El pasado martes 18 de mayo de 2010 luego de consagrarse campeón uruguayo el Club Atlético Peñarol, se produjeron tristes incidentes que opacaron una legítima conquista obtenida tras un campeonato clausura soñado. La magnitud de los mismos –a pesar de la mediática cobertura que tuvieron en tiempo real- no minimiza la hazaña pero marca un punto de inflexión que, al parecer, los uruguayos estaban esperando.
La opinión pública – sin contar con datos comprobables pero a estar por las opiniones que recaban los diferentes programas informativos- parece ser marcadamente favorable al accionar policial. En efecto, las expresiones a favor de la intervención de los uniformados en la noche del martes pasado, se hicieron oír en cuanto informativo o programa de opinión sintonizáramos, generando –por lógica consecuencia- un ambiente también favorable en los conductores periodistas que no contrariaron el sesgo que marcaba la corriente de opinión mayoritaria. El olfato de los mismos insinuaba como poco inteligente contrariar a quien estaba del otro lado del receptor radial y/o de los periódicos, a sabiendas que la sociedad está harta de tanto vandalismo impune.
A riesgo de cometer la -(¿imprudencia?)- de aceptar el uso de la fuerza como recurso para evitar un mal mayor, (al que no podemos permitir acostumbrarnos los uruguayos), el operativo policial resultó eficiente a estar por los resultados finales. En otros tiempos –no tan lejanos- el tendal de vidrieras rotas, arrebatos y demás conductas delictivas, hubiera sido lógico resultado; sin embargo esta vez los daños colaterales se minimizaron.
No obstante lo cual apreciamos también errores cometidos al tiempo de contrarrestar la acción de los violentos, que determinaron, (por ejemplo), que no hubieran procesados luego de los disturbios, con lo cual convengamos que el desgaste policial fue –en ese aspecto- ineficiente. El propio Director de la Policía Nacional – Julio Guarteche- ha expresado con absoluta claridad que la mejor represión es la instrucción de pruebas para procesar a los que cometen delitos, y eso no se consigue repartiendo palos sino con inteligencia. Algo que faltó o fue inocua en la ocasión.
A pesar de todo, la corriente de opinión mayoritaria –salvo algunas caras y otras caretas- es conteste en aplaudir la acción policial a la que acepta como un mensaje de decir basta al atropello vandálico que acompaña y empaña cuanta fiesta popular se presente por estos tiempos. También algún sociólogo hizo oír su voz contraria manteniendo una postura desde el sitial privilegiado de una Academia que no pisa el barro cotidiano de la acción, que es mucho más que verbo simple. Los conceptos sociológicamente vertidos no alcanzan para contemplar a Doña María, a Don José ni a Juan Pueblo, que reclaman para ayer volver a vivir con la seguridad que le expropiaron hace mucho tiempo.
El camino no es el palo represor pero tampoco el campo orégano de la inacción. Hay que dar señales claras hacia la profesionalización policial, la capacitación y el desarrollo de la prevención como algunas de las medidas a cumplir en el corto plazo.
Los lamentables hechos ocurridos deben servir de experiencia y ser un claro mensaje para los violentos, advirtiéndoles que no se está dispuesto a tolerar ningún exceso.
No lo tolera un pueblo, que quiere volver a tener un mejor lugar para vivir.
el hombre festejó en la plaza,
hasta que el perro recibió una pedrada...
hasta que el perro recibió una pedrada...
No hay comentarios:
Publicar un comentario