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Las veredas de mi barrio
Que los barrios han cambiado ya no es ninguna novedad. El tiempo pasa y deja su huella a pesar de las buenas intenciones de muchos y las malas costumbres de algunos, los hábitos barriales van mutando de manera inevitable.
Uno de esos cambios notorios tiene que ver con la recolección de residuos, tarea diaria de funcionarios municipales que asistían puntualmente a la cita cada tarde. Particularmente los recuerdo con su parafernalia de bocinazos y pitidos cuando en las cercanías de las fiestas tradicionales hacían sentir su presencia en busca de la propina que se volcaba en beneficio familiar de los mismos. Un ritual que se repetía cada año y al que gustosamente accedían los vecinos colaborando con su contribución para que aquellos “basureros” tuvieran su fiesta de fin de año como merecían.
Siendo uno de los trabajos más insalubres, todos teníamos conciencia del esfuerzo de aquel servidor público que cada tarde se esforzaba para dejarnos más limpia la cuadra retirando los residuos de cada hogar. Era admirable ver la destreza de aquellos ágiles laburantes que recogían a un ritmo vertiginoso los tachos de basura a los que después devolvían al vuelo mientras escuchaba los gritos de mi vieja rezongando por el trato que daban a los recipientes.
- “Así no hay tacho que aguante”- refunfuñaba la vieja, mientras caminaba por el zaguán de mi casa con el tacho de la basura abollado.
Pero el tiempo fue pasando y con él se fueron dando cambios propios de una modernidad que se nos vino encima. La racionalización de los servicios hizo que fueran sustituidos aquellos viejos camiones recolectores por otros más modernos y -casi sin querer también- un día recibimos en el barrio a nuevos personajes: los contenedores de residuos.
Elementos urbanos de otros lares que venían a probar suerte en la ciudad con vista al mar de la “Tacita del Plata”, seguros que serían un cambio de paradigma y dotarían de confort al barrio. Ya no habría que tener los viejos canastos en las veredas donde dejar las bolsas o los tachos de residuos, porque estaban aquellos señores verdes con tapas y pedalera que harían las veces de recipiente colectivo hasta que llegara el camión a recoger su contenido.
Fue un lujo verlos el primer día, pero también, una tristeza verlos al poco tiempo siendo objeto de mal uso y vandalismo por algunos pocos, (o algunos muchos), que abusaron de su usabilidad.
Ver la basura fuera del mismo se hizo habitual y lo que en principio fue un gran avance empezó a ser un tema sanitario donde la acumulación de residuos y roedores hizo de aquella solución un problema a considerar.
Una mañana sí y otra también, los contenedores de mi barrio amanecían vacíos y toda la inmundicia esparcida alrededor. Los principales, y comprobados sospechosos, eran clasificadores que hacían de aquel recipiente una fuente de materiales apreciados y no reparaban en hacer su trabajo de clasificación en las veredas, dejando los despojos sin recoger, esparcidos por doquier.
Hartos de tanta desidia
Todos nos hartamos en el barrio, y reclamamos soluciones al tema. Ya no era cuestión de resolver aquello con simples palabras pues los actos vandálicos seguían y la basura amanecía afuera de los contenedores siempre.
Entonces llegaron otros personajes, más adustos que los anteriores, blindados contra el mal uso; y parecía que quedábamos todos contentos. Pero no... Las críticas de los agremiados en la Unión de Clasificadores de Residuos Urbanos Sólidos – UCRUS- no se hicieron esperar y nos quedamos todos en posición adelantada.
Porque hoy, nadie se hace cargo de nada. A poco creen que estos nuevos contenedores anti-vandálicos llegaron porque sí no más. Acaso subestimaron a los montevideanos que esperábamos otra respuesta de parte de quienes sabemos hacen de su trabajo un importante ahorro de divisas para el país, pero... “una cosa es una cosa”, dijera Kesman. Nadie se hace cargo del mal uso dado a los viejos contenedores -razón principal de la llegada de estos nuevos- y mucho menos se hacen cargo de una tarea que por más noble y necesaria que sea hay que hacerla bien.
Porque los nuevos artefactos garantizan la llegada de los materiales a las plantas de reciclado, en mejores condiciones, dando mayor valor a esos residuos para su posterior reconversión. Si la tarea se hubiera hecho bien entonces, no estaríamos hablando hoy del tema y todos estaríamos contentos.
Viene siendo hora que apelemos a la autocrítica y asumamos errores. Porque el mundo cambió, porque Uruguay cambió, y hoy se produce más y por lógica, se fabrica más basura también. Reciclar lo que se pueda es no solo una necesidad sino una obligación para un país como el nuestro con escasos recursos y que apela a tener políticas ambientales amigables no contaminantes.
Desde niño me enseñaron la importancia que tenía la función de los recicladores, y así aprendí a apreciar su trabajo, pero ello no implicaba extenderles un cheque en blanco aceptando sin más acciones totalmente contrarias al bienestar común de los vecinos.
Seguramente no exista una única solución, y la misma deba salir de un acuerdo consensuado entre los grupos interesados. A nadie escapa el interés que todos tenemos en que siga existiendo una función tan importante como la de los clasificadores. Es un importante ahorro de divisas y una fuente laboral para muchos uruguayos hoy día. Pero también es cierto que hay que acompañar a los cambios y propiciarlos también. Es esperable que no solo se escuchen reclamos y sí que se hagan propuestas, lógicas, consistentes, coherentes y posibles. Propuestas que tengan la racionalidad suficiente como para ser puestas en práctica sin vencidos ni vencedores, o mejor dicho, pensando en la ciudad y su gente.
La basura es un gran negocio pero como tal debe contemplar, en su ecuación económica, que las pérdidas nunca superen las ganancias para que sea viable y sustentable. Sólo así se podrá decir que ganamos todos .
Por eso, yo quiero reciclar en serio, ¿y usted?
el hombre llevó la bolsa al contenedor,
el perro lo esperó vigilante...
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