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viernes, 2 de diciembre de 2011

¿Y Pedro, dónde está?


Un padre empuña un arma para defender a su familia, la pone a resguardo en el piso superior de su finca ubicada en la zona  de Carrasco. Baja dispuesto a enfrentar a los delincuentes, escucha el grito de su esposa y vuelve sobre sus pasos; ve una sombra y dispara. La bala ya salió del arma, la sombra yace sobre el piso inerme y en la pared quedó el impacto del proyectil que le atravesó el pecho... a su hija.



La sicosis colectiva se expande sin control, y lo hace por sectores de la sociedad con un nivel cultural y social que va de medio a alto, lo que hace díficil encontrar sus causas en razones de orden cultural exclusivamente. Seguramente hay otras causas que llevan a la gente a armarse para defender sus bienes, aún a costo de la vida de alguien de su entorno más cercano. ¿Alguien puede explicar la razón de arriesgar tanto?

Los peligros de tener un arma se multiplican exponencialmente cuando quien la porta no tiene la preparación adecuada para hacerlo. No basta con tener puntería, pues un arma representa mucho más que un mero disparo a un blanco. Se necesita estar preparado para empuñarla a sabiendas de los riesgos que implica, pues muchas veces -como en este caso- las consecuencias son irreversibles.

Viene siendo hora ya que asuman su responsabilidad quienes promueven que los ciudadanos se defiendan portando un arma. Esos mismos que ahora no se oyen al momento de asumir su cuota parte de responsabilidad en los hechos. Es muy fácil desviar la responsabilidad en este tema pero es también una actitud hipócrita el no reconocer que una figura pública debe medir muy bien sus dichos pues genera, no solo opinión sino conductas, que luego derivan en situaciones desgraciadas como esta que nos ocupa.

Y que no se diga que es un problema cultural, (entendiendo el mismo como falta de formación y/o información solamente), pues este triste caso se dio en gente de nivel social alto, donde no existen esas carencias precisamente. Pero donde sí se dan otras condiciones para que germine un discurso como el expresado por el líder colorado, que alimentó la respuesta a la inseguridad mediante el uso de armas.

Fue precisamente el Senador Bordaberry el que arengó hace meses a “no desarmar a los honestos”, como si desde el gobierno se alentara a ello. Solo un  desprevenido pudo inferir eso, cuando en verdad el mensaje era el de no alentar a que la gente se arme sin antes comprender y entender los riesgos que implica portar un arma.

A partir de aquellos dichos, se han sucedido varios casos de muertes violentas en procesos delictivos que tuvieron un alto impacto en la población -potenciado también- por la amplia difusión que tuvieron los mismos. Un discurso para recoger el aplauso fácil, que aprovechó el acuerdo multipartidario para salir a pedir todo lo que se había acordado allí.

Un mensaje directo -que impactó fuertemente en un sector de la población que estaba vulnerada sicológicamente por haber sufrido en carne propia algún evento de violencia- sirvió para encender una escalada armamentista que hoy paga las consecuencias. Y lo hace sin que aparezcan, para rendir cuentas, quienes propiciaron esa corriente.

La tenencia de armas debe ser un acto de extrema responsabilidad que le debe estar vedado a quien no tiene la capacitación adecuada, (física y mental), para estarlo. De lo contrario seguiremos lamentando muertes infames, que pudieron evitarse si, en lugar de inculcar miedo, se hubieran alimentado otros valores como la solidaridad y la convivencia.

La vida no tiene repuesto, y la cicatriz que hoy padece una familia de Carrasco será por siempre una marca inocultable. Y todo porque hubo quien sembró miedo donde debió plantar soluciones alternativas a ese sentimiento. Invitaron a armarse a un sector de la población que no estaba preparado para hacerlo, y hoy paga un caro precio a tamaña irresponsabilidad.

¿Quién le explica ahora a esa familia que no debió hacer caso a aquella prédica? ¿Por qué no se escuchan esas voces ahora, en que la muerte alcanzó a una joven que tenía toda una vida por delante y no era un delincuente?

No alcanzarán mil marchas para recuperar lo irrecuperable. Hoy una familia está quebrada y ya nada será lo mismo. Nunca más. Y mientras todo ello ocurre nos seguimos preguntando: ¿y Pedro, dónde está?

el hombre estrujó la hoja policial,
el perro aulló de tristeza aquella noche...

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