En el Uruguay “la categorización por rango de localidades urbanas en ciudades (mayor), villas (mediana) y pueblos (inferior) tiene su origen en la Colonia, no representa una clasificación cerrada, ni existen disposiciones de rango constitucional o legal que establezcan requisitos diferenciados para adecuar cada urbe a una u otra categoría”, establece claramente un informe sobre Toponimia y categorización jurídica oficial de las localidades urbanas de Uruguay, realizado por el INE.
(Ver informe: INE)
En dicho documento se realiza un detallado desglose de las localidades de todo el país que reportan al criterio establecido en el párrafo anterior, en el que se puede inferir que un pueblo es una urbanización que ronda una población de unas dos mil personas. Aunque no es estrictamente ese el criterio (la cantidad de población), a los efectos de graficar la idea para esta columna, bien vale la misma. Así las cosas, el dato a considerar es el número de homicidios y lo que supondría la concentración de esas vidas en un mismo lugar o territorio. Una forma un tanto burda pero muy gráfica de lo que implica para un país pequeño y con crecimiento poblacional muy bajo o nulo como el nuestro, la pérdida de tantas vidas. Es como si de golpe desapareciera por completo un centro poblado del interior del país.
Violencia y muerte: la noticia de cada día
Los homicidios en el Uruguay ya no son ninguna novedad, mucho menos ocupan la agenda noticiosa que supieron llenar en anteriores administraciones. Sin embargo, esa naturalización de la desgracia no deja de ser una muy mala noticia. Ya sea por acción o por omisión, la ocurrencia misma los pone en un lugar que debiera encender la preocupación de todos.
Seguramente sea la producción de los homicidios al ritmo de goteo lo que lleva a que los hallamos incorporado como una noticia más del diario universo noticioso. Pero, aunque ese goteo sea tal, debiera interpelarnos para que no nos sorprenda un día ocupando un lugar en la crónica roja.
Es que el goteo se transformó rápidamente en chorro, tras casi dos años de pandemia que debieron atemperar los casos… pero no. A poco de retomada la movilidad social y la actividad comercial, se dispararon de forma descontrolada llevando las cifras a niveles superiores a los de cualquier administración pasada.
Ya no se trata de un alarmismo oportunista, pues, aunque “se la estén dando entre ellos”, como supo decir un ministro ya desaparecido, esa mano de obra criminal se quedará un día sin trabajo y será muy fácil contratarla para resolver cualquier disputa o controversia entre pares.
Para evitar llegar a ese punto es que hay que parar esta epidemia de violencia a como dé lugar, dejando de lado cualquier interés electoral para poner el foco en lo verdaderamente importante. Los uruguayos ya no queremos ver que se trate a la seguridad como un botín electoral, pues los resultados están a la vista. Los que usaron el tema como tal han fracasado con total éxito por más que sigan insistiendo con cifras en las que nadie cree.
Récord infame
Al final de este período –de mantenerse la tendencia actual- superaremos las dos mil muertes violentas, a las que deberemos agregar otro importante número proveniente de las muertes dudosas que tuvieron un increíble crecimiento durante esta administración.
Por eso lo del principio vale, es inadmisible creer que desaparezca un pueblo o una villa entera, pero eso es lo que representan los homicidios en este quinquenio, el que iba a ser el mejor de nuestras vidas y cerrará de la peor manera.
Ahora bien, si llegó a leer hasta acá, seguramente piense que esta interpretación tiene un sesgo político oculto y mira la realidad con un solo ojo, el izquierdo. No se crea, la anterior administración frenteamplista si algo tuvo fue el coraje de reconocer el problema y advertirlo. El extinto director de la Policía Nacional, Crio. Gral. Julio Guarteche, lo advirtió no una sino muchas veces cuando hacía referencia al incremento de los baleados de la cintura para abajo; y hasta el mismo ministro Bonomi en cada oportunidad en la que fue interrogado por este tema. Ellos supieron poner el punto en la agenda sin mirar la conveniencia política, uno por su rol profesional y el otro por su lealtad con la realidad que quiso cambiar desde siempre.
En este punto entonces no se trata de otra cosa que reconocer que el problema es demasiado grande y de tal importancia que merece ser atendido por todos sin mezquindad política, pero con una mínima dosis de humildad. Porque sin ello será imposible asumir un camino hacia una solución consensuada que permita encontrar una salida al problema de la violencia enquistada en nuestra sociedad.
Es cierto que en este período se produjeron cambios normativos y/o administrativos que pudieron incidir en el agravamiento del problema, ya lo advertimos en otras columnas. Cambios que llevaron a la consolidación del Uruguay como un país de acopio, dejando atrás al de simple tránsito de la droga, con todo lo que ello implica y cuyas consecuencias estamos sufriendo. Sin atribuir intencionalidades, es hora de reconocer el error y enmendarlo entre todos para que el país pueda comenzar a transitar un recorrido inverso al que viene recorriendo hoy día. Para que el Uruguay no sea un lugar atractivo para el crimen organizado y el narcotráfico internacional.
De lo contrario, seguiremos en este tira y afloje interminable que seguirá acumulando muertes y haciendo desaparecer pueblos enteros. Y lo que sería aún peor, en tiempos aún más cortos que un quinquenio.
El momento de frenarlo es ahora, mañana será demasiado tarde…
No hay comentarios:
Publicar un comentario