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Valeria sigue encorsetada en su papel de la vicepresidenta putativa, valga la expresión, pues sigue con la retórica confrontativa que la llevó a una derrota irreprochable y que la tuvo como una de sus principales causas. En ese estilo barrabravesco que se impuso logró algunos aplausos que la marearon bastante y que la mantienen todavía girando sin saber muy bien hacia donde ir.
En ese singular estilo siguió atacando a la fuerza política que regirá los destinos del país por el próximo lustro sin asumir que perdieron y con un nivel de prepotencia digno de los malos perdedores.
Cómo será la cosa que desde sus propias tiendas surgieron críticas a sus dichos ni bien se pronunció adjudicando liderazgos en el Partido Nacional sin entender que con ello saldrían a responderle rápidamente en una clara manifestación de rechazo y ubicándola en su lugar de recién llegada. No pasó más que unas horas desde que pretendió asignar ese rol a Delgado que salieron prestos a deshacer el intento desde filas nacionalistas para poner -en su lugar- al presidente Lacalle Pou.
Claro que quienes lo hacen están pensando en 2030, pero se olvidan de que atribuirle la condición de líder ahora implica hacerse cargo de todo y no solo de lo que se espera en el futuro. También de lo que pasó y en ese punto, la derrota electoral es un acervo que nadie quiere cargar ahora.
Sin embargo, a los blancos les importa poco cuando de arrancar para las cuchillas se trata. Así salió Da Silva a responder y desmentir las afirmaciones de Ripoll en el programa Doble Click de Del Sol FM; y salió Javier García a imponer como único e indiscutido líder de los blancos a Lacalle Pou.
García se atribuye esa afirmación en su condición de ser el sector más votado del Partido Nacional, y en cierta medida estaría legitimado para hacerlo. Pero la verdad revelada no la tiene nadie y mucho menos si se va a los datos crudos que demuestran que bajo el “liderazgo” de Lacalle Pou, los blancos lejos de aumentar redujeron su caudal electoral.
A todo esto, la discusión sigue y seguirá tanto como quieran sus protagonistas, por supuesto.
En las derrotas es donde se aprecia claramente la grandeza de los líderes. Están quienes buscan culpables y con ello deslindar sus propias responsabilidades, y están quienes van a buscar las causas de la derrota sin otra intención que la de conocer la razón de esta, dejando la culpa en el último plano a considerar. Esos son los que encuentran -más temprano que tarde- el camino de la reconciliación y recuperación para construir el futuro, sin rencores ni pasadas de cuentas.
Otra vez, la realidad nos deja en negro sobre blanco, que somos bien diferentes y que la máxima de que nadie es más que nadie, está más vigente que nunca.
Hace pocos días en una entrevista de Jorge Balmelli para su programa de streaming Al Weso, la hoy diputada y futura senadora -Bettiana Díaz- dejó en claro el tema de los liderazgos en el MPP. Ante la pregunta del conductor sobre si Yamandú Orsi era el líder del MPP, la respuesta por la negativa lo descolocó. Es que en el MPP no hay líderes, respondió Bettiana, hay una conducción colectiva y -por supuesto- grandes referentes, pero las decisiones son colectivas. Aquello de que nadie es más que nadie, expresado de forma contundente en el sector político más votado del país.
Un líder se hace con mucho más que una o dos elecciones, hace falta mucho tiempo y mucha personalidad para ello. Pero, sobre todo, hace falta contar con la aprobación cierta y concreta de quienes valoran su trayectoria.
Un líder está en las buenas y en las malas, en las ganadas, pero, también y mucho más, en las perdidas. Y en esta -por ahora- no se ve que nadie diga “estoy”.
Es que son pocos los que estén preparados para asumir el peso de la derrota y poder construir desde allí el camino de la victoria.
Bueno, tan pocos no…
Hubo más de un millón doscientos mil líderes que lo hicieron posible por cuarta vez en el Uruguay.
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