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martes, 7 de enero de 2020

Frente Amplio, volver a las raíces


Tras la derrota electoral de noviembre -que arrancó en octubre y tuvo una épica remontada que puso al borde al cuarto gobierno que no pudo ser- la tentación de encontrar la razón de la derrota está a flor de piel. No han faltado los esfuerzos por postergar la tan anunciada autocrítica sin poder evitarse algún que otro comentario que puso sobre la mesa la mentada discusión, aunque la sangre no llegó al río (ni llegará). Voy a proponer -a contrario de lo expresado- una autocrítica ahora, pero no una que busque un responsable sino todo lo contrario. Voy a proponer que nos critiquemos por querer dejar de ser lo que éramos, aquello que surgió de forma casi imprescindible como una respuesta anti sistema que urgía otra forma de hacer política. Voy a proponer volver a las raíces...


¿Evolución o involución?

La unidad en la diversidad fue y es una de las principales fortalezas de esta “colcha de retazos” que han querido emular al punto de formar una multicolor coalición que les ha dado resultado (electoralmente al menos). Pero los imitadores se olvidaron de la otra pata que hizo de aquella colcha a imitar el complemento ideal que le dio vida y sustento hasta nuestros días, sorteando toda dificultad y dotando a los “retazos acolchados” de esa savia vital de actualidad y sentido común: el movimiento. Es decir, las bases sociales que complementan a los partidos y hacen de la fuerza política una mixtura en perfecta sintonía. Porque esa coalición de izquierda -que nació en 1971- se dio a sí misma una organización que otorgó a las bases su rol en un plano de igualdad, algo que le da sentido político al colectivo. Un colectivo que escucha a su gente, a sus bases, esas que le dan sentido y razón de ser. No alcanza -ya lo vivimos y parece que volveremos a vivir- con la representación lisa y llana, porque los representantes olvidan muchas veces las promesas hechas a sus representados.

Tampoco se trata de una democracia directa sin más, que implique un desconocimiento del proceso electoral, pero sí que exista una fuerza política que -llegada al gobierno- entienda que su rol es respetar lo prometido a quien otorgó el mandato. Y, también, de escuchar los reclamos cuando los mismos son legítimos, aplicando la marcha atrás si es necesario.

Pero en este país, gobernado por más de siglo y medio por los partidos tradicionales, la llegada del Frente Amplio en el 2004 fue un cambio propio de la evolución misma de los hechos a pesar de los esfuerzos por postergarla. Así como el FA se las ingenió para vencer los escollos de una ley de lemas que hacía posible la llegada al poder de minorías que se volvían mayorías merced a esa pesca de acumulación, también ocurrió que -por la fuerza de las circunstancias- el Frente Amplio debió cambiar aceptando las reglas de juego impuestas abandonando lentamente su esencia original. 

Así fuimos parte de un juego de estrategias que permitirían llegar al gobierno a la fuerza de izquierda, no sin sortear los obstáculos que fueron imponiendo para impedirlo. El lento pero constante proceso de acumulación era imparable, y si bien la reforma constitucional de 1996 postergaría la llegada, era inevitable que el Frente Amplio coronara una elección como lo hizo repitiéndolo por tres períodos consecutivos.

Pero así como la izquierda aprendió a usar las reglas de juego a su favor (programa único, candidato único tras elecciones internas), de a poco las mismas reglas aceptadas fueron cambiando nuestra imagen original y casi sin darnos cuenta nos fuimos transformando en lo que no queríamos, en un partido tradicional más.

Si bien es cierto que para llegar al gobierno hay que pasar por el proceso electoral constitucionalmente dispuesto, ese proceso nos fue transformando sin darnos cuenta y llegamos al extremo de convertirnos en un ente electoral, un trampolín para seguir siendo gobierno a como de lugar olvidando la necesaria e imprescindible complementariedad de sus principales componentes: la coalición y el movimiento. La distancia ganó terreno entre ambos, la coalición se alejó del movimiento, y allí empezamos a perder la elección.

Sin embargo, no hay derrotas cuando las mismas dejan una enseñanza. Y vaya si esta derrota nos enseñó algo a los frenteamplistas, nos enseñó que la coalición es necesaria pero el movimiento… es imprescindible!! Porque fue ese último componente el que hizo que la segunda vuelta fuera competitiva y nos pusiera al borde mismo de la victoria; fue el movimiento el que le cambió la cara al ganador que no pudo celebrar la victoria aplastante que le vaticinaban las encuestas. Y, lo que me parece fundamental, es que ese movimiento  vive y lucha en el Frente Amplio pero le falta a los multicolores coaligados. Algo que ellos saben muy bien y que pone en duda la durabilidad de un acuerdo meramente electoral.

En los próximos días se vendrán discusiones de las que deberá salir el programa de gobierno para las municipales, primer y esencial elemento a consensuar antes que la danza de nombres que ya circulan. Nombres que dan un mentís a los que critican la falta de renovación de la fuerza de izquierda y demuestran el enorme caudal de cuadros entre sus militantes.

Pero en este tiempo de necesaria reflexión se me ocurre que sería una señal muy fuerte que debería dar la fuerza política para las próximas elecciones municipales de mayo, el volver a esas raíces tan caras para los frenteamplistas. Por lo menos en Montevideo, el bastión más fuerte de la izquierda, acudiendo a las urnas con un candidato único, dando una señal de unidad y renovación que lleve implícita la mística frenteamplista. 

El Frente Amplio está más vivo que nunca, y así lo demostró en la segunda vuelta donde la militancia se adueñó de la campaña protagonizando la épica remontada con su "voto a voto" que puso en aprietos a quienes celebraban una aplastante victoria que no fue tal. Esa demostración de movilización militante fue la prueba cabal de la vigencia del Frente Amplio, que habrá perdido el gobierno pero que sigue siendo la primera fuerza política del país.

Y por si fuera poco, sigue dando muestras de su vigencia en la renovación de dirigentes que son una muestra indubitable del vigor que ostenta un colectivo que sigue la línea original, la de sus fundadores. Son varios los candidatos que suenan con fuerza, todos valiosos compañeros que demuestran el potencial político de la cantera frenteamplista. Sin perjuicio de ello, el consenso que tanto desvelaba al Gral. Seregni tendrá su prueba de fuego a la hora de elegir a los finalistas y -quien dice- quizás a la hora de definir un nombre esa raíz original cobre fuerza y los consensos lleven inevitablemente a un único y común candidato como aquella primera vez. 

Ocurra o no, la unidad en la diversidad, tan cara para los frenteamplistas, será -en definitiva- la que dirima esta cuestión, como debe ser y como solo el Frente Amplio sabe volver a hacerlo. 

Eso sí, volviendo a las raíces...


el hombre tiró una idea,
el perro escarbaba la tierra...

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