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viernes, 14 de junio de 2024

Ay, paisito mi corazón ta’ llorando…

Aquel 18 de mayo de 1984 no era un feriado más, ni la lluvia ni las amenazas de una dictadura en retirada podían impedir que aquella barra de amigos siguiéramos las indicaciones del más formado políticamente del grupo. Aquella mañana nos dispusimos ir hasta el Estadio Centenario para recibir a los clandestinos más escuchados de los años oscuros. El simple hecho de contar con algún disco o casette de los implicados era considerado una afrenta para un régimen que no pudo silenciarlos nunca. Hoy tocó despedir a uno de sus integrantes, el de la voz inconfundible que supo emocionar a nuestros viejos, esos que nos enseñaron a escucharlos cual símbolo de resistencia durante los peores años de la historia reciente. Hasta siempre Pepe…

👉Llegada de Los Olimareños tras el exilio - 18 de mayo de 1984

Lucio, el avanzado

La que sigue es una historia personal protagonizada junto a una barra de amigos estudiantes que nos dispusimos asistir aquella mañana a recibir a unos de los dúos exiliados culturales más emblemáticos que tuvo el Uruguay de aquellos años. Sin lugar a ninguna duda, junto a Alfredo Zitarrosa, fueron un símbolo de resistencia que mantuvo unido a un pueblo que añoraba la democracia más allá de cualquier ideología. En aquellos tiempos escucharlos estaba prohibido, sus voces estaban proscriptas tanto como su presencia, lo que los obligó a exiliarse.

Aquella mañana del 18 de mayo de 1984 era una mañana gris, plomiza y húmeda, Lucio fue el principal convocante; junto con mi novia y otros compañeros de clase nos dispusimos a asistir a una jornada que sería histórica. La salida estuvo combinada para hacerse desde La Unión, un barrio que nos tenía como residentes y donde se asienta (todavía) nuestro centro educativo, el Colegio y Liceo Santa Luisa de Marillac.

Con los mellizos Rodríguez, Lucio, María Noel, y alguno más que no recuerdo, nos dispusimos a recorrer las decenas de cuadras que nos separaban hasta el Estadio Centenario, punto final de la convocatoria donde sería el histórico recibimiento.

Si la llegada fue emocionante, mucho más la espera hasta que las puertas del monumento histórico del fútbol mundial se abrieran y nos permitieran instalarnos en la tribuna Olímpica. La llovizna se hizo cada vez más intensa durante la espera y cuando entramos las gradas estaban absolutamente mojadas lo que representaba la primera dificultad a sortear. Nos restaban varias horas de espera y con las asentaderas mojadas era un desafío importante. Pero por suerte estaba él, el avanzado del grupo.

Lucio tenía un andar a saltitos que lo hacían único en el grupo; sus ingeniosas ocurrencias eran también un sello diferencial de un tipo excepcional dueño de una cultura general impresionante y de un sentido común que lo hacían diferente al resto. Por eso es que aquel día nos sorprendería no una sino tres veces por lo menos.

La primera fue cuando lo vimos llegar con una mochila bastante cargada con objetos que nos salvarían aquella jornada. Sin adelantarnos ni un poco de su contenido, lo fuimos descubriendo a medida que avanzaba la épica espera de los gladiadores del canto popular de resistencia de los uruguayos: Los Olimareños.

A poco de ingresar y con la llovizna intensa la dificultad estaba en sentarse en aquellas gradas de hormigón absolutamente mojadas. Allí fue la hora de la primera sorpresa colectiva. Lucio sacó a relucir su almohadón, pero al ver nuestros rostros no nos dejó en banda, sacando sendos rollos de papel de diario para repartir entre todos y salvar aquella primera dificultad. Lo que nos permitió esperar sentados la llegada de “los olima”.

Las horas se hicieron largas, la llegada de los artistas era seguida por radio por Lucio –que también había traído su aparato- y nos iba actualizando el recorrido lento y parsimonioso de una nutrida caravana que acompañaba a Braulio y a Pepe desde el Aeropuerto Internacional de Carrasco hasta el coloso de cemento.

En esa espera, la sed fue ganándonos al punto que se imponía obtener alguna forma de hidratación posible. Entonces, fue el momento de una segunda sorpresa, porque Lucio sacó a relucir una nutrida bolsa con mandarinas que repartió generosamente dando satisfacción a la sed y ansiedades acumuladas.

Con esa ingesta solucionamos el segundo inconveniente, pero el tercero era realmente imposible de salvar. Porque la lluvia se hizo más intensa y realmente mojaba con lo cual solo atinamos a contemplar un ritual que empezó a desplegar Lucio ante nuestras miradas. Sin prestarnos atención y sin sentirse observado, sacó un estuche de nylon y desplegó su impermeable junto a un gorro también impermeable con el cual se acondicionó convenientemente para esa espera bajo lluvia. Ahí levantó la vista y viéndonos indefensos ante la inclemencia del tiempo no vaciló en revolver en su mochila y sacar a relucir sendos cortes de nylon transparente con los que nos protegimos también nosotros de la pertinaz llovizna.

La espera se alternó con saltos y cánticos populares por aquellos años. Así nos calentamos y achicamos la espera con “el que no salta es un botón”, o el “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. Luego de varias horas que parecieron interminables, por fin los vimos ingresar a la cancha por uno de los accesos laterales. Ahí estaban ellos, la dupla esperada, esa que representaba la resistencia oriental ante la dictadura. Una presencia que era todo un síntoma de los nuevos tiempos que empezaba a transitar nuestro país recuperando un valor intrínseco para todos los uruguayos como era la democracia.

De aquel momento a hoy pasó mucho tiempo, pasaron 40 años y hoy tocó despedir a “Pepe” Guerra, uno de los integrantes de aquel dúo maravilloso que nos ayudó a sobrellevar la larga espera. Lucio partió hace mucho tiempo, pero su recuerdo sigue en pie en estos y tantos otros recuerdos que atesoramos los que lo conocimos. Y como él, también seguirá en cada uno de nosotros el recuerdo y la inconfundible voz del Pepe Guerra.

No lo conocí personalmente, pero lo tuve en mi discoteca siempre, donde tuvo su lugar y espacio para escuchar a Los Olimareños o al Pepe Guerra como solista.

Hoy, cuando tocó despedirlo sin despedidas -como él quiso y su familia respetó- solo alcanza con decirle gracias y emitir un fuerte aplauso que es como se despide a los artistas.

Hasta siempre, Pepe…

Ay, paisito mi corazón ta´ llorando…


el hombre prendió el pasadisco,
el perro se tiró a escuchar…




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