¿Quién podía imaginar que la canción de Divididos se hiciera carne en un forma de gestionar los destinos del país? Porque más allá de promesas incumplidas -que aunque no debieran hacen parte de la idiosincrasia política tradicional- ni el más arriesgado de los mortales pudo imaginarse un escenario como el actual donde la mentira se haya institucionalizado como la verdad para un Gobierno que la incorporó a su discurso sin que se le mueva un pelo (sin alusión a la alopecia presidencial). Es tal el nivel de cinismo que aplican que asombra y los hace dignos de la estatuilla dorada. No hay crédito ya para un Poder Ejecutivo que hace agua por varios flancos a raíz de los impactos que los casos Marset y Astesiano le han infringido, y a los que no han podido eludir ni disimular por más humo que han intentado promover. La mentira es la constante para sostener un relato que muy pocos creen; una crónica que empezó a cobrarse un alto precio en la devaluada imagen de un Presidente que ya no domina las entrevistas y queda cada vez más expuesto a un triste papel de capitán de un barco que empieza a escorarse rápidamente. La imagen de Pinocho asociada a la figura de Lacalle Pou es una constante que seguramente pasará a la historia para representar una gestión donde la mentira fue la verdad…