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lunes, 12 de julio de 2021

La culpa no es de la sota…


La sota es “en la baraja española, cada una de las cuatro cartas que llevan un paje o infante”, según una de las varias definiciones que contempla el diccionario de la RAE. También es utilizada para referirse a “una mujer insolente o desvergonzada” (sic); pero también hay otra referencia (muy rioplatense, por supuesto), que establece el uso de esa palabra para referirse a una “persona que finge no saber o no conocer” sobre algún tema. Es decir –y vaya una autorreferencial apreciación- hacerse el sota sería lo mismo que hacerse el gil (sin llegar a un Perro Gil, claro). Lo concreto en este último punto es que pretender echarle todas las culpas a la pobre figura de la baraja española es un ejercicio de autocomplacencia que no basta para justificar lo que nos está ocurriendo por estos tiempos. No podrán hacerse “los sotas” por más tiempo ante las urgencias que viene sosteniendo el pueblo uruguayo que empieza a despabilarse tras promesas incumplidas que se traducen en aumentos de impuestos y deterioro del salario de los trabajadores. No señores, la sota no tiene ninguna culpa y no acudan a su imagen para disfrazar lo que empieza a develarse de manera más que notoria cuando vamos a ejercer un simple acto ciudadano como el de querer adquirir alimentos o pretender estar al día con nuestras obligaciones ciudadanas. La culpa también es nuestra, obviamente, pero a escasos meses de una nueva administración, las patas de la señora en cuestión se empiezan a ver claramente y el malhumor social se manifiesta en las colas de los supermercados, en los puestos de las ferias y en los barrios. 

800 mil

Un aluvión de firmas sobrevino al cierre mismo del plazo constitucional y motivó la lógica reacción de la masa que quiere someter a referéndum 135 artículos de una ley que merecía otro tipo de discusión y cuyo mecanismo no fue pensado para una verdadera y profunda reforma del Estado como se hizo. Esa desnaturalización del instituto constitucional de por sí bastaba para apoyar una iniciativa que –no obstante- concentró sus esfuerzos en los puntos verdaderamente negativos que se hicieron ley por la mayoría parlamentaria de la Coalición que nos gobierna.

Al descrédito permanente hacia los impulsores de la iniciativa, se sumó –en las últimas horas- un nerviosismo evidente ante lo que significa una instancia que no sólo implicará la derogación de los artículos en cuestión sino una verdadera y genuina evaluación al gobierno. Ya no será posible tapar el sol con una encuesta de opinión que pretenda blindar la aprobación del Presidente, en respuesta a la suba de los combustibles, o después de conocerse el aumento de su salario y de otros jerarcas de gobierno, por ejemplo. Algo que resulta una verdadera afrenta a la inteligencia de los uruguayos que deben hacer frente a sus obligaciones con menos ingresos por obra y gracia de la política económica impulsada desde marzo de 2020. Salvo que dichas encuestas sean fruto de la opinión de los “malla oro”, única y entendible razón de sus resultados.

Basta con escuchar los comentarios de la gente en las colas del supermercado o frente al puesto de las ferias o en el almacén del barrio, para conocer el descontento social que empieza manifestarse cada vez con mayor frecuencia ante lo que se percibe cada día más: la pérdida del poder adquisitivo de los uruguayos.

¿Quién no vive la disminución de sus ingresos y ha empezado a recortar sus gastos de manera abrupta para poder cerrar el mes sin sobresaltos? Y ni aun así se logra cerrar con saldo positivo. La capacidad de ahorro es cero y menos incluso. Los salarios han perdido valor ante la inflación, y el rango meta fue superado según datos divulgados recientemente. Ni hablar de los Consejos de Salarios, y mucho menos de las pautas para la ronda que se viene donde ya han manifestado referentes de las cámaras involucradas su intención de pautar por debajo de los laudos establecidos. Entonces, con ese panorama en plena ejecución, ¿cómo es posible argumentar y justificar una encuesta de opinión que diga que más de la mitad de los uruguayos aprueba la gestión del Presidente?

Las patas de la sota vienen nuevamente a mi mente, y esa figura también se me presenta para identificar a los que miran para otro lado o desvían la atención de lo verdaderamente importante, para generar eventos de distracción que entretengan a los incrédulos. 

En andas de la pandemia

A los pocos días de instalado el gobierno se instaló también la pandemia, aunque a estar por los datos reales, la verdadera pandemia vino mucho tiempo después. Tanto, que nos dio espacio suficiente como para prevenirnos convenientemente –algo que no se hizo ni se aprovechó- y talenteamos de lo lindo con la versión de ser una isla en medio de dos colosos acosados por el Covid-19. Pero, ni bien la ola nos tapó pasamos a ser los peores de la clase -y del mundo- con datos escalofriantes que nos pusieron en el peor podio posible. Las vacunas demoraron más de lo deseado y allí hubo también desinteligencias de las autoridades que hasta se dieron el lujo de rechazar la Pfizer en su momento. 

Hoy los números empiezan a revertirse pero sin que todavía podamos decir que derrotamos la pandemia, a pesar del velado interés gubernamental por apresurar los tiempos, la mesura es el mejor camino a seguir. Países como Israel vuelven a restricciones de movilidad, ante el empuje de brotes con nuevas variantes del virus. Y si no somos capaces de entender que aún con las vacunas estamos expuestos a un rebrote, correremos la misma suerte que no supimos aprovechar antes. No podemos olvidar ni por un instante los más de 5.800 uruguayos que fallecieron a causa del virus, un precio demasiado alto que pagamos. 

Pero un día la pandemia será historia –ojalá ya estemos escribiendo esa página ahora- y no será más la excusa principal de una gestión que hoy la expone como principal responsable de los efectos de sus políticas públicas. Justo quienes menos han invertido en contrarrestar sus efectos, poniendo –otra vez- al Uruguay en un podio para nada atractivo como el de los países que menos respaldo dieron a los sectores más afectados por la pandemia.

Desde la seguridad, que vaya si panfletearon como un efecto propio de su gestión la baja de delitos, hasta la crisis económica de un país que entró en recesión después de década y media de crecimiento sostenido, la pandemia fue la excusa perfecta. En seguridad, el mundo entero comprobó la baja de la conducta criminal causada por la merma de la actividad social y económica producida por las medidas adoptadas para enfrentar al virus. Así lo demostraron sendos estudios académicos internacionales que incluyeron a nuestro país. Pero el blindaje mediático siguió batiendo parches a una gestión que empieza a hacer agua por varios flancos (casos de corrupción y abuso policial; reclamos por seguridad en los barrios; sonados casos de narcotráfico que otrora eran usados políticamente y hoy sufren en carne propia, etc).

Y el deterioro del salario real también empieza a generar consecuencias entre los trabajadores. Más en un país como el nuestro donde la inmensa mayoría de la población es clase media (lastimosamente menguada con el crecimiento de la pobreza descontrolada que hoy vivimos). Familias donde el principal ingreso es el salario, sufren –los que todavía mantienen su fuente laboral- el deterioro sostenido de sus ingresos con la consecuente disminución de su calidad de vida. 

Un referéndum en ciernes será un catalizador que medirá en toda su dimensión, la gestión del gobierno sin la más mínima posibilidad de que interceda en su auxilio, ninguna empresa encuestadora. Serán las urnas y la voluntad soberana la que emitirá su veredicto en una demostración de democracia directa que muchos despreciaron alentando en su contra.

La culpa no es –ni será- de la sota, pero sí de los que les dejaron las patas a la vista…


el hombre hizo una seña, 
   el perro le mordisqueaba un garrón… 


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