Otro partido clásico entre los equipos más populares del país; otro clásico en que se desplegó un importante operativo policial con más de 1.300 efectivos distribuidos en varios puntos de la capital y la zona metropolitana; otro clásico en que se llenaron las tribunas de los colores de los tradicionales adversarios y en que se vivió una fiesta deportiva sin mayores inconvenientes; otro clásico -también- en que los principales protagonistas dejaron todo para llevarse la victoria regalando emociones hasta el minuto final para disfrute de quienes fueron al Estadio y quienes lo miramos por televisión. Pero… lamentablemente, fue otro clásico en que en el día después no se habla de fútbol sino de episodios protagonizados por irresponsables que reivindican hechos de violencia, y de una violencia extrema...
Sonrían, los están filmando
Los hechos de violencia parecían haberse erradicado desde la instalación de las cámaras de reconocimiento facial, que tienen un nivel de resolución tal que permiten obtener la imagen nítida de cada espectador y, mediante el software de reconocimiento facial, identificarles (ya sea porque integran las listas negras de impedidos de ingresar a espectáculos deportivos o porque protagonizan hechos de violencia que los harán pasibles de integrarlas).
El partido clásico tuvo sus picos de emoción para ambos lados y la fiesta parecía transcurrir en paz. Las autoridades del Ministerio del Interior daban cuenta que no había episodios significativos de destaque y -salvo incidentes menores- el operativo de seguridad transcurría con absoluta normalidad. Adentro y afuera del estadio, el clima era de fiesta y solo restaba ver si habría algún ganador o se repartirían honores (como terminó ocurriendo con el empate en un tanto por bando).
La evacuación del escenario deportivo contó con la colaboración de las hinchadas y ese gesto fue apreciado y reconocido por los responsables de la seguridad. La fiesta parecía que terminaba en paz… pero no. A minutos de finalizado el encuentro se viralizaron imágenes de la Tribuna Colombes que mostraban inflables que simulaban féretros pintados con los colores de Peñarol y que llevaban escritos los nombres de Rodrigo y Hernán (dos hinchas asesinados en violentos episodios que todos aún recordamos).
Parece inexplicable que haya alguien que reivindique en un partido de fútbol una muerte como trofeo, y más inexplicable aún que quienes lo hagan no logren discernir que eso vulnera todo límite posible; olvidan que esos chicos murieron de manera injusta por el simple hecho de ser del equipo rival; olvidan que esos chicos pudieron haber sido ellos mismos…
Olvidan también que atrás de esos chicos hay familias, padres, hermanos, amigos, gente que aún los llora y que lejos de ser un botín de guerra se trata de personas, seres humanos que merecían estar en la tribuna de enfrente, mirando ese partido y no con sus nombres blandidos en un infame colchón inflable que simulaba un ataúd.
¿Qué pasa por sus cabezas a la hora de imaginar una intervención de ese tipo? ¿No son capaces de hacer una evaluación de los efectos que ello podría tener? ¿Acaso les importa saber que un hecho de ese tipo tendría consecuencias? Quizás no… quizás pensaron que la impunidad sería la respuesta. Si así pensaron se equivocaron y no entendieron nada de lo que se ha venido haciendo durante todo este tiempo (impulsado por el propio Presidente de la República), cuando impuso una serie de medidas para terminar con la violencia en el fútbol uruguayo.
La Policía revisó las cámaras de seguridad y rápidamente confirmó la veracidad de las imágenes al tiempo que dio conocimiento a la Fiscalía para que tomara intervención con la idea -también- de que los responsables fueran luego incorporados a la lista negra de sancionados con la prohibición de asistencia a los espectáculos deportivos.
Tiempos violentos
Atravesamos tiempos complicados en cuanto a las relaciones humanas, la violencia ha ido transcurriendo y mutando al ritmo de la evolución de la sociedad en el mundo. Uruguay no es la excepción. A la violencia física se le suman otros tipos de violencia donde las nuevas tecnologías son funcionales a ese fin, desnaturalizando -seguramente- su principal uso pero logrando el objetivo de los promotores (virtuales) de esa misma violencia.
Y esa virtualidad contribuye -de la peor manera- en fomentar acciones como estas que probablemente nacieron en las redes sociales, de forma cerrada, pero que se aprovechan luego de eventos como un clásico, para hacerse visibles. Algo no está funcionando en las mentes de algunos colectivos que manejan códigos de conducta diferentes al común social. Códigos que atentan contra el acuerdo social implícito que -por suerte- mantiene vigente la inmensa mayoría de la sociedad.
Son una especie de subcultura, espacios con otros patrones de conducta que se manifiestan con este tipo de actitudes absolutamente condenables.
No se puede reivindicar el odio como bandera, menos aún cuando el origen del mismo deriva de un juego donde la violencia está penalizada. Semejante desnaturalización de las reglas deportivas merece todo un estudio para conocer las razones de tamaña descontextualización. Cuando las barras pretenden arrogarse el protagonismo más allá del aliento desde las tribunas, hay un grave problema de confusión de roles.
Una cosa es el espectáculo que dan (de colorido y celebración), ese plus que le da un marco espectacular al fútbol. Y otra cosa es pretender que el centro pase a estar en las tribunas en lugar de la cancha misma, donde se desarrolla el juego que convoca a esas multitudes. En ese conflicto de roles se enmarca este episodio de corte morboso y repudiable donde la muerte del contrario se exhibe como pancarta.
La respuesta debe ser contundente, de forma que quede blanco sobre negro, que es inadmisible reivindicar la muerte de un rival como un trofeo; que es inadmisible entender al fútbol como una guerra, porque quien lo hace olvida que nació para ser -por siempre- un juego.
el hombre no gritaba goles,
el perro no ladraba empates...
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