Hay cosas que pasan y no nos damos cuenta, y el tema de esta columna es uno de ellos. Algo que era común ver en las calles de Montevideo y ahora no, algo que significó una bofetada fuerte para un gobierno de izquierda que se propuso cambiar esa realidad y a ojos vistas lo logró. Aunque no faltarán los que digan que fueron sustituidos por adultos, lo cierto y real es que ya no hay niños mendigando por las calles, ni haciendo malabares en los semáforos o desplegando tarjetitas en las mesas de algún boliche. Ya no están más, y la respuesta me surge de inmediato, los niños ahora están en la escuela y ese es un cambio trascendente para cualquier sociedad, cuyos efectos se verán a futuro y serán -seguramente- algo bueno para ese Uruguay que todos soñamos...
Cruzando el charco
Una visita a tierras argentinas generó la inmediata comparación con nuestra realidad, allende el Plata la actualidad marca un retroceso grande que nos trajo a la memoria esas estampas callejeras olvidadas por una sociedad uruguaya que pudo mutar esa realidad que nos interpelaba con urgencia. Hoy ya no se ven niños mendigando por las calles de Montevideo, ni en los comercios, ni viviendo en situación de calle; y cuando ocurren, se disparan las alarmas que imponen el rescate inmediato. Hay músculo generado para dar respuesta urgente a esas emergencias y así, los niños uruguayos, ya no encuentran refugio en las calles ni necesitan salir a mendigar o mostrar sus destrezas infantiles en las esquinas para hacerse de alguna moneda. Hoy la escuela los cobija y encuentran en ese espacio el rincón ideal que proteja y contenga sus necesidades básicas para crecer en igualdad de condiciones que sus coetáneos.
Es cierto que últimamente ha proliferado la aparición de personas adultas en situación de calle, y esa emergencia aún resta por resolverse, pero para ella también hoy se cuenta con otra musculatura que responde y asiste, no con la velocidad ni eficacia deseada pero hay salidas disponibles. Ese es un debe que nos debe interpelar en el corto plazo y más aún en vísperas de una elección en que se convierte en tema de campaña.
Pero aquellos niños que veíamos mendigando por las calles, o haciendo piruetas en los semáforos o limpiando vidrios, ya no están más. Ya no corren atrás de una moneda para parar la olla, ahora acuden a la escuela pública, a ese espacio de convivencia y generación de ciudadanía que brinda cobertura y atención en la etapa más fermental del ser humano, cuando más necesita de contar con nutrientes para su desarrollo y herramientas de conocimiento para su inserción social en el futuro.
Basta con cruzar el charco para apreciar los coletazos del neoliberalismo nuevamente activos, como si fuera una película repetida a la que no queríamos volver a ver. Allí está, enfrente nuestro, situaciones de tiempos pasados que no queremos ni podemos permitir que vuelvan a ser parte de nuestra geografía urbana. Están allí enfrente, comiendo de la basura, peleándose por un contenedor en busca de alguna proteína. Tristeza infinita provoca ver en lo que se convirtió “el granero del mundo” en tan poco tiempo.
Esas luces de advertencia están encendidas y las sirenas suenan fuerte, no las ve ni escucha quien no quiere. Hacer como el avestruz para esquivar el peligro no nos defiende del mismo, al contrario, nos deja expuestos sin espacio para preparar una defensa. El daño llegará si no somos capaces de darnos cuenta que por esa vía no llegamos a otro destino que ese que hoy padece el pueblo argentino.
Extrañamente hoy nada dicen los que celebraron el triunfo macrista de este lado del charco, su silencio no hace más que confirmar que el peligro está latente. Porque ninguno se ha desmarcado ni desdicho de lo que expresaron cuando todo era baile y champagne, hoy hacen mutis por el foro, pero su silencio aturde.
Hoy ya no tenemos niños pidiendo por las calles de Montevideo, y ese es un logro inocultable de estos 15 años de gobiernos frenteamplista. Hoy los niños viven y disfrutan su niñez. En esos niños está nuestro futuro. En esos niños se está construyendo el cambio cultural imprescindible.
Compararse con los que están mal no es un buen consejo, pero no deja de ser un ejercicio a practicar en tiempos electorales. Porque nos permite evitar esos mismos resultados a los que llegaron otros aplicando recetas que Uruguay abandonó. Hoy disfrutamos el rumbo impreso por un equipo económico que hizo un correcto manejo macroeconómico, que permitió desmarcarse de las pautas del FMI y adquirir deuda soberana para aplicar nuestras propias recetas consistentes en la ampliación de mercados internacionales y la dinamización del interno con la recuperación del salario de los trabajadores.
Todo -finalmente- se reduce a la economía, porque es esa actividad la que permite a un país, a una familia, a un individuo, generar recursos para subsistir y desarrollarse. Por todo eso es que hoy más que nunca debemos recordar esos tiempos pretéritos que nos dejaron aquellas imágenes, para no permitir que regresen.
Los niños uruguayos ya no están en las calles, y eso es algo que nos debe llenar de orgullo...
el hombre lo fue a buscar a la escuela,
el perro acompañaba el viaje...
No hay comentarios:
Publicar un comentario