El mural requería algún retoque, llegó hasta aquella casa abandonada “armado” con su máquina de fotos y pinturas. Se recostó en el muro y allí quedó hasta que una bala le puso punto final a su existencia. Quedó tendido en aquel sitio como si estuviera dormido, junto a él, su bicicleta y sus pertenencias, allí lo vieron vecinos hasta que llamó la atención - luego de varias horas- que permaneciera inmóvil en la misma posición. Había sido ultimado de un tiro en la cabeza y pasó más de un día para que aquel “NN” recuperara su identidad perdida (la vida ya se la habían arrebatado irremediable e impunemente); seguramente, pasará todavía un tiempo más para que se conozca al responsable de aquella muerte. El silencio de radio que se imponía, (para poder llegar a un buen resultado), faltó con aviso. La noticia de un posible sospechoso se disparó mucho antes de cumplir con medidas judiciales esenciales para la investigación y aquella primicia pudo ser responsable de la frustrada instancia o de dejar un manto de sospecha eterno sobre un indagado.
Primero en informar
No se trata de demonizar al periodismo, sino de entender -de una buena vez- que no siempre debe priorizarse el derecho-deber de informar cuando está en juego un bien superior (la vida, por ejemplo). En ese caso nadie podría tener otra opinión, (la vida prima por encima de todo), la frontera se enturbia cuando se habla de conocer la verdad de algún hecho y, mucho más aún, cuando de hacer justicia se trata.
La verdad es socia indisoluble de la justicia, y esa sociedad debería bastar para entender que cualquier afectación que se haga para llegar a esta última atentará contra el objetivo principal de alcanzar aquella. En definitiva, puedo ventilar un hecho con la intención manifiesta de creer y/o saber que es cierto, pero si ello afecta una investigación que impida impartir justicia sobre el mismo, estaremos produciendo el efecto contrario al deseado y rompiendo -definitivamente- esa sociedad.
Hoy se compite por ser el primero, la primicia es el botín más preciado de un periodista y esa adrenalina que motiva su accionar profesional le impide discernir -las más de las veces- sobre las consecuencias que puede tener una difusión inoportuna.
Pasó en ocasión del secuestro de la Dra. Milvana Salomone, donde la divulgación de las imágenes de un vehículo -sindicado como partícipe de aquel secuestro- dilató la resolución del caso y puso en serio riesgo de vida a la víctima. Pasó un tiempo y lejos de haberse producido un aprendizaje en ese punto, se repiten las mismas prácticas y las mismas omisiones.
Otra vez, fue un caso donde la injerencia inadecuada de los medios de difusión pusieron en riesgo la vida de varias personas, en ocasión de una toma de rehenes en una peluquería de Pocitos. Los medios difundían en vivo, y por redes sociales, el exterior del lugar donde se producían los hechos y hacían caso omiso a las reiteradas advertencias de las autoridades para que dejaran de emitir, ya que aportaban información vital del despliegue operativo de la respuesta policial dispuesta para resolver aquel conflicto.
Redes y algo más
“Plef” ya no pintará más muros, ya no osará ingresar en ninguna casa abandonada para regalar su arte y disfrazar de colores el abandono edilicio de algunos rincones de la ciudad. Le arrancaron su fuerza vital sin tiempo a darse cuenta de semejante despojo. Salió aquel día a retocar su obra, esa que regalaba de forma voluntaria pero que molestaba a algunos al punto de intentar desestimularlo a los tiros. A ese extremo de intolerancia llegamos…
La noticia de su muerte llegó con retraso, un “NN” había sido encontrado en la rambla con un disparo en la cabeza. Luego se confirmaría su identidad, momento en que empezaron a tejerse hipótesis varias, tras la plena certeza de que no había sido objeto de una rapiña (sus efectos personales estaban con él, y en imágenes de cámaras privadas se aprecia que estuvo siempre solo).
Primero fueron las redes sociales las que difundieron la noticia, y luego -las mismas redes- divulgaron una foto y perfil del supuesto asesino… que no era tal, ni siquiera se trataba del indagado. Luego, la noticia se hizo eco en la prensa y la teoría del vecino que habría disparado aquella bala calibre 22 se lanzó sin medir que faltaban instancias judiciales esenciales para la resolución del caso.
Se priorizó la primicia a la investigación, y así nos fue. Transcurridas las pericias policiales no se halló arma compatible con la bala que se extrajo del cuerpo de la víctima, y la Fiscalía formalizó por tráfico de armas al indagado al carecer de la documentación formal y en regla por la tenencia de las mismas. El arma calibre 22 -que tiene registrada- no apareció y el manto de sospecha quedó tendido sobre esa persona. El tiempo transcurrido entre que se lanzó aquella primicia y el cumplimiento efectivo de la medida judicial pudo ser un tiempo útil para desaparecer prueba… o no. La duda quedará flotando en el ambiente hasta que se conozca la verdad, si es que se llega a conocer algún día.
Información reservada
La reserva de información es algo que molesta a la prensa, y es comprensible. El buen periodista anda en busca de la noticia y cuanto más escondida esté la misma, se convierte en un tesoro tras el que irá y no descansará hasta descubrirlo. Está en el ADN de todo buen periodista, y está bien que así sea.
Pero, también debe entenderse que no todo lo que se reserva al conocimiento público obedece a un fin espurio o ilegal, más bien es todo lo contrario. Puede obedecer a muchas razones, entre ellas razones de seguridad pública o -como en el caso que nos ocupa- para llegar a la verdad de los hechos e impartir justicia.
Acá no se trata de otra cosa que llegar a esa verdad que permita aplicar todo el peso de la ley al responsable. Debiera entenderse que lo esencial es que los investigadores, investiguen y que la Justicia pueda arribar a la verdad que de otro modo se ve dificultada por la intervención o difusión de información que se filtra antes de tiempo. Si la divulgación de esa información abonara a la resolución plena de los hechos sería otro cantar, pero en este caso (y en varios ocurridos anteriormente), no fue así. La difusión temprana de datos no verificados y mucho menos comprobados, solo jugó a favor del verdadero culpable que bien pudo ocultar o hacer desaparecer prueba. Del mismo modo, la difusión temprana de información no chequeada o sensible para la investigación pone un manto de sospecha sobre quien -hasta que se demuestre lo contrario- cuenta con el derecho a ser considerado inocente.
El apresuramiento por difundir la noticia es tan criticable como los conceptos vertidos por algún legislador atribuyendo el fatal desenlace a una campaña de recolección de firmas. Ni una ni otra acción contó con certeza alguna y se hizo en base a supuestos.
¿Es el vértigo de las redes sociales que nos lleva a ser tan imprudentes? ¿No será mejor tomarse un tiempo para reflexionar antes de apretar el botón de enviar? Lo cierto es que hoy tenemos un artista joven asesinado, un sospechoso sobre el que queda un manto de sospecha, y una justicia renga por aquella primicia que violó el tan necesario y hasta imprescindible silencio de radio que, una vez más, faltó a la cita.
el hombre extrañaba los colores,
el perro, al pintor...
Hola Fernando: me gusta tu estilo para explicar con espíritu crítico el tema del apresuramiento que le acomete a los medios de comunicación para lanzar las noticias sin tomar conciencia que con ese apresuramiento se hace más daño que bien.
ResponderEliminarHola Fernando. me gusta tu estilo para explicar con criterio crítico el apresuramiento que le acomete a los medios de comunicación al conocer una primicia sin tomar en cuenta que muchas veces esta imprudencia hace más daño que bien y termina perjudicando a muchas personas.
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