Publicado en La ONDA digital
Un cura militante de izquierda es noticia por su trayectoria registrada en un libro de reciente aparición. Libro que relata –brevemente- una parte de su rica historia de vida. De lo mucho que tiene para recoger esa semblanza de vida en caracteres de molde, la prensa sensacionalista solo recoge lo que vende al momento de su reseña. Una serie de afirmaciones sacadas de contexto que, a más de 40 años de emitidas, son un contrasentido sobredimensionar. Sin embargo es lo único que rescatan los cronistas de dicha obra.
Al cura en cuestión – Padre Uberfil Monzón- lo conocemos desde hace tiempo. Rescatamos su vida misma dedicada a los más humildes; su entrega sin medida por devolver dignidad a los más necesitados; su vida austera, sin lujos, sin ostentaciones.
Realizó una impresionante tarea al frente del INDA, un organismo que venía signado por la corrupción más insana que se pueda imaginar. Esa que lucra con los más necesitados. Allí puso la administración en orden junto a un grupo de colaboradores que no le fallaron, y con esa tranquilidad que le dio el resultado ordenado de la administración del organismo, pudo dedicarse a pergeñar la idea maravillosa de los Espacios INDA. Lugares de recreación y merienda para los niños más carenciados, esos que pudimos ver llegando a los mismos portando sus vasitos para tomar la leche junto a un refuerzo de pan con dulce.
A ese mismo cura al que hoy cuestionan, le habían negado la posibilidad de celebrar la eucaristía merced al ejercicio de un cargo político como el que tuvo al frente del INDA. Hoy ha recuperado su condición de sacerdote compartiéndola con la Presidencia Honoraria del Patronato Nacional de Encarcelados y Liberados, desde donde sigue brindando su vocación misionera mirando al prójimo con ansias de recuperarlo para devolverlo como un hombre nuevo a la sociedad. Semejante vocación de servicio se merece más respeto por parte de quienes pretenden –al realizar esas apreciaciones que hoy cuestionan- menoscabar su inmensa figura. Sacar de contexto lo que dijo hace cuatro décadas, no parece una forma correcta de interpretar sus dichos.
Hoy, ese cura, nos emocionó a todos.
Con una voz calmada, hasta con un tono de in disimulada felicidad, nos relató el momento en que despidió a su madre, en estado de coma, junto a sus hermanos. “La rueda era amplia, nuestra familia, numerosa. Mi madre yacía postrada y con una respiración cada vez más pausada. En un momento de extraña y consagrada sensación, se oyó su voz que nos reprochaba que hubiera vuelto de un lugar bonito y florido. Nos reprochaba estar aún en esta vida siendo que había visto la luz de Dios. Unos instantes después, murió”.
"Nacemos para morir y morimos para nacer" - reflexionó este cura. Y continuó diciendo que nos resistimos a dejar partir a nuestros seres queridos, a nuestros padres, hermanos y a nuestros amigos. No tomamos conciencia que solo despedimos un cuerpo que ya pasó el umbral para estar junto a Dios.
Dijo esto y rezó. Junto a él lo hicimos también los privilegiados acompañantes que pudimos apreciar la inmensidad de un cura que nos demostró en unos minutos la razón de la vida misma. Un camino inexorable por el cual debemos transitar todos. Un camino que queda abonado por la vida militante de quien nos deja su legado para seguir construyendo la utopía.
Sus consagradas manos se posaron en la frente del compañero y con un simple “Chau, Gabriel*”, nos despedimos todos.
el hombre rezó en silencio,
esta vez el perro no ladró...
No hay comentarios:
Publicar un comentario