Fuente imagen: Viajeros Blog |
Roscas progresistas
Cada mañana hago ese recorrido, en horas muy tempranas, para llegar al trabajo. Y cada mañana -también- lo veo en esa esquina ofreciendo su mercadería. Asistencia perfecta para quien un día si y otro también, se gana el jornal. Seguramente atrás suyo hay un grupo de personas -quizás su propia familia- encargados de la elaboración de los productos que dispensa.
Cada madrugada nos cruzábamos miradas sin saber que aquella enseña tricolor era una señal que nos identificaba. Algo que recién supe cuando él tomó la iniciativa de reclamarme por su ausencia.
Ese cruce de gestos ocasionales se convirtieron en palabras y diálogo militante varias jornadas después cuando -ahora de forma directa- me dirigí orgulloso a mostrarle que el estandarte volvía a estar flameando en la ventanilla de la camioneta. Allí estaba él como cada jornada, desde muy tempranas horas, ofreciendo su mercadería casera a los conductores particulares y/o a choferes del transporte colectivo.
Cada madrugada nos cruzábamos miradas sin saber que aquella enseña tricolor era una señal que nos identificaba. Algo que recién supe cuando él tomó la iniciativa de reclamarme por su ausencia.
Ese cruce de gestos ocasionales se convirtieron en palabras y diálogo militante varias jornadas después cuando -ahora de forma directa- me dirigí orgulloso a mostrarle que el estandarte volvía a estar flameando en la ventanilla de la camioneta. Allí estaba él como cada jornada, desde muy tempranas horas, ofreciendo su mercadería casera a los conductores particulares y/o a choferes del transporte colectivo.
Esta vez fui directo y al bajar la ventanilla, aprovechando la luz roja, intercambié un breve diálogo:
- ¿Viste que volvió la banderita?
- Bien ahí… Tengo 70 años y el país nunca estuvo mejor que ahora. Vamo’ Arriba!
La luz verde me avisó que había que seguir la marcha no sin despedirme de aquel anónimo compañero de ruta que me había dado aquella señal. Una señal indicadora del despertar de un gigante que empieza a desperezarse de una larga siesta a la que se ha venido acostumbrando cada 5 años, hace no más de una década y media.
Años de prosperidad imposible de soslayar -a pesar de los agoreros de las crisis que nunca llegaron- y que la gente disfruta, sin reparar en esos anuncios apocalípticos que intentan vendernos como si fueran ciertos. Basta con reparar en el vecindario -ese mismo que elogiaron cuando se conocieron los resultados electorales, y del que nada dicen ahora- para darnos cuenta que el Frente Amplio no ha pasado en vano por el gobierno. El rumbo que ha tomado nuestra economía, esa que critican tanto ahora y que los motiva a realizar movilizaciones autoconvocadas con muy poca concurrencia, es la razón principal del blindaje que cuenta el país hoy y que lo protege de los cimbronazos de la región.
Antes, al menor resfrío argentino o brasileño la pulmonía ponía en grave riesgo de vida al Uruguay; hoy son otros tiempos, tan diferentes que no pasan desapercibidos para el concierto internacional que reconoce lo que no son capaces de hacer los que aspiran a regresar al poder. Aspirantes que se desesperan por disfrutar de un país muy distinto al que nos dejaron. Justo ellos, los que dan cátedra de economía y no pudieron lograr ni equilibrio macroeconómico, ni distribuir mejor los ingresos, y -mucho menos- hacer creíble a un país que supieron (eso sí) dejarlo al borde del precipicio no hace mucho, tan solo 15 años atrás.
Aquellas palabras de ese compañero que no tiene nombre, (pero que es real y que lo puede ver quien circule cada mañana por José Pedro Varela y Propios), me quedaron retumbando en la cabeza: “tengo 70 años y el país nunca estuvo mejor que ahora...” Ese es el mejor mensaje militante que podemos recibir de quien no puede dejar de reconocer lo que significó la llegada de la izquierda al gobierno y que habla desde su propia experiencia personal.
Las roscas salen como pan caliente que son, el incrementado parque automotor representa un caudal de clientes potenciales para quien encuentra -en esos miles de conductores que circulan cada día por esa zona- potenciales clientes que son muestra viva de un estado de situación económica que vive el país.
La campaña empieza a calentar motores de forma muy lenta, demasiado para algunos a quienes la ansiedad les juega en contra y ven luces amarillas, fogoneadas con el relato impuesto que vienen construyendo a contramano de la situación real del país. Personalmente tengo la percepción que hay un caudal de uruguayos que se manifiesta silenciosamente como este compañero que se identificó, y que me animan a pensar que hay Frente Amplio para rato.
El uruguayo está disfrutando de un ambiente de bienestar que solo vivió a finales del Siglo XIX con el gobierno de Don Pepe Batlle. Un país que fue estandarte en la región y ejemplo para el mundo que -oh, casualidad- vuelve a reparar en este rincón del sur. Y lo hace para destacar una pequeña porción del continente que sobresale de sus hermanos mayores sumidos en una severa crisis económica y política. Uruguay es un faro en medio de una región oscurecida por los gobiernos de derecha que vinieron con la promesa de mejorar lo hecho y que lejos de ello, han enfermado gravemente a sus países mientras el más chico del vecindario goza de buena salud.
Orgullo frenteamplista
La anécdota viene a cuento en momentos donde se respira cierto mal humor -por lo menos entre los que nos quieren imponer ese estado- que puede disuadir a alguno a disimular su condición frentista para evitar la crítica. Sin embargo, gestos como el que se menciona en esta columna son necesarios y representativos de la existencia de un número mucho más grande de personas que reconocen la gestión de un gobierno que hizo crecer la torta para repartirla mucho mejor. Porque como dijo el viejo Pepe, no se trató del viento de cola que tanto les gusta repetir a la oposición, sino de "la cola al viento" en que dejaron al Uruguay a la llegada del Frente Amplio al gobierno.
Es hora de empezar a mostrar ese orgullo frenteamplista contenido para demostrarle a todos que los cambios no se frenan, que hay impulso para hacerlo mejor.
Orgullo frenteamplista
La anécdota viene a cuento en momentos donde se respira cierto mal humor -por lo menos entre los que nos quieren imponer ese estado- que puede disuadir a alguno a disimular su condición frentista para evitar la crítica. Sin embargo, gestos como el que se menciona en esta columna son necesarios y representativos de la existencia de un número mucho más grande de personas que reconocen la gestión de un gobierno que hizo crecer la torta para repartirla mucho mejor. Porque como dijo el viejo Pepe, no se trató del viento de cola que tanto les gusta repetir a la oposición, sino de "la cola al viento" en que dejaron al Uruguay a la llegada del Frente Amplio al gobierno.
Es hora de empezar a mostrar ese orgullo frenteamplista contenido para demostrarle a todos que los cambios no se frenan, que hay impulso para hacerlo mejor.
El gigante se despereza, todavía se muestra somnoliento pero no lo subestimen, si algo no está dispuesto es a que lo crean derrotado antes de tiempo y -menos aún- a que lo crean incapaz de defender sus logros...
el hombre bostezaba,
el perro ladraba fuerte y claro...
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