Seis infames muertes (se sumó otra ocurrida en el interior del país), debieron ocurrir para que finalmente los responsables de dar contención y solución al tema actuaran. Y debió hacerse con el reto presidencial previo que echó a andar el andamiaje burocrático que el sentido común debió disparar hace meses. Sin embargo, es imposible deshacer lo trágico de seis muertes que pudieron evitarse.
Personalmente soy de los que se indignan con la sola presencia de personas viviendo a la intemperie, no porque me invada un prurito de no admitir la pobreza por su sola existencia sino porque me resulta indignante que, teniendo herramientas sociales previstas y presupuestadas para evitar esas situaciones, se dilaten las soluciones por cuestiones ideológicas que debieran quedar en segundo plano cuando de la vida humana se trata.
Durante mucho tiempo debimos soportar argumentaciones que basaban su razón de ser en la libre elección -sobre su destino- de las personas en situación de calle, sin importar si el invierno estaba en ciernes y por lógica consecuencia el riesgo de vida sobrevolara a esas vidas (cuya libertad se respetaba por encima de su derecho a vivir). Tamaña inversión de valores en cuanto a la gradualidad de los derechos (la vida es el que está o debiera estar en el tope de la lista), fue lo que siempre nos resultó inaceptable.
Lamentablemente hoy son irreversibles los resultados producidos pero queda como consuelo que no fueron en vano. Se convirtieron en mártires que permitieron –seguramente- la salvaguarda de otros tantos que pernoctan por las calles de este Montevideo convertido en tumba para orientales que no pudieron sobrellevar una ola que los tapó de frío.
Hoy se rasgan vestiduras y se pronuncian airadamente legisladores opositores que antes nada hicieron ni dijeron para evitar esas injustas muertes. Son tan responsables como el burócrata que invirtió el valor de los derechos de la persona privilegiando la libertad ambulatoria a la vida misma que perdieron seis uruguayos, (que tuvieron la libertad de decidir morirse de frío cuando debieron –debimos- impedirles usufructuar ese derecho).
Me indigna ver gurises durmiendo entre cartones en pleno día por las calles del centro de la capital, y me indigna doblemente pues como contribuyente aporto para un Ministerio de Desarrollo Social que debiera acogerlos e impedir que sigan en esa actitud. Sospechada –además- de perseguir otros fines cuando deambulan en la noche y provocan algún desorden o in conducta. Felizmente contamos con un Presidente que tiene una alta dosis de sentido común, pero es humano y no puede estar en todos los temas. Para eso se delega el poder y son sus representantes quienes deben ejercerlo como corresponde.
Felizmente comenzaron a salir las cuadrillas de funcionarios, médicos y policías para evitar que no ocurra ni una sola muerte más y dar así cabal cumplimiento al mandato presidencial y al grito ciudadano que no resiste más pérdidas.
¿Acaso alguien puede pensar que hubiera sufrido alguna crítica o denuncia por impedir que una persona pusiera en riesgo su vida por el solo hecho de trasladarle compulsivamente a un refugio? Si así hubiere ocurrido, ¿quién no se sentiría orgullosamente representado por quien actuara de esa manera? Lo habríamos defendido por contar con esa dosis de humanismo necesaria para vivir en sociedad, pero fundamentalmente porque con esa clase de personas es posible la construcción de un mejor lugar donde vivir.
Por otra parte resulta llamativa la extraña lentitud con que se procesan los movimientos de aquellos organismos del Estado que deben complementar –con su presencia- la acción que viene desplegando el Ministerio del Interior con sus operativos de saturación policial. Tardanza que deja en solitario y bajo la apariencia de acciones meramente represivas cuando el interés principal es la presencia del Estado en su más amplia concepción y no una mera intervención policial.
Estos tiempos estatales no pueden sostenerse en ningún caso, y menos aún cuando va la vida de las personas en la demora.
Basta entonces de discursos y peroratas. Hay que actuar para que no nos pase nuevamente. Recuperemos esa porción de sensibilidad perdida, y hagamos de la solidaridad una cuestión de Estado.
Y hagámoslo a tiempo.
el hombre miraba el reloj,
el perro esperaba sentado…
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