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martes, 14 de noviembre de 2023

El presidente en su laberinto

Fuente: iStock
Impuso un estilo personalista a nivel extremo, tanto que hoy tiene que asumir lo que prometió en campaña y que no es otra cosa que hacerse responsable por la gestión de sus mandatados. Porque, a estas alturas, no quedan dudas que es el principal responsable (por acción u omisión), de los hechos que ocupan la agenda de los uruguayos. Una agenda plagada de irregularidades y escándalos que no solo complican la figura de nuestro primer mandatario sino -lo que es mucho peor- dañan la imagen internacional de nuestro país. Ese daño es inmensurable y solo el tiempo podrá medirlo en su real dimensión. Mientras tanto, el presidente oriental está envuelto en una cadena de escándalos que lo tienen como común denominador y lo encierran en un profundo y escabroso laberinto del cual nadie puede predecir con certeza que saldrá indemne.

A confesión de parte

La máxima jurídica indica que se releva de prueba cuando media la confesión del autor de un hecho. Es un acto de constricción por el cual el penitente asume su pecado y muestra su arrepentimiento. Un acto que no lo exime de la penitencia o la pena en este caso. Tal parece haber sido la actitud asumida por el presidente de la República tras el escándalo que se originó con la comparecencia en Fiscalía de la exsubsecretaria Carolina Ache y la difusión de sus declaraciones. Particularmente, la destrucción de documentos oficiales por parte del hoy renunciado asesor en comunicación, Roberto Lafluf.

Es que el presidente asumió ser el impulsor de una reunión en la que el principal objeto era pergeñar una estrategia para ocultar información al Parlamento y que derivó en la destrucción de documentos ya referida. Y es una confesión importante que lo implica en la maniobra pues resulta inverosímil que fuera el impulsor del encuentro y desconociera el tenor de lo que allí se trataría.

Este intrincado laberinto no se da por generación espontánea, sino que se remonta al inicio mismo de su gestión al frente de la Torre Ejecutiva. Todos recordamos que de las primeras medidas que impulsó al asumir la Presidencia de la República, tuvo a la hidrovía Paraná- Paraguay como objetivo, en un manifiesto interés por promover esa ruta alternativa para impulsar -según se dijo- el comercio y facilitar una salida al mar para el Paraguay. Así lo consignaron en su momento informes periodísticos donde se lo veía junto al presidente paraguayo -Mario Abdo Benítez- sellando acuerdos con ese objetivo.

Luego vino la entrega del puerto de Montevideo en un acuerdo incomprensible por 12 períodos de gobierno (hasta 2081), sin informes ni fundamentos jurídicos que avalaran dicha entrega. Un puerto en el que prometen la mayor inversión de toda su historia y -hasta el presente- no se ha invertido nada. Un puerto donde los escáneres siguen esperando por su instalación. Un puerto por el que salen grandes alijos de drogas que bajan por la hidrovía antes mencionada.

También pudimos ver al presidente en su visita a Dubai junto a su entonces esposa, para concretar mercados alternativos con un stand de Uruguay en una Feria Internacional muy promocionada en nuestro país, con bailes incluidos.

Hasta ahí todo parecía normal y lejos del clima de escándalo que hoy soportamos. Fue a partir del conocimiento de la expedición de un pasaporte a un peligroso y pesado narcotraficante uruguayo preso en Dubai, que empezó a complejizarse el laberinto que hoy representa la gestión de Lacalle Pou.

Porque todo encuadra en una trama donde sobrevuela el crimen organizado y el narcotráfico, agregando un plus adicional y muy peligroso a ese complejo escenario que lo tiene en el medio como uno de sus principales protagonistas.

Atando cabos

La hidrovía Paraná- Paraguay, aquella preocupación presidencial del inicio de su mandato, ha sido confirmada como la ruta principal por la que transitan los cargamentos de droga que bajan hacia los puertos de Rosario y Montevideo antes de partir con destinos europeos.

En Dubai estaba preso -por ingresar con pasaporte paraguayo falso- Sebastián Marset, un narcotraficante peligroso y pesado (según palabras del ex subsecretario del Ministerio del Interior – Guillermo Maciel), quien obtendría su libertad gracias a la expedición de un pasaporte otorgado previa autorización exprés de las autoridades uruguayas.

La entrega del puerto de Montevideo, con todo lo que ello implica, por 60 años, es otro de los importantes hitos que complejizan aún más el panorama laberíntico en que se ha transformado la gestión de Lacalle Pou.

El presidente tiene que explicar a todos los uruguayos las razones que llevaron a exponer al país a esta situación de desprestigio internacional que implica estar bajo sospecha de haber permitido la evasión de un narcotraficante peligroso y pesado, conocido como el Rey de la hidrovía Paraná-Paraguay y líder del PCU (Primer Comando Uruguay).

Tiene que explicar por qué se entregó el Puerto de Montevideo por 12 períodos de gobierno a una transnacional belga; tiene que explicar por qué no se terminan de instalar los escáneres, permitiendo que nuestra principal puerta comercial se transforme en un puerto sucio por el que salen grandes alijos de droga que terminan en Amberes, que, coincidentemente, es la ciudad sede de la empresa concesionaria.

Son muchas las coincidencias que disparan las sospechas sobre la responsabilidad que le cabe al presidente en todo este caso. Y no es un capricho de la oposición ni de los que no lo votaron. Es, simplemente, el reclamo natural de quien hace parte de este país y tan solo recuerda que el día que asumió el mandato dijo fuerte y claro que si las cosas no salían como se esperaba, no buscáramos otro responsable que no fuera él mismo.

Supo administrar muy bien los tiempos en pandemia, haciendo uso y abuso de la comunicación como recurso. Muchos le atribuyen méritos a una estrategia comunicacional efectiva. Puede ser y no. Es más fácil cuando los medios son amigos, cuando no hay preguntas incómodas. En las pocas ocasiones que tuvo que enfrentar preguntas fuera del libreto no le fue bien y dejó al desnudo su verdadera intención.

“No, si me lo pidió una fábrica de chicles” – respondió en ocasión de una consulta sobre sus medidas de flexibilización a las políticas antitabaco que venía llevando adelante Uruguay y que hoy lo ubica en lo más bajo de un ranking que lo tuvo antes en posiciones de privilegio.

“Sería un mal amigo si no le creyera” – en otro episodio donde prefirió defender a su amigo abusador de menores antes que optar por creer en lo que la justicia resolviera. Olvidando que su palabra impactaba directamente en las víctimas abusadas por su amigo haciendo que el miedo jugara su partido.

El presidente actúa como un rey, y en su reinado va quedando en solitario. Una soledad que concentra toda la atención en su investidura, y donde la responsabilidad también se concentra pura y exclusivamente en su persona.

El tiempo se acaba, y al presidente en su laberinto se le hace cada día más difícil encontrar una salida.

 

el hombre daba vueltas desorientado,
el perro olfateaba buscando un rastro…

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