Hace unos días un amigo me recomendó ver una entrevista
realizada por el periodista argentino Luis Novaresio en el canal de Youtube de La Nación, al analista (también argentino pero radicado en Portugal) Andrés Malamud.
La entrevista es de casi una hora de duración, pero promediando la mitad de la
misma, habla sobre la inseguridad y sus dilemas, particularmente el que tiene a
las drogas como protagonista.
Honestidad
imposible
En un momento determinado la entrevista gira sobre el tema
de las drogas, y expresa que “no se puede ser honesto en un país donde la droga
es ilegal”, hablando de su país, Argentina, porque en ese escenario “la regulación
se produce de manera ilegal… Los narcos, los policías y los políticos, pactan
para que el tráfico se realice minimizando el daño… para que no haya muchos
asesinatos…”, explicó. Algo que enseguida lleva a la comparación con el caso
uruguayo en que se reguló el consumo de cannabis durante el gobierno de José
Mujica, una experiencia que se continuó en esta administración y que aún hoy
continúa dando debates, a favor y en contra.
Malamud basa su afirmación apelando al “trilema de Lessing”,
por el cual –afirma – es imposible combatir al mismo tiempo, al narcotráfico,
la corrupción y la violencia. Conforme a ese trilema “si se reprime el tráfico de drogas sube el precio de los sobornos y los
funcionarios tienen más incentivos para corromperse, mientras que si se lucha
contra la corrupción los narcos pueden recurrir a más violencia para mantener
su negocio… cuando tratás de combatir a las tres a la vez, una te explota”, expresa.
“Hay que elegir entre uno u otro”,
afirman otros expertos como Andreas
Feldman; alguien que explica la relevancia en el aumento de la violencia que
adquirieron las bandas de narcotráfico en América Latina, a pesar de la opinión
contraria de nuestro presidente en retirada que lo puso en duda siendo senador,
en una recordada interpelación al fallecido Eduardo Bonomi.
Sin llegar al extremo argentino,
al Uruguay le llega una oportunidad inmejorable de explorar –finalmente – un recorrido
diferente donde la batalla por los votos no tenga a la seguridad en el medio y
se encare definitivamente una instancia donde todos converjan hacia el común y
único objetivo de poner en práctica salidas consensuadas, sólidas y de largo
aliento.
Uno de esos caminos podría ser
copiar experiencias exitosas que el mundo nos ofrece y que están allí para ser copiadas.
Entre Bukele y Goulao
Hoy existen varios modelos que
pujan por ser la solución a un problema que no es fácil ni mucho menos. En
Chile por ejemplo, la población ve con buenos ojos las medidas del presidente
salvadoreño Bukele y empujan al gobierno de Boric a explorar medidas que
incluyan la intervención militar en la lucha contra el narcotráfico. Algo que
no repara en las contraindicaciones que tiene la medida y que hoy sufre El
Salvador, como es la corrupción, algo que – por supuesto – no se difunde.
Feldman explica que la solución salvadoreña es “pan para hoy y hambre para
mañana”, porque la misma gente que hoy pide mano dura queda expuesta a sufrir
las consecuencias siendo víctima de actos de corrupción de las fuerzas
represivas (coimas para que no se realicen allanamientos, por ejemplo).
Lo que pasa hoy en El Salvador es
que se cambia un problema por otro que más temprano o más tarde terminará
explotando, con consecuencias aún peores.
En otro orden y a pesar de lo que se dijo en
nuestro país sobre las tasas de homicidios de Argentina, los expertos argentinos
que analizan y conocen muy bien la situación de su país lejos de jactarse de la misma la
exponen de forma cruda y triste. Los actores públicos del otro lado del Plata,
que tienen el monopolio de la fuerza, negocian con actores criminales dando
independencia para que actúen en sus negocios y de ese modo bajan la violencia.
Eso, que no se dice, invalida absolutamente cualquier comparación de nuestras
tasas de homicidio con las del país vecino. Sin embargo, durante mucho tiempo se ha utilizado de forma flagrante esa comparación sin pudor alguno. “Las comisarías
en la provincia de Buenos Aires no se sortean, no es al azar… se licitan”, afirma
Malamud. Es, ni más ni menos, que la triste comprobación del trilema de Lessing
en acción.
