dolor es el amor, ese amor que prodiga cada día en que acude a la cárcel de Punta de Rieles a hablarles a los presos y recibe respeto y admiración de parte de estos. Un trabajo que cambia cabezas...

No son pichis, no son ellos contra nosotros, somos todos y somos uno solo, somos personas con sus virtudes, con sus defectos, con sus errores y con sus aciertos. Todos necesarios para hacer confortable y posible una convivencia pacífica que asegure el desarrollo de todos y cada uno de los uruguayos.

Un periodista -con buen criterio y alta dosis de sentido común- dijo hace un tiempo: “un día van a salir en libertad, y ese día vamos a necesitar que el pasaje por un establecimiento penitenciario haya valido la pena porque, quizás, algún día nos encontremos frente a él”...


el hombre exigió respeto,
el perro ladró lo mismo...

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