Un ciudadano común, un trabajador, un padre de familia, está privado de su libertad. Su delito fue defender su familia, su hogar y sus bienes, de un delincuente.
Un hijo, un hermano, un joven uruguayo, está muerto. Había muerto algunos años antes, lo había empezado a matar la droga. Ese miserable que vino a robarse lo mejor de nuestra sociedad y que hoy nos deja dos víctimas, uno preso y el otro muerto.
La indignación ganó la calle, ganó al barrio. Los vecinos reclaman justicia y la inmediata libertad del vecino que solo defendió su hogar de quien le estaba robando. Pero la Justicia es ciega, no ve caras ni corazones, solo hechos objetivos sobre los que dictar un veredicto.
Por otra parte también se agravian e indignan los que lloran al delincuente (ese hijo, hermano y amigo que un día probó el veneno y selló su sentencia de muerte), y atentaron contra la camioneta de ese padre, trabajador y vecino, prendiéndola fuego. ¿Que pasó en el Uruguay? ¿Adónde fueron a parar los valores mínimos de convivencia? Hubiera sido más digno para honrar la memoria del fallecido otra actitud y no esta. Llorarlo en silencio, aceptando la culpa por no haber hecho nada para apartarlo del camino que había elegido, hubiera sido una respuesta por lo menos aceptable, que hiciera recapacitar a todos -en tanto responsables- por dejar que ocurran estas cosas. Sin embargo se la toman contra quien no tiene culpa alguna, siendo también víctima de una situación que seguramente no propició y menos evaluó -dadas las circunstancias del momento- las consecuencias que tendría su acto de defensa.
Ahora surgen voces encontradas de uno y otro lado. Pareciera que olvidáramos que el objetivo es uno solo y que no hay víctimas ni victimarios. Todos padecemos los errores de un sistema que nos merecemos cambiar. Terminemos con la hipocresía y el oportunismo. No utilicemos estos hechos para conseguir el voto fácil. No es solución considerar imputables a uruguayos más jóvenes, sino apostar a su educación. No dejarlos solos y acompañarlos en el crecimiento para que no se “tuerzan” y ocurran hechos como el que nos ocupa en esta nota.
De nada vale llorar sobre la leche derramada, si no apagamos el fuego a tiempo para que eso no ocurriera. A cada uno le cabe su cuota parte de responsabilidad. Cada uno de nosotros somos culpables por cada día de privación de libertad de ese mecánico; cada uno de nosotros llevaremos la culpa por la muerte de ese chico devenido en delincuente. Y lo somos por la sencilla razón de mirar para un costado cada vez que nos enfrentamos a un caso similar y nada hacemos. Somos responsables cada uno de nosotros que seguimos abonando a la cadena del delito y acudimos a una feria vecinal (en el mejor de los casos) para adquirir un producto a un precio vil, que solo se justifica por su ilegal procedencia.
Si cortamos los eslabones la cadena se rompe y la actividad deja de ser atractiva. Si el delito aumenta es porque hay un mercado que lo respalda y lo hace redituable. Si empezamos cada uno a cortar esos eslabones, seguramente terminarían aislándose quienes viven de ese comercio y dejaría de ser rentable.
No queremos más ciudadanos de bien presos, no queremos más gurises muertos por nada. No queremos más víctimas ni victimarios.
el hombre guardó silencio,
el perro lo acompañó.
el perro lo acompañó.
* Columnista uruguayo
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