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lunes, 25 de julio de 2022

Ciudad Vieja (in)segura

De la video-vigilancia por saturación
a la saturación (de delitos) sin vigilancia

Fuente imagen: 180.com.uy
La semana pasada en el suplemento Qué pasa (diario El País, 17 de julio; nota de Maríangel Solomita), se publicó un detallado informe sobre la situación que vive el casco antiguo de la ciudad de Montevideo. Una península que sirvió de laboratorio nada menos que para el ambicioso (y exitoso) programa de video-vigilancia urbana aplicado a la seguridad. Fue precisamente en ese rincón histórico de la ciudad donde se inició el virtuoso camino de las nuevas tecnologías aplicadas a la seguridad pública durante la administración del fallecido ministro Eduardo Bonomi. Hoy, ese rincón tradicional de nuestra capital, asiste a un preocupante deterioro que los vecinos atribuyen a cambios sufridos por la pandemia y a desacertadas decisiones de los gestores actuales de la cartera del Ministerio del Interior. Aquella solución a los problemas endémicos de inseguridad del histórico rincón montevideano, dejó su lugar a una respuesta policial que casi siempre llega tarde y solo acude a las imágenes como medio de  prueba de los delitos consumados. De aquel tiempo donde se construyó una Ciudad Vieja Segura, queda poco y nada…

Sin rincones ciegos

La video-vigilancia por saturación es un concepto aplicable a pocas zonas urbanas, salvo para aquellas ciudades que cuenten con recursos suficientes para instalar cámaras en cada esquina. Ante ese obstáculo, casi imposible de salvar para países con economías tan chicas como el nuestro, solo si la circunscripción a vigilar lo admite es posible apelar a ese sistema… y la Ciudad Vieja lo es.

Enclavada en la península más austral de nuestra capital, su implementación implicaba el despliegue de unas 350 cámaras aproximadamente que permitirían visualizar la superficie de la totalidad de las manzanas que componen el casco antiguo de la ciudad. Un proyecto que se inició en diciembre del año 2013 y que tendría su continuación con la instalación de cámaras en 18 de Julio, cubriendo la totalidad de su recorrido desde Plaza Independencia hasta el Obelisco.

Aquella experiencia serviría de plan piloto para extender la video-vigilancia a otras zonas afectadas por una criminalidad en constante crecimiento, en las que los vecinos reclamaban su instalación como instrumento necesario para combatir el problema. 

Claro que no era posible aplicar en todas las zonas la saturación, ya sea por razones de infraestructura urbanística ó –directamente- por contar con recursos limitados, debiendo priorizarse los destinos. Así fue que los puntos de mayor circulación de personas (centros y/o avenidas comerciales; centros educativos y/o de la salud), fueron prioridad, seguidos por aquellas zonas o puntos calientes donde estas tecnologías podrían tener un efecto disuasivo a la vez de aportar las pruebas a la Justicia para la represión del delito. 

Por otro lado, la particularidad de la respuesta asociada a las cámaras en Ciudad Vieja fue un diferencial de peso a la hora de evaluar su eficacia. Así lo refería cada vez que tenía oportunidad el extinto ministro Bonomi, cuando explicaba que eran los propios visualizadores los que despachaban la respuesta policial ante un evento, reduciendo notoriamente los tiempos de respuesta y mejorando la efectividad del servicio.

Incluso en términos de prevención, la acción de los visualizadores tenía un diferencial de peso cuando, advirtiendo comportamientos sospechosos, disparaban una acción policial de identificación de personas que hacían ver a los involucrados sobre la vigilancia permanente de un rincón considerado seguro por todos los habitantes del entorno. Un entorno que es puerta de ingreso para muchos turistas que visitan nuestro país.

Esa forma de gestionar la seguridad aplicando las nuevas tecnologías dio comienzo a un virtuoso recorrido de mejoras en una zona deprimida por décadas y que retomó (en poco tiempo) la seguridad perdida, constituyéndose en un ejemplo a replicar en otros puntos de la capital y del país entero.

Cámaras sin visualizadores

Al final de 2019, casi 8.500 cámaras formaban parte del acervo tecnológico de la Secretaría de Estado. Un volumen importante que contó –además- con un aporte significativo donado por el gobierno Chino que amplió el circuito a todo el país, en un camino sin retorno. Las cámaras habían llegado para quedarse.

Sin embargo, con la instalación solamente no alcanza, la tecnología es solo una parte (importante e imprescindible por cierto) pero que no soluciona por sí sola el problema. Si bien cuentan con alternativas que sustituyen en parte al ojo humano, no pueden cubrir ni interpretar por sí mismas todo. Las analíticas – programas de alertas pre programados de comportamientos sospechosos – son una de las herramientas que contribuyen a la seguridad de forma automática, pero que requiere de la intervención humana a fin de determinar efectivamente su aplicación.

Y, por supuesto, los visualizadores, fundamental complemento de un instrumento que puede sustituir al patrullaje tradicional por el virtual, pero que necesita del ojo humano para advertir y sustituir eficazmente aquella presencia física del policía en el lugar.

Pues bien, según el testimonio de los propios vecinos de Ciudad Vieja, las cámaras ya no representan aquel intangible de la gestión anterior. Ya no las asocian a un buen servicio y, lejos de sentirse seguros con ellas, pasaron a ser un elemento más del urbanismo local pero sin el valor que supieron reconocerle antes. 

Sin visualizadores en tiempo real, es impensable pretender una respuesta asociada que llegue a tiempo para atender un evento de inseguridad. Eso es lo que están sufriendo hoy día los vecinos, los mismos que asisten –además- a una precarización de su zona con un incremento notorio de personas en situación de calle que agravan el problema. Personas que en su mayoría son ex privados de libertad que suman a su indigencia los problemas de convivencia que arrastran desde los centros carcelarios haciendo del entorno un caldo de cultivo fértil para la conflictividad y el delito.

Mientras las autoridades se empeñan en mostrar datos para refutar las críticas, los vecinos se muestran desconfiados y desilusionados de una gestión que entienden diametralmente peor a la anterior. Es que las consecuencias de precarizar la atención en las comisarías eliminando a los becarios, y dejar de dar respuesta a partir de la visualización en tiempo real, terminan generando la depreciación de un servicio que pasó de exitoso a muy malo en el paseo histórico de la ciudad capital.

En suma, los datos de denuncias podrán ser buenos pero la gente no denuncia porque la atienden tarde y mal, por lo que esos datos terminan siendo irrelevantes frente a la realidad que viven y cuentan los propios vecinos.

Para muestra basta un botón… o un caso, como el del pasado fin de semana donde varias personas terminaron lesionadas de arma blanca en plena Plaza Independencia, al ser víctimas de robo. La crónica de los hechos es la evidencia del cambio operado en la gestión del servicio por cuanto la Policía fue alertada del incidente por un llamado a la línea de emergencia policial 911 siendo esta la que despachó la respuesta. En otros tiempos eran los visualizadores los que advertían los hechos y despachaban la respuesta en forma inmediata. Justo en el centro mismo de nuestra principal plaza pública (un entorno absolutamente video controlado), ocurrió un hecho que podría haberse resuelto de forma más rápida y segura de haberse mantenido el servicio tal cual fue diseñado.

Mientras tanto, los vecinos y comerciantes de Ciudad Vieja asisten a una realidad que siguen negando los que habían prometido los mejores cinco años de nuestras vidas. 


el hombre miraba a la cámara,
el perro sabía que era una mirada perdida… 


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