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Entre
la estigmatización y la ley
El
Marconi es un barrio humilde que lleva décadas de abandono, pero al
que se vuelcan las miradas de todo un país cuando ocurren hechos
como los de estos días. Viven entre la estigmatización que pregonan
algunos y el abandono del Estado que sostienen otros. Entre ellos,
están los que se creen dueños del lugar e intentan hacer valer su
propia ley, los que promueven el abandono, los que no quieren al
Estado allí para que se imponga su regla, su modo de vivir al margen
de la ley o su condición de pibes chorros.
Afirmar
que se estigmatiza un barrio cuando la Policía ingresa al mismo para
hacer cumplir la ley es una afirmación peligrosa además de
equivocada. Encierra el peligro de negar al brazo armado de la ley
que nos damos como sociedad para hacer cumplir nuestras reglas de
organización. Además, es temerario afirmarlo sin tener elementos
para ello, haciéndolo de forma apresurada sin escuchar todas las
versiones, amparados -casi que exclusivamente- en un sentimiento de
rechazo a la Policía.
Semejante
determinismo dialéctico lleva implícito el peligro de cometer las
mismas injusticias que se pretenden defender pero con distintos
actores. Si algo se ha demostrado a lo largo de estos últimos años
es la existencia de juicios a malos procedimientos policiales que han
dado lugar a sanciones y determinación de responsabilidades penales
según correspondiere. Y lo han hecho los propios policías en primer
lugar, defendiendo a ultranza su juramento de actuar siempre en
cumplimiento de la ley.
La
presencia policial implica precisamente lo contrario, es la presencia
del Estado, la que reclaman en primer lugar todos los colectivos
sociales, la que ofrece garantías para el normal desarrollo de la
convivencia en un barrio. Nada más lejos del concepto de
estigmatización que le atribuyen algunos.
Esos
mismos que nada dicen de los enunciados emitidos en las redes
sociales -su primer vehículo de difusión- referidos a la condición
de “pibes chorros” que se atribuyen los jóvenes protagonistas de
estas historias. Pibes que perdieron toda referencia, para reflejarse
en espejos a todas luces negativos. Esos que viven del delito, del
robo o la rapiña, que no miden grado de violencia, que salen a ganar
a riesgo de perder la propia vida. Pibes de nuestro Uruguay, un país
que nunca soñó contar con estos protagonistas de hoy pero que
amaneció un día con ellos en medio de un cúmulo de nuevos falsos
ídolos que se multiplican al ritmo del “me gusta”.
Han
impuesto su modelo, se potencian por la red, se ufanan exhibiéndose
con armas, se sienten inmortales pero salen a morir cada día. No
tienen otro proyecto de vida que no sea el ganar como sea y contra el
que sea. ¿Qué los impulsa a esa conducta? ¿El afán de lucro
resumido en obtener el último modelo de aquel producto inalcanzable?
¿O es el mérito de ser reconocido, de ser alguien entre los
anónimos, y de serlo rápido? ¿Dónde están los padres de esos
pibes? ¿Saben de sus hijos o son cómplices de los mismos?
Preguntas
sin respuestas que nos hacemos todos.
Tengo
un grupo de amigos con los que nos enfrascamos en discutir estas
cuestiones cuando estalló El Marconi. Para algunos la solución es
francamente nefasta, aniquiladora. Si la policía estigmatiza, estos
amigos superan ampliamente ese sentimiento. Los entiendo, opinan
desde lo que cada uno entiende y no se explica. Reaccionan indefensos
y muestran la cara más cruel del hombre. Es la ley del más fuerte y
el exterminio es la vacuna. Olvidamos siglos de evolución y sacamos
lo peor de la condición humana a flote. Y es que no hay soluciones
mágicas, tampoco reacciones divinas que logren el cambio de un día
para el otro.
Eso
sí, nunca será una buena solución abandonar la lucha. Por eso ante
el problema lo que hay que hacer es multiplicar la presencia del
Estado. Más policías sí, pero con ellos más salud, más
educación, más servicios, más ciudadanía. Solo así podremos dar
batalla y desplazar a una delincuencia que se quiere apropiar de
nuestra mayor fortaleza: la vida en sociedad.
La
primera reacción es propia de la naturaleza humana, es el instinto
de conservación, por lo menos así me lo explico. Por eso entiendo a
los maestros y al personal de la salud, tanto como debo agradecerles
el sacrificio que hacen cada día forjando el cambio en esos ámbitos
donde hay que redoblar esfuerzos. Así como también agradezco la
sensibilidad de las autoridades que multiplican recursos para que
esos servicios sigan estando presentes en ese barrio y en todos los
barrios del país. Porque la única lucha que se pierde es la que se
abandona y acá nadie abandona ninguna.
No
quiero más pibes chorros en mi pais, los quiero estudiando,
llenándose de proyectos para forjar el futuro de un país que los
necesita.
el hombrecito se colgó la mochila,
pero lo lamentable de toda esta historia es que terminamos reflotando y validando un viejo refrán: "tenes razón pero marche preso". y en el mientras tanto, que hacemos????? con cambiarle el nombre a estos agrupamientos humanos no resolvemos la situación. como quien dice la gatopardeamos. primero lo primero. tenemos que bañarnos en humildad y encontrar adonde fallamos. porque sucede y no me lo pintan los adversarios. porque duele y duele en serio a todos, está en nuestras manos la obligación de no dejar que esto se convierta en una franquicia de la favelas rosinha o del fuerte apache. un fraternal y esperanzador abrazo pedro
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