Esta columna se escribe a escasas horas de un nuevo clásico del fútbol uruguayo. El clima previo pareciera ser una paz de esas que precede una tormenta. Varios hechos conocidos por estos días, dan cuenta de alguna referencia con hinchas de los tradicionales rivales que fueron protagonistas de actos delictivos. Ello bastó para alimentar un imaginario que deja de ser imaginario para ser una triste realidad. Para colmo, el clásico argentino se suspende por la estupidez manifiesta de quienes aspiran a ganar como sea en un juego en el que gana el que introduce el balón en el arco contrario. Cada vez más quieren ser protagonistas los que debieran ser espectadores o -a lo sumo- protagonizar un espectáculo alternativo y adicional al que debieran dar los jugadores en el campo de juego. Para redondear ese combo peligroso, se conocen vinculaciones de algunos “supuestos” hinchas (porque el verdadero hincha es el que vive y disfruta su pasión por el juego mismo) con hechos delictivos. Esa combinación explosiva de intereses comerciales y deportivos junto a la idiotez humana, hacen que lo que debiera ser una fiesta termine siendo un papelón o -en el peor de los casos- una tragedia. Lo dicho, el fútbol navega entre la pasión, el negocio ó... la estupidez.
Bienvenido otro Estadio
El fútbol uruguayo ha venido sumando un decadente cúmulo de antecedentes violentos que han motivado la respuesta de las autoridades con medidas cada vez más restrictivas. Así ocurrió a fines de la década de los ochenta cuando se dejó de compartir la Tribuna Amsterdam para ceder las cabeceras completas a cada hinchada. Lejos de ser una solución sumamos un motivo más de aumento de la rivalidad y -lo que es peor- un incremento de la falta de convivencia. Porque separando sólo se logró un incremento en la rivalidad que fue directamente proporcional a los metros de distancia que tienen hoy ambas parcialidades.
En efecto, poniendo una cancha de fútbol (105 metros más los taludes y espacio detrás de los arcos), junto a la multitud que representa toda una tribuna (unos 8 a 10 mil hinchas juntos), potenció la virulencia de la animación. Los cánticos con mensajes violentos y las manifestaciones de poder o exhibición de “botines de guerra” (banderas o camisetas del rival), son sólo algunas de las actitudes que se han visto potenciadas con esa medida (ni hablar de los delitos que se cometen en la tribuna misma). Porque estas nuevas formas de demostración de “aliento” clubista, eran impensados otrora cuando ambas barras se ubicaban en la misma Tribuna Amsterdam (Nacional contra la Olímpica, Peñarol contra la América). Control de opuestos o simple convivencia; sea cual fuera la razón, no recuerdo incidentes violentos como los que se producen hoy día, alimentados por esa potencia concentrada en las cabeceras del Estadio Centenario.
Con esa escalada violenta vinieron los controles policiales, ese socio natural que sumó -cada vez con mayor presencia- el fútbol uruguayo como otro protagonista principal. Un “cabeza de turco” a quien (de allí en más), hacer responsable de la mayoría de los incidentes producidos. Porque ya sea por acción u omisión, fue la Policía uruguaya la que se llevó la mayoría de las responsabilidades en los hechos violentos ocurridos en un escenario deportivo donde un negocio privado hacía (y aún hace) de la seguridad un problema público.
Todavía se pretende que sea la fuerza pública la que se haga cargo de la seguridad en un espectáculo privado, de un organizador que es privado, que cobra entrada y que si bien contrata servicios policiales de seguridad, estos no son suficientes y se debe -siempre- recurrir a servicios ordinarios para cubrirlo. Entonces surge la pregunta: ¿es lógico que la sociedad uruguaya solvente con sus recursos un negocio privado? Podrán estar de acuerdo los que asistan ese día, los parciales y los socios (en una demostración más de su fervor clubista), pero ¿qué hay de quienes no tienen interés alguno en este deporte?
