Otra Noche Buena más, pero en la que un invitado no deseado se hizo presente para dejar sentado que, lastimosamente, vino para quedarse por un buen tiempo. Tanto como el que estemos dispuestos -entre todos- a ponerle fin. Si bien la principal noticia de la Noche Buena de este 2019 fue un femicidio y tentativa de homicidio en La Comercial, que tuvo como víctima a una mujer y su hermana a manos de la expareja de la primera (fallecida), no fueron pocos los episodios violentos que hicieron de esta noche una bien alejada jornada de Amor y Paz. Cuatro homicidios confirmados, múltiples heridos de arma de fuego y otros tantos de arma blanca, dan cuenta de una violenta noche donde el amor y la paz que inspiró siempre la Noche Buena son hoy un simple recuerdo. La sociedad uruguaya se ha tornado mucho más violenta y el problema mayor nunca fueron los delitos -que son una parte del problema- sino otro fenómeno al que no podrá solucionar nunca la Policía, la Violencia...
Grinch oriental
El personaje tradicional da cuenta de un tipo malhumorado al que la Navidad no le va en gracia y que se esfuerza por hacer que los demás sufran las consecuencias de su especial y ácido sentimiento anti Navidad. Ese personaje parece haber permeado a la sociedad uruguaya al punto que atraviesa un estadio emocional muy distinto al que solíamos disfrutar de chicos. Seguramente la perspectiva temporal suaviza los recuerdos, pero hace pocas décadas atrás el hogar era sagrado, inviolable y nuestro principal refugio, sin embargo hoy parece haberse convertido en un rincón donde la violencia campea.
No sé si es algo inherente a la mejora del poder adquisitivo que trae consigo algunos vicios que no sabemos controlar y ello dispara reacciones que se nos van de las manos, o qué razón extraña se adueña de algunos uruguayos llevándolos a tomar la peor decisión para resolver sus conflictos, imponer su voluntad u obtener el favor sentimental cuando ya se terminó el cariño que no supimos conservar. Y ello sin el agregado del delito como factor desencadenante de esa violencia desenfrenada, porque no solo entre delincuentes se resuelven los conflictos de manera ultraviolenta.
Está comprobado que en las fiestas tradicionales hay excesos que son difíciles de controlar, uno de ellos es la ingesta de alcohol que trae aparejada consecuencias muchas veces irreversibles. No sabemos tomar y menos sabemos controlarnos luego de asumido el descontrol. No somos dueños de nuestros actos pero sí somos responsables de las consecuencias que originan esos actos provocados en un rapto de irracional desequilibrio emocional producido por sustancias incorporadas a nuestro cuerpo para saciar un carnal deseo de sentirnos mejor. Ese estado de excitación que buscamos, al que llamamos placer, nos lleva -muchas veces- por un camino sin retorno del que no conocemos la salida aunque todos atravesamos la misma entrada: el primer sorbo.
Y eso por decir una de las razones que llevan a que en estas fechas se produzcan estos excesos que terminan en tragedias algunos y -como en esta oportunidad- nos hagan reflexionar sobre una Noche Buena que tuvo de todo menos Paz y Amor, tan caros y apreciados durante el año por muchos.
Si bien en esta oportunidad transcurrieron populares y multitudinarias fiestas sin mayores sobresaltos (no sin algún episodio aislado pero mayormente sin incidentes), los hechos puntuales que se sobrevinieron en la noche y madrugada del pasado 24/25 de diciembre llevaron a que nos encontremos ante un estado de violencia estructural instalado en el seno del hogar o en el entorno más cercano a cada uno de nosotros. Es decir, que es entre gente que se conoce donde se produce una gran cantidad de eventos violentos que terminan de la peor manera como una muestra inequívoca de un estado de situación emocional de nuestra sociedad que merece un particular análisis y -sobre todo- de la intervención de múltiples actores.
Cuatro homicidios consumados (con un quinto en ciernes ante la gravedad de una de las víctimas); múltiples heridos de arma de fuego y otros tantos de arma blanca; más de 400 intervenciones de Bomberos, dieron cuenta de lo que fue la intensa nochebuena. Una festividad que -a juicio de quien escribe- contempló algunos reclamos sobre los efectos de la pirotecnia disminuyendo de forma considerable la quema (si fue esa la razón, porque también pudo ser una especie de protesta o simplemente la ausencia de interés por celebrar), pero que dejó la sensación de una clara diferencia con el año pasado. Sin embargo, otros efectos colaterales se hicieron sentir de la peor manera dando cuenta de tristes resultados y un incremento descontrolado de la violencia.
Sobre eso último precisamente, no será la Policía la que podrá ponerle fin, algo que se cansó de repetir un Ministro que dejará su cargo en pocas semanas más; se necesitarán de intervenciones profundas y sinceras de otros protagonistas que aborden la problemática de la difícil convivencia que se ha generado entre los uruguayos, particularmente en sus ámbitos más íntimos. Porque es allí donde se originan los episodios de mayor gravedad y que generan un profunda herida que viene desangrando el entramado más caro y preciado de los orientales: la familia.
Noches de Paz blancas
La Noche de Paz, la Noche de Amor, pasó sin pena ni gloria por este Uruguay de final de década, el mismo Uruguay que estrenará gobierno en pocos días más. Un país que -a pesar de esta violencia intrínseca- fue capaz de dar muestras de madurez política e institucional que fueron elogiadas en la región y el mundo. Un ejemplo de transición política de la que “la tacita del Plata” dio cátedra en medio de tanta crisis política en la vuelta.
No se trata ni se tratará tampoco de reclamar soluciones inmediatas -aunque algunos crean lo contrario- porque si algo tenemos claro es que no existen las soluciones mágicas.
Las nuevas autoridades tendrán la difícil tarea de aceptar sus limitaciones si es que en realidad pretenden encontrar la solución a este endémico problema que hoy adquirió dimensiones críticas. Un punto que deberá ser una cuestión de Estado en el que TODOS deberemos comprometer participación para empezar a recorrer un camino distinto que nos lleve a resultados diferentes. No se resolverá policialmente, ni tampoco se tratará de terminar con ningún recreo ni concepto parecido, se deberá entender de una buena vez que vivimos en el mismo barrio y que es hora de encontrar esos puntos donde coincidir en la búsqueda de la pública felicidad.
No será interpelando ni tirando piedras que saldremos adelante sino aceptando que nadie tiene la mágica varita que devuelva la paz y el amor perdido a estas Noches Buenas uruguayas que hace un buen tiempo han dejado de ser tales...
el hombre buscaba Paz,
el perro, un poco de Amor...
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