Fuente imagen: El País |
Un camino como recompensa
En un país de viejos si algo me impresionó esta vez fue apreciar que la inmensa mayoría de quienes salieron a recibir a los Campeones del Mundo eran jóvenes. Miles de niños y adolescentes coparon la ruta por la que pasó la caravana con los campeones celestes y fue toda una postal que llenó las calles de Montevideo.
Por un tiempo nos olvidamos de nuestras diferencias y nos enfocamos en las coincidencias, esas que nos hacen parte de un colectivo, de un país, y que nos identifican como uruguayos. Esas cualidades que nos hacen únicos e irrepetibles para el mundo que no logra comprender el milagro uruguayo, donde con tan solo tres millones y medio, somos capaces de generar una cantera inagotable de futbolistas de primera línea que luego logran hazañas como esta.
Un milagro que va camino a cumplir un siglo desde la primera copa mundial, y que hoy repite historia con una generación que no es espontánea ni mucho menos y responde a un proceso (el camino) del cual hoy se recogen los frutos (la recompensa).
Muchos querrán hacer caudal político de esto y no podrá extrañarnos, la euforia es efímera y a poco que se calme retomarán con bríos las disputas anteriores, aflorarán las diferencias y volveremos –irremediablemente- atrás en el tiempo como si esto no hubiera ocurrido nunca. Una pena pero es así, será así, inexorablemente…
De todos modos el registro quedará para recordarnos que hubo un tiempo en que pudimos dejar atrás las diferencias y encontrarnos como iguales, fundidos en un abrazo fraterno que se fijó en las coincidencias antes que cualquier diferencia. Y será ese registro el documento principal a reflotar para tratar de revivir esos sentimientos y permitir que sigamos siendo una Nación, a pesar de todo.
De eso se trata vivir en sociedad, como seres gregarios que nos damos una organización, con sus dificultades y diferencias de gestión, pero compartiendo el mismo cielo, el mismo territorio y construyendo juntos el futuro.
Estos hitos deportivos nos sirven de ejemplo y enseñanza en todo sentido. Cuando son malos, para corregirlos y mejorarlos; cuando son exitosos, para no encandilarnos con las luces de la gloria y saber resguardar los logros obtenidos recordando el camino que nos llevó hasta el mismo. Disfrutar del éxito sin perder la humildad ni la memoria, recordando que se llegó a ese lugar luego de un empedrado camino de dificultades y esfuerzos colectivos.
Disfrutemos este momento, abracemos al que tenemos al lado y que junto a nosotros quedó afónico llenando su garganta con ese grito de gloria inmaculado de dos palabras. Un grito que quedó inmortalizado en la figura del Maestro Tabarez con sus brazos al cielo, y –más recientemente- en la descontrolada carrera de Marcelo Broli tras el pitazo final en el Estadio Único de La Plata.
Un grito de gloria que pocos en el mundo logran comprender, pero que para un uruguayo representa todo lo que necesita decir para liberar lo mejor de nosotros mismos.
Alcanza y no le sobra nada, porque para los uruguayos, después de Uruguay no hay más nada…
“Uruguay, nomá!!”
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