El tres es un número mágico, asociarlo con la divina trinidad es casi automático para cualquier cristiano (y no tanto); dos veces tres implica una sobredosis de simbología que no resiste archivo. Quien recorra Piriápolis, por ejemplo, se encontrará con este número en repetidas ocasiones ya que el fundador de aquel balneario de Maldonado era un reconocido místico que construyó aquella ciudad en base a una geometría sagrada regada de símbolos. 33 son los escalones que separan la rambla de la entrada al Argentino Hotel, por ejemplo, y así podemos seguir enumerando rincones que esconden símbolos alquimistas y templarios de una época que pasó dejando su huella como un diagrama oculto para ser descifrado. Pero si bien están allí y nadie duda de su existencia, no parecen ser el escudo que protege de un virus pandémico que azota la humanidad por estos tiempos. Por lo menos, no parecen ser los mismos talismanes que sí protegen a otro territorio uruguayo donde el número mágico está haciendo historia. Por eso hoy quiero escribir sobre el “Enigma 33”…
Aclaración importante: esta columna se escribió horas previas de conocerse el triste fallecimiento del Dr. Enrique Soto, víctima de Covid-19. Como él, casi un centenar de uruguayos han perdido la vida por culpa de este virus y se suman a los más de un millón y medio de fallecidos en todo el mundo. Para ellos, todo mi respeto; que no se interprete lo escrito como una falta de sensibilidad hacia las víctimas y/o sus familias, sino todo lo contrario. Es solo una humilde contribución para sobrellevar el confinamiento que trajo la pandemia con una lectura disparatada que, si logra arrancar una sonrisa al lector, habrá conseguido su objetivo. La columna se subió y se bajó casi enseguida a su publicación para incluir esta aclaración que entendíamos necesaria.