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Fuente imagen: dianova |
El tema no es nuevo, lamentablemente, ya fue motivo de
otras columnas (La
muerte ya no paga boleto) donde la referencia fueron muertes de
menores de edad que estaban en el lugar y el momento equivocado, merced a la
práctica de usarlos como escudos a algunos, y otros por el simple hecho de estar en su casa. Los códigos criminales han cambiado de
forma drástica y aquellos límites inmaculados de no atentar contra viejos ni
contra niños, dejó lugar a acciones en que no se considera nada más que
derramar violencia sin mirar contra quien.
El sicariato se ha instalado definitivamente en suelo
oriental, y a estar por los tristes episodios que hemos vivido (muchos de los
cuales se enumeran en el citado informe), la situación tiende a empeorar en el
corto y mediano plazo.
Las autoridades entrantes son conscientes del grave
problema que heredan, en un escenario en que la violencia que implican las
muertes violentas, dejan un panorama complicado al que deberán ponerle mucho
trabajo de inteligencia policial junto a otras herramientas que no impliquen
necesariamente acción policial sino del Estado como tal. El tema de la
seguridad merece –definitivamente- un tratamiento integral en que todo el
andamiaje estatal se ponga al servicio de mejorar la convivencia, acompañando a
la Policía en esa tarea. Si pensamos que la solución es meramente policial,
estamos en un grave y profundo error.
La intervención policial es necesaria, pero –también- debe
acompañarse de otras acciones que refieren a la vida misma de los barrios,
donde los servicios funcionen, la presencia del Estado sea real con sus
organismos instalados y funcionando al servicio de la gente. Algo que no es
nuevo, y que funcionó en lugares mucho más violentos como la ciudad colombiana
de Medellín.
En ocasión de ser invitado por el fallecido Eduardo Bonomi,
el exsecretario de cultura de Medellín –Jorge Melguizo- se refirió a cómo su ciudad pudo
cambiar el clima de hostilidad reinante que la había posicionado como la ciudad
más violenta de América del Sur, para transformarse en un rincón donde la baja
de la criminalidad fue posible con políticas públicas que derramaron ciudadanía
en los lugares más peligrosos de la ciudad. Ese derrame de ciudadanía permitió
que esos rincones donde las muertes por sicariato eran moneda corriente, se
convirtieran en lugares donde la presencia de servicios públicos que atraían gente,
terminaran empujando a los criminales fuera de la ciudad. En definitiva,
desplazaron la violencia generando espacios de convivencia.
En tal sentido, la idea de profundizar y desarrollar la
Policía Comunitaria junto al relanzamiento del PADO tal y como fue creado, son
medidas que combinan prevención con represión. A eso hay que sumarle más Estado
con la intervención de otros ministerios y así aplicar un concepto de seguridad
integral que permita aplicar los recursos de forma eficaz y efectiva.
Infancias que
duelen
Es cierto que los relatos más cruentos tienen la triste
virtud de generar mucho ruido dada la espectacularidad de los mismos. Semejantes
episodios llaman mucho más la atención que otras acciones mucho más
beneficiosas, esas que generan valores para toda la vida, pero que venden mucho
menos que el morbo de la violencia.
Tampoco es que sean la mayoría, pero el impacto que generan
producen la sensación de serlo y así contribuyen a su difusión. Una promoción
negativa que lo que genera es miedo y empodera al criminal que se aprovecha de
esas acciones para marcar territorio. La situación no deja mucho espacio para
la especulación, el miedo se apodera de los vecinos que se encierran en sus
casas a horas tempranas, y que se protegen como pueden cuando suenan las
ráfagas de disparos que dejan sembrado el barrio de casquillos y de muertes.
Los protocolos de las escuelas disponiendo medidas de seguridad cuando suenan las balas, son perlas de una negra realidad que hay que parar de algún modo.
Abrigo la esperanza de que las nuevas autoridades puedan hacer la síntesis de un problema que ha superado toda ideología y que es urgente atender sin mezquindad política. La presencia de cuadros de las últimas administraciones apunta a encontrar ese punto medio en que los diagnósticos se cruzan para empezar, de una buena vez, a ver la realidad con los mismos ojos.
Es ahora, era ayer y mucho antes también. Lo que no podemos es dejar para mañana, porque nuestros niños merecen crecer en un ambiente de paz y
tranquilidad, sin miedos. Merecen disfrutar su niñez sin ser espectadores de
crudos escenarios y mucho menos, rehenes tomados en garantía de deudas que no
son suyas.
Es hora de empezar a tejer una sociedad más segura donde el
Estado intervenga en todos los aspectos que hacen a la vida misma de las
personas, y no quede espacio posible para que ese lugar lo ocupe el crimen
organizado. Porque donde no hay Estado entra el delito y se hace dueño hasta de
nuestras vidas.
Informes como ese son una señal de alarma que debe
impulsarnos a todos a tomar conciencia y no permitir que unos pocos se hagan
dueños de nuestras vidas.
Mucho menos que destruyan una etapa fundamental en la vida
de toda persona como es la infancia.
Es por ellos, es por el futuro…
el hombre iba con
su hijo,
el perro, con su cachorro...
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