siendo el 26 de junio
por un flautista vestido con muchos colores,
fueron seducidos 130 niños nacidos en Hamelín
y se perdieron en el lugar del calvario, cerca de las colinas.
¿Quién no recuerda haber escuchado la historia del flautista de Hamelín? Bueno, quizás alguno nunca la escuchó y a eso apuntará esta columna ante una realidad que nos interpela como sociedad en este Uruguay que -a mi modo de ver- se ha convertido un poco en algo parecido a aquel pueblito alemán de Hamelín. Por estos tristes días, han aparecido "flautistas" para llevarse y abusar de nuestros niños seducidos por la "música" de su instrumento. Vidas pequeñas e inocentes, arrebatadas sin más por la brutalidad patológicamente humana. Como si eso no alcanzare, la indignación colectiva despertó las peores reacciones en reclamo de penas de muerte o flagelaciones contra los autores como si con ello se les devolviera la vida y/o la dignidad abusada de las inocentes víctimas. "Papá, ¿y si los matan a todos, que quedaría?", preguntó el hijo atormentado ante las noticias que escuchaba por esos días. El padre solo atinó a responderle: "Quedaríamos nosotros, los asesinos…"
Chupete electrónico
Las nuevas tecnologías no vinieron solas, traían consigo polizontes que no supimos advertir o no nos avisaron convenientemente. Despertamos a ellas un día y nos inundaron con celulares inteligentes, tablets, el wi-fi a demanda, y un montón de conocimientos que nos abrumaron sin avisar. Pero, con esas herramientas, venían peligrosos pasajeros haciendo de esas tecnologías verdaderos Caballos de Troya que pronto dejarían libre al enemigo oculto.
Ya no sería una flauta, pero casi. Las nuevas plataformas se asemejan a aquel flautista encantador de niños que reseña la fábula, sustituto inesperado de padres y abuelos. Porque de eso -en parte- se trata también, de los espacios que le fuimos cediendo a esas tecnologías al punto de ser sustitutos de quienes hacen (debieran) hacer parte de nuestro crecimiento y formación. Esa carencia de afectos insustituibles por cualquier tecnología dejó el hueco perfecto para la intromisión de flautistas o sicópatas que hacen uso y abuso de esos espacios en busca de inocentes víctimas.
¿Dónde quedaron los relatos de los abuelos? Esos cuentos que hacíamos perfectos en nuestra imaginación pero que venían acompañados por la sonrisa sincera, el afecto tierno y la mirada dulce del abuelo/a. El nuevo siglo traería el vértigo de las comunicaciones en tiempo real y con ellas la vorágine de los segundos que se disparan a otro ritmo. Un tiempo que se escurre sin medida, un tiempo que se aceleró sin darnos cuenta. Con ese ímpetu y esa velocidad, ya no quedaron tiempos esenciales para la familia y los padres cedimos terreno a los abuelos, pero estos -a su vez- fueron coptados al punto de perder espacio también, y los niños se quedaron huérfanos antes de tiempo. Una orfandad distinta, de padres y/o abuelos ausentes por "falta de tiempo", y el chupete electrónico hizo el resto.
Atrás, muy atrás quedaron los cuentos, los relatos que llenaban de héroes y princesas nuestra infancia para sustituirlos por pokemones cuyos poderes jamás entenderíamos. Ya no habría magia ni enamorados, ahora era fuerza bruta o rayos poderosos, hasta que el mundo virtual pasó a ser el ideal de nuestros niños convertidos en jóvenes.
Y esa involución afectiva dejó lugar a un enemigo agazapado, camuflado en perfiles falsos. Seres que, empuñando la flauta del siglo XXI, emiten su sonido en busca de atrapar a inocentes víctimas que están a la intemperie afectiva por aquella "falta de tiempo".
En ocasión de inaugurarse la plaza pública en Casavalle, el entonces Presidente Mujica hizo referencia a ese espacio público como un lugar de encuentro y pidió expresamente a los viejos como él que cuidaran a los gurises en ese entorno. Muchos lo critican a Pepe, pero nuevamente fue acertado en su apreciación y dio en el clavo. Hacían falta abuelos tanto como siguen haciendo falta hoy.
Nadie le va a devolver la vida a las niñas abusadas y asesinadas en las últimas semanas. Nadie. Pero quizás podamos replantearnos cómo usamos esas tecnologías y cuánta falta hace que haya más involucramiento de la familia con los niños. Nadie habla de coartar libertades ni de retroceder, pero sí de informar y enseñar el uso y abuso del que pueden ser objeto ante las nuevas herramientas.
Hoy los niños se encierran en sus cuartos antes que salir a correr atrás de una pelota o pedalear por la placita. Viven en un mundo alterno, virtual, se relacionan con extraños ante la incredulidad de los padres. "Están en casa", piensan estos, creyendo que están a salvo cuando en realidad están en peligro.
Educar es la clave, darles información para que el día de mañana puedan defenderse y sepan advertir que no todos los perfiles son reales y que detrás de una palabra dulce puede esconderse un "flautista" igual a aquel de aquella ciudad alemana de Hamelín cuyo cuento jamás le contaron…
el hombre se quedó pensando,
el perro le mordió el celular…
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