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Impuso un estilo personalista a nivel extremo,
tanto que hoy tiene que asumir lo que prometió en campaña y que no es otra cosa
que hacerse responsable por la gestión de sus mandatados. Porque, a estas
alturas, no quedan dudas que es el principal responsable (por acción u omisión),
de los hechos que ocupan la agenda de los uruguayos. Una agenda plagada de
irregularidades y escándalos que no solo complican la figura de nuestro primer
mandatario sino -lo que es mucho peor- dañan la imagen internacional de nuestro
país. Ese daño es inmensurable y solo el tiempo podrá medirlo en su real
dimensión. Mientras tanto, el presidente oriental está envuelto en una cadena
de escándalos que lo tienen como común denominador y lo encierran en un
profundo y escabroso laberinto del cual nadie puede predecir con certeza que
saldrá indemne.