El pasado martes 17 del mes en curso, durante una entrevista concedida al Canal 4 y su noticiero Telebuendía, la fórmula nacionalista dio muestra del clima enrarecido que campea por su entorno. Al ser interrogados por el periodista Daniel Castro acerca de un muy comentado spot televisivo –con mensaje lacrimógeno incluido- tuvo como respuesta la iracundia de quienes no toleran cuestionamiento alguno.
El punto pasa entonces por aceptar la crítica y la libertad de prensa en forma plena, ó prestarse al circo mediático que acostumbraron siempre los dueños del poder. Era hora que de una buena vez los periodistas hicieran las preguntas de las que los televidentes queríamos conocer sus respuestas. El referido corte publicitario del publicista argentino Argulla- que dejara en ridículo a quienes compraron dicha pauta- fue objeto de análisis y crítica.
Por más que hicieron el intento de convencer argumentando que lo importante era el mensaje, olvidaron una parte sustancial de toda correspondencia, olvidaron al mensajero. En este caso, el mensajero no fue creíble ni mucho menos. Una puesta en escena con actores argentinos, burdamente reiterados en dos pautas para públicos distintos, dejó caer un aluvión de críticas que echaron por tierra cualquier intención publicitaria del mismo.
Si uno va al cine a ver una película interpretada por actores, pretende que éstos le vendan la ilusión de la ficción que protagonizan. Intentan ser creíbles, más allá de toda otra idea y durante el lapso que dure la ficción la consumimos como real, aún a sabiendas de no serlo. Un mensaje político, enunciado por un candidato a Presidente de la República –con todo lo que ello implica- es una invitación a convencernos sobre la intención cierta de su mensaje. Ya no es una ficción, (por lo menos no debería serlo), pues con la decisión que intenta provocar en cada uno, van cinco años de nuestras vidas como ciudadanos de un país. Y no es menor la circunstancia de ceder la responsabilidad de gobernarnos durante ese tiempo a quien se nos ofrece a través de una herramienta comunicacional como la referida.
Nunca más acertada la afirmación del periodista cuando pregunta si no es una publicidad engañosa un spot donde las personas que aparecen allí son, ya no actores, sino extranjeros que jamás escucharon la emocionada proclama que producía. La emoción de sus expresiones, era falsa, jamás escucharon la misma. Y encima, las mismas caras y expresiones, se reiteran en otro spot previamente producido para la campaña electoral del empresario argentino De Narváez.
Si fueron sorprendidos en su buena fe –cosa probable- su ingenuidad es tal que no merecen disputar responsabilidades de gobierno. Si, por el contrario, conocían el producto, la subestimación que hicieron de la ciudadanía dejó expuesta –una vez más- la manipulación de la que son capaces, y de la que el caso Feldman intentó ser parte hace tan solo pocos días.
Un punto cierto es que están en todo su derecho de comprar el producto que quieran y presentarlo como lo quieran presentar.
Tan cierto como el derecho que tenemos todos de no aceptar mentiras maquilladas cada cinco años.
Justo ahora, que nos acostumbramos a pasar raya y disfrutar las promesas cumplidas.
El punto pasa entonces por aceptar la crítica y la libertad de prensa en forma plena, ó prestarse al circo mediático que acostumbraron siempre los dueños del poder. Era hora que de una buena vez los periodistas hicieran las preguntas de las que los televidentes queríamos conocer sus respuestas. El referido corte publicitario del publicista argentino Argulla- que dejara en ridículo a quienes compraron dicha pauta- fue objeto de análisis y crítica.
Por más que hicieron el intento de convencer argumentando que lo importante era el mensaje, olvidaron una parte sustancial de toda correspondencia, olvidaron al mensajero. En este caso, el mensajero no fue creíble ni mucho menos. Una puesta en escena con actores argentinos, burdamente reiterados en dos pautas para públicos distintos, dejó caer un aluvión de críticas que echaron por tierra cualquier intención publicitaria del mismo.
Si uno va al cine a ver una película interpretada por actores, pretende que éstos le vendan la ilusión de la ficción que protagonizan. Intentan ser creíbles, más allá de toda otra idea y durante el lapso que dure la ficción la consumimos como real, aún a sabiendas de no serlo. Un mensaje político, enunciado por un candidato a Presidente de la República –con todo lo que ello implica- es una invitación a convencernos sobre la intención cierta de su mensaje. Ya no es una ficción, (por lo menos no debería serlo), pues con la decisión que intenta provocar en cada uno, van cinco años de nuestras vidas como ciudadanos de un país. Y no es menor la circunstancia de ceder la responsabilidad de gobernarnos durante ese tiempo a quien se nos ofrece a través de una herramienta comunicacional como la referida.
Nunca más acertada la afirmación del periodista cuando pregunta si no es una publicidad engañosa un spot donde las personas que aparecen allí son, ya no actores, sino extranjeros que jamás escucharon la emocionada proclama que producía. La emoción de sus expresiones, era falsa, jamás escucharon la misma. Y encima, las mismas caras y expresiones, se reiteran en otro spot previamente producido para la campaña electoral del empresario argentino De Narváez.
Si fueron sorprendidos en su buena fe –cosa probable- su ingenuidad es tal que no merecen disputar responsabilidades de gobierno. Si, por el contrario, conocían el producto, la subestimación que hicieron de la ciudadanía dejó expuesta –una vez más- la manipulación de la que son capaces, y de la que el caso Feldman intentó ser parte hace tan solo pocos días.
Un punto cierto es que están en todo su derecho de comprar el producto que quieran y presentarlo como lo quieran presentar.
Tan cierto como el derecho que tenemos todos de no aceptar mentiras maquilladas cada cinco años.
Justo ahora, que nos acostumbramos a pasar raya y disfrutar las promesas cumplidas.
el hombre de pelo blanco se sacaba el micrófono enojado,
el perro supo allí que venía la tanda...
el perro supo allí que venía la tanda...