A pesar del esfuerzo que pretende imprimirle el candidato oficialista – Álvaro Delgado- las caras dicen mucho más que las palabras. A estar por el semblante del Gral. Manini en las últimas apariciones junto al equipo multicolor, el ambiente no es para nada alentador y parecen estar remando en un mar de espesura indisimulable. Claro que el Gral. –particularmente- fue el gran perdedor del pasado 27 de octubre, lo que explica en gran medida su semblante. Ya no tiene en sus manos la llave maestra que lo supo ubicar en una situación de privilegio en la multicolor juntada.
El rapto de sinceridad que tuvo años atrás cuando la ratificación de la LUC por un exiguo margen, aparece nuevamente en ocasión de definirse la segunda vuelta electoral. Influenciado por su pésima votación, quien fuera un socio de peso en los multicolores, aparece deslucido y derrotado con expresiones que dejan al desnudo el verdadero interés que lo llevó a mantenerse como socio de los multicolores: los cargos.
De otro modo, ¿cómo puede pensarse que si no llegan a renovar el gobierno pierde sentido la comunión multicolor? ¿Solo si son gobierno se justifica dicha sociedad?
Esa es, por sí misma, la gran diferencia con la fuerza de izquierda, la cual sí es una genuina coalición de partidos con un diferencial de peso insoslayable conformado por el movimiento, ese que está constituido por sus bases sociales. Ese es el cable a tierra del que carecen los partidos coaligados que se juntaron con el único fin de impedir la continuidad del Frente Amplio en el gobierno, y que – si no consiguen dicho objetivo- anticipan desde ya su fin.
Es que no alcanzan cinco años para consolidar una coalición como la de la izquierda uruguaya, que lleva más de medio siglo acumulando fuerzas y generando músculo siendo un ejemplo único en el mundo. Una fuerza política que no se rompió en la derrota, sino que se reconstruyó y supo salir a flote con un proceso enriquecedor y de genuina humildad admitiendo sus errores y acudiendo a uno de sus principales componentes: el movimiento. Porque fue apelando a ese instrumento que lejos de encerrarse salió a patear el país entero en procura de encontrar sus errores y proponerse corregirlos. Algo que llevó a retomar la movilización como instrumento apelando a esa fuerza social que hace parte sustancial de su esencia como coalición, ya que no solo es una sumatoria de partidos, sino que cuenta con una base militante que lo empuja y marca el rumbo.
Lo cierto es que, si la única razón que une al oficialismo multicolor es impedir el retorno de la izquierda al gobierno, debiera empezar por hacerse cargo de una gestión que dejó muchas dudas y que tuvo un número importante de escándalos que la ciudadanía juzgará oportunamente el próximo 24 de noviembre. Aunque ya hizo un juicio previo que los dejó escorados al perder las mayorías que ostentaron hasta hoy en el Parlamento. Hoy, el Senado es mayoría frenteamplista y, en Diputados, no hay mayorías para ningún bloque.
Ni fueros ni cargos
En concreto, Manini dejó al descubierto la principal razón que los juntó y que ahora los dejaría en libertad de acción. Porque sin el gobierno (para repartir cargos) la coalición no tendría sentido, según expresó.
Vino bien ese momento de sinceridad manifiesta, pues quien prometió que iba a terminar el recreo (frase que luego le robó el Presidente), no solo no lo terminó, sino que dejó al desnudo que su único interés fueron esos cargos que supo acumular y que lo mantuvieron dentro de la coalición hasta el final.
Tras su lastimosa votación del pasado 27 de octubre, Manini perdió mucho más que los fueros, perdió el miedo a reconocer que si no se gana el gobierno la coalición no tiene sentido alguno. Y lo dice porque reconoce expresamente que son solo eso, una coalición de partidos a la que le falta esa otra pata fundamental que sostiene y empuja a la izquierda uruguaya: el movimiento social.
Por eso es que esta segunda vuelta tiene olor a frenteamplismo, porque ya supo arremeter en 2019 para dejarnos a escaso punto y fracción de la victoria, remontando muchos más puntos que los que se necesitan hoy para que Orsi sea ungido como Presidente de la República.
No hay nada ganado todavía, los frenteamplistas vamos a salir a patear el país entero, a golpear todas las puertas y a convencer que hay que votar a un candidato que sabrá cumplirles a los uruguayos.
En estos cinco años de gobierno de derecha, la izquierda uruguaya se recompuso, hizo su autocrítica y lejos de romperse se consolidó como la primera fuerza política del país, creciendo significativamente en votos.
Queda un último esfuerzo, el empujón final para consumar el largo recorrido de devolverle al Uruguay la credibilidad que perdió con promesas incumplidas y escandalosos hechos de corrupción con figuras de gobierno, en los que constituyeron “los peores 5 años de nuestras vidas”.
Hace pocos días en una entrevista, Daniel Chasquetti remarcó que a los gobiernos se los juzga cada cinco años por sus acciones. Y así como al Frente Amplio la ciudadanía lo juzgó haciéndole perder la elección en 2019, este gobierno se enfrenta al juzgamiento del soberano que pondrá en la balanza todo lo acontecido en este lustro. Hechos de los que el gobierno no quiere hablar pero que la gente tiene el derecho a enumerar para hacer su juicio de valor en las urnas. Al fin y al cabo, de eso se trata la democracia, de elegir al mejor gobierno para que nos represente y guíe los destinos del país. Y cuando uno elige, evalúa lo que hicieron durante la gestión, y en esta administración –mal que les pese- los escándalos estuvieron en el orden del día y aunque la agenda mediática oficial pretendiera ocultarlos, la sumatoria es de un nivel tal que es imposible ocultarlos.
Este 24 de noviembre el soberano será convocado una vez más, esta vez definitiva, para elegir al mejor gobierno, según su libre y leal saber.
Ese mismo soberano que laudará el ballotage será el responsable de darnos el gobierno que nos merecemos, y su decisión será inapelable.
Por aquello de “vox populi, vox Dei” …
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