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martes, 27 de junio de 2023

50 años atrás…

Abandonando ya la cincuentena y por convertirme en un sexagenario, los recuerdos piden cancha para salir a despabilarlos en retrospectiva. El golpe de Estado fue una tragedia que me impresionó mucho con apenas 10 años. La imagen de mi madre imponiéndome de la mala nueva mientras en el viejo televisor a válvulas y caja de madera, la figura de un canoso Hamlet Reyes aparecía para dar inicio a una etapa oscura que duraría más de una década. Un período gris y muy triste, donde la marcha 25 de agosto anunciaba casi que a diario, los “sediciosos” requeridos o detenidos que ilustraban muchas veces los marciales anuncios. Tiempos de vedas, carestía y escases de alimentos de primera necesidad; tiempos de ajustes y salarios congelados; tiempos de delaciones y funcionarios clases A, B y C, que presagiaban la destitución; tiempos de detenidos desaparecidos que siguen pidiendo VERDAD y JUSTICIA hasta hoy. Han pasado tan rápido que casi que no nos dimos cuenta pero, dejaron marca y un indeleble mensaje que es imperioso transmitir fuerte y claro a las nuevas generaciones: NUNCA MÁS

Con la Graziella rodado 12

Aquel tiempo me dejó huellas imposibles de olvidar como la de aquel soldadito perdido en un casco que le quedaba enorme y un fusil en sus brazos intentando disimular el miedo que tenía en aquel operativo rastrillo. Eran las primeras horas de una mañana gris en la que con mi hermana nos despertó el golpe en la puerta y el ingreso autorizado por mi padre de aquel soldado que pretendía revisar el viejo apartamento de la calle Raissignier. Una locación que era parte de un conjunto de 4 apartamentos espejos con un patio común al centro que convergían en la escalera central a la azotea compartida. Esa escalera contaba con un depósito inferior que hacía las veces de depósito y al que solo nuestro apartamento tenía acceso. Aquella singularidad se parecía a un “berretín tupamaro” y fue motivo suficiente para poner a la defensiva a aquel soldadito imberbe que dejó salir todo el miedo contenido en un solo acto defensivo de apuntarnos con su fusil obligando a mi padre a contenerlo informándole que aquel lugar solo contenía viejos enseres y la Graziella rodado 12 que me habían dejado los Reyes.

Fue –precisamente- aquella Graziella, la protagonista de otra arista que marcó ese período oscuro de nuestra historia reciente, al ser el medio de transporte alternativo por el que tuvo que optar mi viejo para ir hasta la fábrica cada jornada. Fiel vehículo que pasó de ser objeto de esparcimiento a vital medio de transporte de quien estiraba el sueldo de oficial mecánico ahorrándose el boleto. El Fiat Topolino hacía tiempo que había dejado de ser parte de la familia para paliar la menguada economía de la casa. 

Aquellos años fueron también de largas colas para hacernos de unos pocos y racionados litros de kerosene para alimentar las viejas estufas o el tradicional Primus al que había que calentar con alcohol azul, primero y darle bomba, después, para avivar la flama. Tiempos de escasez de carne fresca y vedas continuas que eran sorteadas con los matarifes clandestinos que ofrecían sus productos o los viajes hasta el puente del Arroyo Carrasco para hacernos de algún churrasco fresco, en lugar de cortes congelados.

Momentos de altísima tensión que llevó a la suspensión de las clases en aquella recordada reunión de padres en el colegio y posteriores vacaciones obligadas. Recuerdo el “Año del Sesquicentenario” (1975), que fue de los de más dura represión y donde “tupamaro” era una mala palabra a pesar que habían sido derrotados mucho antes que los iluminados defensores de la patria encontraran la veta para hacerse del poder valiéndose de aquellos como excusa. 

