Imagen: portada El País 14/01/2018 |
Una pandemia de muertes violentas
En los primeros 14 días del año 2018, la tapa de El País tituló “Inicio violento: más de un homicidio por día en lo que va del mes”, en lo que sería duro presagio que se confirmaría ese mismo año con una cifra récord de 414 homicidios. Un indiscutible dato que nos avergonzó a todos como sociedad violenta que apela a resolver sus conflictos de la peor manera y poniendo a la vida misma como razón de peso para dirimir sus diferencias.
Un dato que –de seguir esta tendencia- podría ser superado este año. En los primeros 9 días de mayo, el número de muertes violentas ya supera largamente aquel número que le mereció al diario de la Plaza Cagancha semejante titular de tapa. Más de una docena de casos estarían dando una pauta de un Mayo mucho más violento que aquel enero, pero no menos que los meses que le precedieron desde que, en Julio de 2021, se comenzara a incrementar el flujo de homicidios dolosos.
Se ha dicho hasta el cansancio de una imperiosa necesidad de políticas de Estado que permitan –al menos- darle un tratamiento con la altura que el tema se merece y la urgencia necesaria para ponerle un punto de quiebre. Claro que, para ello, se necesita abandonar la mezquindad que floreó durante todo este tiempo en quienes se arrogaron el derecho divino de tener la solución: sacar a Bonomi y al Frente Amplio del poder. Algo que nunca repararon como una solución al problema de la inseguridad, sino como un fin en sí mismo: llegar al poder.
Una política de Estado que supo aplicarse en 2010, cuando se llegó a un acuerdo multipartidario que fue una hoja de ruta para la gestión del fallecido Bonomi, y que este cumpliera a contramano de quienes rápidamente se bajaron del acuerdo y se dispusieron a hacerle una despiadada oposición. A pesar de ello, siguió adelante con la profunda transformación de una fuerza policial signada por la desidia política que la sumió por décadas en el más absoluto abandono.
Los hechos vienen demostrando –a dos años y poco de gobierno- que no estaban preparados para tamaña responsabilidad y que lo único que han hecho ha sido depreciar una política de seguridad descabezando los mandos (que fueron preparados para enfrentar al crimen organizado durante más de una década) sustituyéndolo por la vieja guardia, alguno de cuyos protagonistas renunció o fue formalizado por la Justicia, por actos de corrupción.
Ni la recuperación salarial, la capacitación profesional, la flota renovada, la dignidad de estar bien uniformado y pertrechado para ejercer la función, la eliminación del 222 en negro, o la incorporación de nuevas tecnologías para combatir al crimen, fueron argumentos suficientes para quienes se dedicaron -un día tras otro- a dinamitar una gestión sin importar que las consecuencias podrían ser estas que estamos padeciendo hoy.
Porque es dable pensar que todo ese esfuerzo invertido en denostar una administración a la que contribuyeron nada menos que con aquel acuerdo firmado por todos los partidos con representación parlamentaria, sirvió para alimentar un discurso “tribunero” que adoptaron rápidamente y para el que no escatimaron recursos. Todo ese tiempo de combate dialéctico, fue un tiempo perdido para los uruguayos honestos pero fue un tiempo ganado por una delincuencia que siguió actuando y fortaleciéndose aprovechando las diferencias de la clase política.
Porque, mientras se combatía y trataba de explicar el fenómeno, los que hoy tienen la responsabilidad de la seguridad se dedicaron a criticar acérrimamente a Bonomi y su equipo. Sin embargo, extrañamente, aplican hoy los mismos argumentos que aquel, sin que se les caiga la cara de la vergüenza. Hoy, los ajustes de cuenta son lo primero que les viene a la boca a la hora de “justificar” una parte de la violencia; desde el fallecido Larrañaga (“se la están dando entre ellos”), hasta Heber, argumentan con absoluta y real lógica, que los ajustes explican un alto porcentaje de las muertes violentas. Algo que si bien es cierto, es de una brutal hipocresía que no les mueve un pelo. Pero, el nivel de improvisación al que llegan termina siendo por demás preocupante, ya que hay una porción que empieza a repetirse y son las muertes derivadas de una rapiña. Justo cuando se jactaban de haber bajado los homicidios derivados de ese delito, se han dado sendos y violentos casos en que se produjo la muerte de una persona a raíz del hurto con violencia (un hombre en el Cerro, un cantinero en Lezica, por citar los casos más recientes).
La violencia parece no tener límite, cuando menos lo pensamos afloran casos que nos deberían despabilar a todos. No se trata de exigirles una mera rendición de cuentas, se trata de reclamarles que se hagan cargo luego de tanto veneno vertido durante años y de arrogarse virtudes que no se estarían viendo reflejadas en la gestión ni mucho menos.
Es hora de reclamarles responsabilidad a los que hoy hacen silencio y ni siquiera dan la cara ante una ciudadanía que les escuchó decir que estaban preparados y que prometieron los mejores cinco años de nuestras vidas…
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