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martes, 15 de diciembre de 2020

Enigma 33

El tres es un número mágico, asociarlo con la divina trinidad es casi automático para cualquier cristiano (y no tanto); dos veces tres implica una sobredosis de simbología que no resiste archivo. Quien recorra Piriápolis, por ejemplo, se encontrará con este número en repetidas ocasiones ya que el fundador de aquel balneario de Maldonado era un reconocido místico que construyó aquella ciudad en base a una geometría sagrada regada de símbolos. 33 son los escalones que separan la rambla de la entrada al Argentino Hotel, por ejemplo, y así podemos seguir enumerando rincones que esconden símbolos alquimistas y templarios de una época que pasó dejando su huella como un diagrama oculto para ser descifrado. Pero si bien están allí y nadie duda de su existencia, no parecen ser el escudo que protege de un virus pandémico que azota la humanidad por estos tiempos. Por lo menos, no parecen ser los mismos talismanes que sí protegen a otro territorio uruguayo donde el número mágico está haciendo historia. Por eso hoy quiero escribir sobre el “Enigma 33”…

Aclaración importante: esta columna se escribió horas previas de conocerse el triste fallecimiento del Dr. Enrique Soto, víctima de Covid-19. Como él, casi un centenar de uruguayos han perdido la vida por culpa de este virus y se suman a los más de un millón y medio de fallecidos en todo el mundo. Para ellos, todo mi respeto; que no se interprete lo escrito como una falta de sensibilidad hacia las víctimas y/o sus familias, sino todo lo contrario. Es solo una humilde contribución para sobrellevar el confinamiento que trajo la pandemia con una lectura disparatada que, si logra arrancar una sonrisa al lector, habrá conseguido su objetivo. La columna se subió y se bajó casi enseguida a su publicación para incluir esta aclaración que entendíamos necesaria. 

33 y el de la foto… 34

Quien no entienda el chiste del subtítulo o bien no es uruguayo o no fue a la escuela todavía. Recurrente broma que aparecía en las clases de historia cuando se daba la Cruzada Libertadora con Lavalleja y sus 33 Orientales. Sí, Lavalleja, aquel señor de amplias patillas que –según cuentan- era muy dócil y al que su mujer siempre arengaba con un “date corte, Juan Antonio!!”.

Lo cierto es que aquellos gallardos y valientes orientales que pisaron el húmedo arenal de la Agraciada, tras bajarse de rústicos lanchones en los que se transportaron, fueron capaces de impregnar de pundonor y gloria a toda una hueste de orientales homónimos (algunos que todavía ni sabían que eran tales), para levantarse en armas contra el dominio lusitano.

Y fue, curiosamente, a partir de aquellos “33 hombres que mi mente adora”, donde empezaría la gesta liberadora del dominio brasilero (enemigo conquistador al que podríamos llamarle Covid-19, para darle un sesgo de actualidad al tema). Según la teoría que estoy desarrollando en estas pocas líneas, ese número mágico fue el antídoto que derrotó a la plaga brasileña, provocando –luego- un efecto rebaño (me voy aggiornando con la terminología pandémica), que pronto se diseminó por toda la Banda Oriental hasta ser un solo grito de Libertad o Muerte que nos transformaría en un país independiente.

Claro que toda esta teoría se me va al carajo si apareciera el famoso 34 que si bien no sacó ninguna foto por razones obvias de tecnologías inexistentes, le marcó las posiciones en la playa a Blanes (si no, ¿cómo iba a hacer el pintor oriental para organizar el dibujo sin herir susceptibilidades propias de quienes querían salir en la pintura?). Por eso es que fueron, y serán por siempre, 33!!

Así también, el mundo recoge múltiples y extrañas coincidencias de hechos históricos en que aparece este número mágico para otorgar una razón divina al desenlace final de los hechos. Jesús muere en la cruz a los 33 años (ese dato me tira abajo un poco la teoría, digan que luego resucitó si no me la destruía); en la Masonería el 33 es el máximo grado; Dante dividió su magistral obra de la Divina Comedia en 3 cantos (Infierno, Purgatorio y Paraíso) de 33 capítulos cada uno.

Claro que tengo datos que no me ayudan, como la muerte de los Kennedy (John F. y Robert F.), que murieron cerca del paralelo 33º, el primero de los cuales (JFK) lo fuera el 22 de noviembre (22+11=33); o Alejandro Magno que también murió a los 33 años; o el Papa Juan Pablo I que murió 33 días después de haber sido nombrado. Pero bueno, son detalles que no echarán por tierra a mi teoría mágica que pasaré a explicarles a continuación…

Territorio sagrado uruguayo

El 13 de marzo de este año fue declarada la emergencia sanitaria por el gobierno; desde entonces hemos resistido con firmeza los embates de la pandemia con hidalguía siendo ejemplo para la región y el mundo. El Presidente y sus asesores más cercanos, daban conferencias de prensa todos los días y se mostraban orgullosos de ser ágiles y precisos en la respuesta sanitaria. ¡Uruguay, no má’!!!

Pero… poco a poco así como los testeos fueron aumentando también lo hicieron los casos, que tuvieron un quiebre que –según algunos- fue la selección uruguaya de fútbol con sus más de 20 casos detectados. A partir de ese hecho –que no tiene relación alguna con el crecimiento exponencial del resto de los casos disparados en el Uruguay, conste- se puede decir que tuvimos un corte o mejor dicho una bofetada de realidad de la que no se recupera todavía ni el Presidente ni sus asesores más directos. Esos que dejaron de hacer conferencias todos los días y parecen aturdidos por los golpes de este invisible enemigo que los puso al borde del KO.

El mapa del Uruguay mutó rápidamente y en pocos meses pasó de un verde intenso dominante al naranja absoluto en casi todo su territorio salvo esa isla interior (carozo a esta altura por su resistencia) que no es ni más ni menos que ese departamento bendecido por sus inspirados fundadores que lo bautizaron “33”.

La sola mención del nombre parece (a juicio de este neófito científico del teclado), la única razón del cero absoluto que lo mantuvo incólume (hasta hace unos días), ante el avance del cobicho. Supongo que más de un médico estará pensando en que esto es cosa de Mandinga o vaya a saber uno de quién, pero les estaría sugiriendo que repitan la famosa y consabida frase de todo galeno auscultante “diga 33”, para que sus pacientes empiecen a compartir la dicha de un departamento que tiene a raya el virus por el solo hecho de llamarse así.

Entonces y para ir redondeando una columna constructiva e ilustrativa en tiempos de emergencia sanitaria, a lo hecho pecho y a los pacientes ya no le indiquen que mire "el carlancho”, como decía Shaburú en Decalegrón, alcanzaría con pedirle: “diga 33” o “33” a secas.  

Casi que enseguida que se terminó de escribir esta imaginaria teoría sanitaria, apareció el primer caso en el departamento de Treinta y Tres.

Aunque tengo mis dudas si el mismo es en realidad un caso autóctono o se trata -ni más ni menos- de la mano invisible de algún "34" olvidado que no se banca más tanto anonimato...


el hombre se fue hasta Tres Cruces,
el perro ladraba hasta llegar a 33…


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