Confieso que no tengo el mismo entusiasmo que en 2010, pero seguramente sea cuestión de horas (esta nota se escribe a escasas 48 horas del debut celeste), para que el mismo crezca y la fiebre mundialista me contagie como al resto de los uruguayos. Es formidable ver a los gurises -y no tanto- verlos confundidos en una onda cromática de color cielo que invade locales comerciales, escuelas y hasta el más alejado rincón del país que vive esta instancia como lo que verdaderamente es: una fiesta.