Pasé toda mi adolescencia en una orfandad política in extremis; toda una generación desafectada de la discusión ideológica en forma expresa pero que poco a poco, supo reconstruir su identidad a fuerza de hurgar en una clandestina memoria colectiva. Esa misma memoria que fue encontrando espacios donde guarecerse para salir a la luz con más fuerza y convicción.

Luego, pasado algunos años, llegaríamos a la Universidad no sin dificultades ante cupos restringidos y exámenes de ingreso que hacían las veces de filtro para el desestímulo estudiantil. Un ingreso difícil que contó con la mirada y control de “tiras” que habilitaban el acceso al centro de estudios, así como de “infiltrados” delatores que compartían clase. Tiempos ya donde los dictadores habían comenzado a emprender la retirada, tras el inmenso NO del año 1980.

Con letras y proscriptos

A pesar de nuestra gris idiosincrasia, supimos transitar un camino alternativo pero seguro, que derivó inexorablemente en la recuperación de nuestra perdida democracia. Claro que con la particularidad de ser una salida renga, donde las proscripciones políticas marcaron la pauta condicionando una transición que debió esperar un tiempo para consolidarse como plenamente democrática.

Mi primera votación fue en las internas, donde la combinación de letras fue la forma de evitar los lemas prohibidos. Pero el ingenio popular les volvió a ganar y los orientales eludieron las advertencias de un veterano político que advertía sobre los votos “insuflados” (en clara alusión a votantes del proscripto Frente Amplio que podrían incidir –de hecho lo hicieron- en la votación de los blancos del también proscripto Wilson Ferreira y su lista ACF – Adelante Con Fe… rreira).

Ese fue –sin dudas- un tiempo de sacrificios que posibilitó una alternativa útil aunque hipócrita que nos permitió celebrar elecciones con un “cambio en paz” al decir del triunfador Partido Colorado con Julio María Sanguinetti. Pero fue un período de tensión permanente, donde las justificaciones de la salida (tras el pacto del Club Naval), se daban de frente con la voluntad de un pueblo que se resistía a aceptar la exoneración de culpables de delitos de lesa humanidad. Circunstancia que daría nacimiento a una acumulación ideológica de diferentes sectores con el voto verde. Una honrosa etapa donde los uruguayos dimos lucha y resistencia a acciones como las del Gral. Medina poniendo bajo llave, en caja fuerte, las primeras citaciones judiciales a los genocidas.

Debimos pasar por el desafuero de Germán Araújo y la votación de la Ley de Impunidad donde un Estado hipócrita renunció a su potestad sancionatoria para declarar la caducidad de la pretensión punitiva sobre los militares que atentaron contra la vida de uruguayos por el simple hecho de pensar distinto.

50 años después

Han pasado 50 años de aquella triste noche y todavía quedan cuentas pendientes. Algunas tan pendientes como imposibles de olvidar por una verdad que empuja por salir a flote en forma de restos que son un grito de libertad y memoria contenido. Un grito clandestinamente oculto por quienes cobardemente se niegan a cerrar la herida revelando DONDE ESTÁN nuestros desaparecidos. Esos mismos que hoy pujan por salir de la prisión que ostentan por los delitos cometidos, sin mostrar ninguna señal de arrepentimiento.

Hoy, cuando estoy pisando las seis décadas de existencia y repaso algunas pinceladas de aquellos oscuros años, la conciencia me invita a mantener vivos a los que no están, a los que se fueron sin saber el destino de sus familiares. También por aquellos que estuvieron hasta el último día luchando por un mejor país para todos. Y por aquellos que todavía siguen luchando y queriendo cambiar la realidad para que florezca un país soñado al que saben que no verán ni disfrutarán, pero desean fervientemente dejar como legado.

Por todos ellos… por los que fueron, por los que son y por los que serán, celebremos la consigna del NUNCA MÁS.

50 años no alcanzaron ni alcanzarán nunca para olvidar, mucho menos para dejar de buscarlos.

POR SIEMPRE DEMOCRACIA

el hombre hizo vigilia,
el perro también…


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