Estamos a escasos meses que el C.A. Peñarol inaugure su moderno estadio. Una medida que alentamos muchos porque será el comienzo de una nueva era en el fútbol uruguayo sin dudas. Hoy se destruyen las instalaciones del Centenario sin remordimientos, pero seguramente no será igual en el nuevo recinto. El sentido de pertenencia hará que se lo cuide, los inversores querrán recuperar su inversión con encuentros colmados de público. Eso les permitirá amortizar su inversión, entonces no será negocio la ocurrencia de hechos violentos, que alejan a la familia de las tribunas y -por ende- de su negocio.
Es hora de hacerse cargo -responsablemente- de un ítem de importancia en un evento deportivo como es la seguridad. Ya no habrá lugar para las improvisaciones, porque estas le costarán caro a la institución. Doblemente caro, porque alejará a la gente y porque cualquier daño que sufran las instalaciones serán un costo propio que deberán asumir sin retaceo.
El fútbol del primer mundo -empezando por los creadores del juego, los ingleses- asumieron hace mucho tiempo esa responsabilidad y no transfieren la misma a nadie. Son ellos -los organizadores, los clubes- los responsables de su espectáculo y así lo administran junto a una presencia policial que es, la más de las veces, testimonial. Adentro de los escenarios deportivos se organiza la seguridad por parte de personal preparado especialmente para esa función (stewards), quienes hacen su trabajo de modo profesional y eficiente. No hay barras integrando ese núcleo, lo cual no implica que no tengan su simpatía clubista, sino que antes que hinchas son profesionales de la seguridad. Un adicional de calidad que hace la diferencia.
Hace tiempo ya que este tema fue puesto de manifiesto por las autoridades, apoyados en la experiencia inglesa, pero la improvisación e imprevisión siguen haciendo de las suyas. Aún están pendientes las cámaras de seguridad prometidas por la AUF, aún está pendiente el vallado exterior al Estadio Centenario, aún está pendiente la designación de responsables de seguridad en todos y cada uno de los equipos de fútbol que participan oficialmente. Si los hay, la gran mayoría (salvo los equipos de mayor convocatoria), son figurativos y no hacen del tema su principal profesión ni mucho menos.
Muchas razones y pocas soluciones
Por si fuera poco, cada vez que se anuncian medidas de seguridad estas son bastardeadas y criticadas -casi siempre sin escuchar los fundamentos de las mismas- por mucha gente. Algunos, calificados formadores de opinión, hacen caudal de la crítica sin ningún reparo en lo que motivó la determinación de la misma. Se apelan a espacios comunes como “el espectáculo de color y/o la fiesta deportiva” afectados por la medida resuelta, cuando en verdad la misma obedece a que aquel “espectáculo” y aquella “fiesta del color” hace tiempo que se ve empañada por los hechos de violencia. Esos que después se encargan de criticar fuertemente, también.
Para empeorar aún más el clima, en la vecina orilla se suspendió el clásico por hechos producidos desde la tribuna (arrojaron gas pimienta a los jugadores de River Plate cuando salían al segundo tiempo por la manga plástica). Y como todo se copia, las luces de alerta se encendieron en este lado del Plata.
Mucho se criticó la prohibición del papel picado, pero nadie repara en la previsión que implica esa medida. Hemos visto que luego se encienden focos ígneos con ese material y si contamos con que las butacas son plásticas, se torna un peligro adicional que se pretende evitar. Nadie discute la espectacularidad de una tribuna hecha nube de papel picado, pero aquella conducta -copiada de otras latitudes y hecha realidad en nuestro país- lleva a emitir esta prohibición. Lamentablemente no han habido señales de cambios, y a estar por lo que inundan las redes y abonan las noticias de prensa, más vale prevenir.
Por eso es buena la reflexión de párrafos arriba, sobre la oportunidad que significa un nuevo estadio de fútbol y que este sea del otro grande uruguayo. Serán otros tiempos para el tema de la violencia en el fútbol, y -seguramente- serán buenos tiempos.
Tiempos en que el fútbol deje de ser estupidez para concentrarse en la pasión y -por qué no- en un buen negocio.
el hombre reservó su butaca,
el perro lo miraría por TV
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