Recorre el mundo la imagen de un líder uruguayo que -apoyado en su bastón canadiense- se traslada con dificultad para impartir directivas al combinado nacional de fútbol. Un conjunto de orientales que lo atiende con indisimulada admiración (y un tremendo respeto), generando asombro y elogio mundial. A su forma de conducción la envidian sin disimulo quienes desde la desorganización y la improvisación dejaron su peor imagen en Rusia 2018. A diferencia de ellos, Uruguay deposita su ilusión en esos espejos positivos que sigue generando la comarca y en la cual -vaya coincidencia- la figura de un Maestro se lleva todos los aplausos. Un profesional que dedicó parte de su vida a generar conocimientos a nuestros hijos sigue venerando su profesión para aplicarla en el deporte más popular del país y convertirse en un embajador de lujo que dejará una marca indeleble más allá de todo resultado. Y todo ello porque enseñó a su grupo -y a todos los orientales- que “el camino es la recompensa”...
Ilustrados y valientes
Si en Sudáfrica 2010 sorprendió a muchos el perfecto inglés de Diego Forlán, hoy en Rusia no debiera sorprender escuchar a Luis Suárez hacer lo mismo, (quizás no tan perfecto), en las conferencias de prensa. Es que mientras en otros lares se reproducen prácticas no tan ilustradas en las concentraciones, (juegos y distracciones que poco o nada aportan a los deportistas en su formación personal y o grupal), este Maestro uruguayo -devenido en Director Técnico del combinado nacional- prefiere que tomen clases de inglés en las concentraciones, por ejemplo.
En lugar de lujosas e individuales suites en hoteles 5 estrellas, prefiere que sus jugadores compartan habitación en los hoteles; o que abandonen sus teléfonos celulares mientras da las charlas o -incluso- cuando disfrutan de los ratos libres, invitándolos a que cultiven el diálogo en directo, cara a cara. Viejas prácticas que podrán parecer a contrapelo de este Siglo XXI pero que siguen tan vigentes como buenas herramientas para formar personas.
Tan solo una muestra de una manera distinta de complementar su labor como seleccionador a sabiendas que de esa forma fortalece su planificación haciendo de ello parte de su plan perfecto, donde no se deja nada al azar y menos, a la improvisación. Importa tanto que jueguen bien como que sean personas de bien, espejos donde se vean reflejadas las nuevas generaciones.
Ese intangible es de un valor inmensurable que sabe muy bien ese Maestro al punto que puede afirmarse sin pudor que es su verdadera arma secreta, un instrumento que no pretende reserva alguna pero que no todos están dispuestos a invertir en él. Es que no se logra de un día para el otro sino que se necesitan años de inversión para que el proceso se consolide. Algo que este pequeño rincón del planeta hizo y con lo que sorprende al mundo que compite por la Copa Mundial de Rusia 2018.
Es fútbol sí, pero es mucho más también para quienes vemos en el seleccionado un factor común inalterable que derriba toda división entre los uruguayos. La “celeste” es de las pocas cosas que genera unanimidades en tiempos de tanto individualismo y fragmentación. La selección uruguaya -en todas sus divisionales- es un tesoro a proteger, un botín colectivo que nos llena el alma sin fisuras.
Y tiene a un Maestro al frente… No es menor el punto justo en tiempos en que hemos vivido tristes episodios de violencia contra esa figura en reiterados casos que nos tuvieron a todos preocupados.
En momentos que esto se escribe Uruguay se juega un lugar entre los cuatro mejores del mundo en Rusia, pero -a esta altura- un objetivo ya está logrado: la celeste, la más linda de todas, seguirá contagiando de uruguayismo y orientalidad a todos sin distinciones de ningún tipo. Sin importar otra cosa que saber que el grito de gol es más lindo y se disfruta mucho más cuando se comparte en fraterno abrazo con otro uruguayo.
Y todo, porque hubo un Maestro que nos enseñó que el camino es y seguirá siendo -por siempre- la mejor recompensa...
el hombre se besó la camiseta,
el perro ladró un gol...
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