Fuente imagen: El Observador |
Se va el 2018 y para no desentonar, lo hizo a su modo: violento; como para dejarnos marcado a fuego que los uruguayos vamos a recordarlo por mucho tiempo. Una escalada de violencia fue la tónica de una nochebuena en que se sucedieron episodios extremos como la muerte de un trabajador del taxi a la que se sumaría un nuevo femicidio y varios homicidios junto a una serie de heridos de arma de fuego y arma blanca que dejarían claro que los uruguayos nos hemos transformado mal. A tal punto que no podemos, no sabemos (seguramente porque nos olvidamos cómo era), celebrar sin que el descontrol ni la furia estén presentes. En Malvín, lo que era una tradición se convirtió en pesadilla para algunos y en oportunidad electoral para otros que siguen apostando a aquella consigna de que “cualquier monedita sirve”. En Malvín los chicos festejaron con "desbunde"...
Con el diario del lunes
La violencia extrema, esa que se arrebata una vida, se ha instalado en nuestro Uruguay; sin llegar a los niveles de la región que nos circunda, la realidad nos interpela de forma intempestiva con ejemplos a los que no estábamos acostumbrados. Los femicidios dejaron de ser excepcionales para instalarse definitivamente en las estadísticas de los homicidios como una de las causas que los empujaron al alza en este año que culmina, junto a los conflictos interpersonales y entre criminales. Por si no bastare, el crimen de un trabajador en la víspera de la nochebuena, tiñó de sangre obrera a la fiesta de la familia uruguaya.
No hay razones que puedan explicar tanta barbarie, por lo menos con el pensamiento de quienes crecimos viendo a nuestros padres acumulando horas de trabajo y esfuerzo por darnos la mejor educación posible y que no faltara el plato de comida en casa. Tiempos difíciles, muy distintos a este presente de bonanza que atraviesa el país y que no se derrama ni se corresponde con esos índices de violencia que dejan saldos tristes como el de la pasada nochebuena.
Es que se han alterado los valores y eso es indiscutible. No sabemos celebrar, desde triunfos deportivos hasta festividades tan tradicionales como el carnaval o las fiestas de fin de año, padecen la misma patología: violencia.
No nos bancamos nada, nos insultamos por cosas banales como un adelantamiento en el tránsito; nos lastimamos por otras tan cotidianas como cortar el pasto (un hombre mató en Colonia a su vecino por el ruido que hacía al cortar el césped de su casa). Si a ese malhumor generalizado se le suma alguna adicción, el cóctel termina siendo aún más violento con resultados nefastos.
Lo de Malvín es sugestivo. Una celebración tradicional en el barrio, tuvo la peor trascendencia al concluir con enfrentamientos y daños que nadie previó. Si… nadie, ni siquiera los que salen hoy a tribunear pidiendo responsabilidades sin reconocer ninguna propia. Pues enseguida buscan culpables en el otro sin reparar en su propia responsabilidad.
¿O acaso no advirtieron, (Alcaldía, Intendencia), que estaban armando una piscina en medio de la calle Orinoco? ¿A ningún organismo se le ocurrió verificar si estaba autorizado? ¿No se dieron cuenta que cortaban una calle pública? Salvando las distancias, los operativos Mirador tienen una pata en ese tipo de acciones ilegales (construcciones irregulares en espacios públicos).
Como el hilo se corta -siempre- por el lado más fino, como no podía ser de otra manera se termina responsabilizando a la Policía. Esa a la que se llama cuando ya está el desmadre en marcha y que debe optar por el mal menor siempre (a riesgo que luego se tenga que soportar se la critique por su inacción).
Lo mismo pasó en La Pedrera y su carnaval, cuando la convocatoria se masificó a extremos ingobernables de los organizadores, se solicitó el auxilio de la Policía sin reparar que cuando ya está en proceso el evento masivo los riesgos aumentan y cualquier intento de represión puede ser fatal. Hay que prevenir y controlar antes, no cuando ya es imposible una incursión entre una multitud. En La Pedrera se corrigió, con la intervención de colectivos locales y autoridades municipales junto con la Policía, y se espera que siga así de aquí en más.
En Malvín -como en el Mercado del Puerto- este tipo de convocatorias son una tradición, en las que siempre hubo algún incidente pero que no tenían la difusión que alcanzan hoy con las redes sociales (esa fuente inagotable de información de la que se nutren los medios de prensa que amplían la cobertura). Sin embargo hay razones que llevan a tomar nota y marcar diferencias, de manera que no vuelva a ocurrir.
El mismo día, en la rambla hubo una convocatoria similar y multitudinaria que culminó sin incidentes. Seguramente lo que hubo allí fue organización y no anarquía como en Malvín.
A la policía nadie le avisó de la convocatoria, salvo cuando ya estaba el "desbunde" en marcha. La presencia policial en el lugar era la normal con funcionarios comunitarios que poco podían hacer ante la multitud, que por otra parte ejercían su derecho a reunirse y celebrar. Una celebración que fue la normal y acostumbrada hasta que se pretendió ponerle fin cuando ya era tarde.
Ni la Alcaldía ni la Intendencia se dieron cuenta de aquella piscina instalada en medio de la calle Orinoco; tampoco previeron que la convocatoria podía cortar la circulación de una calle pública, y -mucho menos- que eso podía terminar como terminó.
Por otra parte, cabe consignar que no hubo denuncia policial alguna sobre daños a locales o casas particulares, más allá de lo que se aprecia en los videos difundidos en las redes sociales donde lo que debió ser una fiesta terminó siendo un "desbunde"...
el hombre barría la vereda,
el perro gruñía su bronca...
Coincido contigo Fer, pero quiero llamar la atención sobre algo:hubo una verdadera Fiesta allí en Malvin durante varias horas y eso es bueno. Lo que hay que organizar para que en otra oportunidad no tenga un final como este. Pero no hay que darse por vencidos, los jóvenes y la alegría merecen un espacio de encuentro y de integración.
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