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sábado, 26 de noviembre de 2011

Perdiendo el sentido... colectivo

Nos escandalizamos por un video colgado en internet en el que unos chicos uruguayos dan muerte a una perrita a palazos; casi al mismo tiempo, los noticieros pasaban el video de seguridad de un supermercado del centro de Montevideo, donde se aprecia la ejecución sumaria de una persona en manos de un delincuente. Tanta exhibición nos lleva a pensar en la pérdida del sentido colectivo cuando no se miden consecuencias y se aplica el todo vale por un punto de rating.

Seguramente se diga que vivimos otros tiempos, más vertiginosos, donde la revolución tecnológica impone un ritmo que es difícil de seguir sin que suframos alguna consecuencia por ello. Tanto vértigo y tanta inmediatez lleva a que los hechos se precipiten de manera impetuosa y no terminamos de recibir un golpe cuando ya se nos asesta otro sin aviso.

A esa velocidad crucero en la que se producen y reproducen los acontecimientos, se pierde el sentido colectivo. No solo porque no se miden las consecuencias que produce la difusión masiva de hechos que poco o nada aportan al colectivo social, sino porque con esa exhibición -estilo reality show- dejan al desnudo antivalores que creíamos no poseer. Bastan hechos de desmedida violencia como los ocurridos, para que afloren -en su rechazo- acciones tanto o más violentas que las producidas, las que pretenden ser justificadas (¿?) por un sentimiento de venganza ante los mismos.

Estamos perdiendo ese sentimiento colectivo del que nos jactamos durante tanto tiempo. Ya no evaluamos nuestras acciones pensando en el otro, y -en cambio- actuamos egoístamente sin medir consecuencias. Este es un caso claro. El egoísmo de los medios pasa por ser primeros en la medición de audiencia, sin reparar las consecuencias que tiene la emisión de hechos que disparan un espiral aún más violento en la reacción de los televidentes. Al punto de convocarse para manifestar -y hasta amenazar con acciones de venganza- buscando recomponer, por mano propia, ese estado de injusticia generado.

Se convocaron cientos para dar muestras de rechazo a una acción abominable, por cierto. Se enunciaron comentarios de extrema virulencia que lejos de aportar, alimentaron un clima de violencia que se extendió por varios días.

Por otra parte se podrá decir que bastó un detonante para que la sociedad (parte de ella), dejara salir su parte más insana o enferma. Seguramente ello no sea culpa de los medios que fueron un disparador simplemente, pero lo hipócrita del asunto pasa por pretender luego justificar la reacción social violenta en otras causas dejando fuera la difusión masiva de los hechos. Es decir que, si bien puedo aceptar que la sociedad sufre de una crisis de valores importante, también es cierto que contribuye a esa crisis la exhibición mediática de hechos como los que nos ocupan. Se rebasan límites que luego no se pueden contener.

Gran parte de los problemas que hoy padecemos como sociedad seguramente tengan su razón en esa pérdida colectiva de un sentido que ha ido automatizando a la sociedad al punto de hacerle perder esos espacios de contacto que hacían (y hacen) la diferencia en toda comunidad.

El día que nos dejen de importar las consecuencias de nuestras acciones para con el otro, el día que dejemos de hacer cosas para otros, habremos traspasado un umbral sin retorno posible.

Del mismo modo, el día que hayamos perdido la sensibilidad ante los hechos violentos que acontecen, habremos perdido más que una batalla, la guerra. Por eso, si bien es comprensible la reacción, no podemos justificarla al punto de aceptar más violencia como remedio, pues estaremos cometiendo un grueso error.

En tanto -y mientras tanto- vivamos en sociedad, debemos ir todos juntos al rescate de ese sentido colectivo perdido. Hacerlo nos devolverá, más temprano que tarde, esa fuerza intangible llamada solidaridad.


el hombre lloró de rabia y dolor,
el perro, simplemente ladró

   

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