Entonces, con este trilema
impuesto, ¿cuál es la solución? Sin que la misma sea todo lo clara que necesita
dadas las urgencias, hay caminos a seguir que hoy reportan singular éxito. Hay
países que son efectivos en la represión, pero allí la droga lo que hace es
mudarse, explica Malamud. “Los narcos no cambian de rubro, cambian de país, o
de provincia, o de ciudad…” Ejemplo de ello son Colombia y Ecuador, el primero
muy violento que tuvo una política de pacificación muy efectiva (plan Colombia,
con apoyo de EEUU), lo que llevó a que los narcos se mudaran a Ecuador, y este
aumentó los niveles de violencia de forma exponencial (de 7 a 70 homicidios
cada 100 mil habitantes; mataron al candidato favorito a ganar las elecciones).
Despenalizar, ¿un camino posible?
No hay soluciones fáciles para el
combate al narcotráfico, quien afirme lo contrario se equivoca. Hoy estamos en
un cruce de caminos que nos pone en una situación inmejorable para avanzar
juntos y sin mezquindades. Porque todos pasamos por el gobierno y tomamos las
decisiones que creíamos acertadas y los resultados no fueron los esperados. Todos
cometimos errores, y todos contribuimos a este estado de situación que no puede
seguir empeorando.
Quedó demostrado que “la guerra
al narcotráfico” no resolvió nada, solo aumentó el problema disparándolo en
varias direcciones y casi siempre afectando a los eslabones más bajos de la sociedad. Carne de
cañón inexorable de víctimas que elevaron las cifras de homicidios a tristes récords de muertes en un quinquenio desde que hay registros.
En el año 2000, en Portugal, el
1% de su población murió de sobredosis de heroína, allí se propuso una
alternativa a explorar como respuesta a esa problemática: la despenalización.
No fue legalizar la droga, que siguió siendo ilegal, pero en lugar de cárcel,
se aplicaron multas; y si se acepta un tratamiento y no se afecta al orden
público, tampoco hay multa. El tráfico es ilegal, el consumo no. Tal como
ocurre en nuestro país. Hasta ahí estamos iguales, pero con resultados
diferentes.
La diferencia viene con la
argumentación y reglamentación de la puesta en práctica de esa despenalización,
sugerida por Joao Goulao* y adoptada por su gobierno. En Portugal,
cualquier ciudadano puede tener acopiada cantidad de droga suficiente para su
consumo por 10 días (cantidad que varía según el tipo de droga). Y no se
distingue entre drogas duras o blandas. El sistema incluye el tratamiento para
las adicciones, algo que -sin dudas- requiere de recursos pero que a la larga
resulta mucho menos oneroso que la represión o sus efectos colaterales como el
incremento de los homicidios.
Los resultados fueron casi que
inmediatos, entonces surge claramente la pregunta si no es tiempo de ir por ese
camino y dejar de lado la tentación de incrementar –aunque sea por consenso –
la violencia represiva como instrumento y apelar a estas otras herramientas. Apoyados
en nuestra propia experiencia acumulada de regulación del cannabis, pero
ampliando la despenalización al estilo portugués.
Los efectos inmediatos se
tradujeron rápidamente en la desaparición de las sobredosis, la transmisión de
enfermedades y un descenso de los crímenes. Al punto que Lisboa pasó a ser de las ciudades más
seguras de Europa.
Es hora ya de buscar alternativas a
la represión pura y dura que lejos de mitigar aumentó los índices de violencia.
Los resultados son la prueba irrefutable del camino fallido que no hay que
repetir buscando otras experiencias como la portuguesa. Un camino que nos lleve
a que las drogas pasen a ser liberadas y el mercado se encargue de regularlas,
como pasó con el alcohol.
Hoy son otros Al Capone que
tienen a los Eliot Ness del siglo XXI, derrotados con total éxito. Entonces, ¿no será tiempo
ya de intentar otro rumbo y dejar que sea el mercado el encargado de resolver lo
que no pudo la fuerza?
Mientras eso no ocurre, hay caminos
intermedios como el portugués (y el nuestro mismo, que podemos mejorar mucho
más), que alimentan la idea de una alternativa posible sin violencia.
No sé si esta puede ser la
solución definitiva, pero vale la pena intentarlo.
*director de la Dirección General de
Intervención en Conductas y Dependencias Adictivas (Serviço de Intervenção nos
Comportamentos Adictícios e nas Dependências) (SICAD), dentro del Ministerio de
Salud de Portugal. También es presidente del Instituto de Drogas y Drogadicción
de Portugal (Instituto da Droga e da Toxicodependência) (IDT)
el hombre cocinaba
bifes,
el perro ladraba en portugués…
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