Fuente imagen: Alcaldía de Bogotá |
Pasó el carnaval más largo del mundo pero nos quedaron las mascaritas, claro que no precisamente las que Momo dispone para las carnestolendas sino otras con un fin sanitario prioritario. A pesar de las opiniones encontradas –que abundan en esta era de las comunicaciones- su uso aparece discutido aunque en los últimos días empezó a viralizarse su existencia como una de las razones principales de la contención de la propagación del virus en algunos países (incluido China, donde surgió). Lo cierto es que no estamos en ningún baile y el uso o no de este insumo sanitario se reparte entre quienes lo promueven, entre quienes lo entienden de uso restringido para algunos casos y aquellos que se beneficiaron especulando con su precio en tiempos de necesidad. De lo que sí no nos quedarán dudas es que de este baile saldremos juntos y –seguramente- portando mascaritas…
Una crisis, una oportunidad
Hacer de una crisis una oportunidad es un mérito que se atribuye quien lo consigue; o, al menos, es la aspiración de quien pretende sobrellevarla. De otro modo sería asumir una derrota anticipada cuando lo que hay que hacer es precisamente lo contrario, enfrentarla con voluntad y decisiones firmes.
Obviamente que toda crisis deja consecuencias y las cosas no serán las mismas después de ocurrida una. Una situación crítica genera desafíos que permiten templar el carácter y ponen a prueba a quienes tienen la responsabilidad de enseñar el camino de salida. Nos pasa en la vida personal, y le pasa a una Nación, cuando no, a un gobernante.
El gobierno nacional asumió hace tan solo un mes y ya tuvo que ponerse al frente de este barco oriental que navega en un mar embravecido por el que también surcan otros barcos, algunos de los cuales han marcado un rumbo a seguir. Ese es el handicap que nos permite competir con cierto grado de igualdad o emparejamiento en este concierto pandémico mundial y desigual, por cierto.
Es en estos tiempos donde se hace causa común sin importar otra cosa que salir airosos de la emergencia. No importan otros resultados que los que permitan sobrellevarla de la mejor manera posible y con los menores daños para nuestra gente.
Lo extraño es que no podamos hacer causa común en otros aspectos y tengamos que ser acorralados por una pandemia para que –a falta de otros caminos que serían suicidas colectivamente- tengamos este tipo de actitud gregaria imprescindible y necesaria.
Sería otra la realidad de nuestro pequeño país si pudiéramos convertir esta crisis en una oportunidad para gestar ese espíritu solidario y común que nos permita encarar otros aspectos con la misma unanimidad de ahora.
Está en nosotros y depende de nosotros mismos que así sea; el Uruguay ya no será el mismo cuando todo pase y esta experiencia sea una anécdota. Habremos cambiado costumbres y modismos tan caros a nuestra idiosincracia, pero –también- habremos construido una forma distinta de relacionarnos y convocarnos para hacer acuerdos.
Claro que también es justo reconocer que hay cosas que no necesitaron mayor esfuerzo y que fluyeron casi que naturalmente entre los orientales. Los mismos que priorizaron al otro antes que a sí mismos, por ello es que se multiplicaron de forma rápida y eficaz, las ollas populares que tanta solución dieron en otras emergencias.
Y si bien hay un desestímulo oficial para que no se multipliquen vectores de contagio, no es menor el dato que la organización de las mismas responde a criterios absolutamente compatibles con las medidas sanitarias dispuestas. Es decir que lejos de aceptar el desestímulo es hora de reforzar las que sean necesarias y darles las máximas garantías en su funcionamiento.
Las cosas en su justo punto y respetando las medidas de protección sanitaria dispuestas por la autoridad competente.
No es momento de cobrar al grito ni de poner obstáculos en la emergencia, es hora de poner el hombro y solidariamente dar respuesta a cada una de las necesidades de nuestra población.
Entramos en días claves para la evolución de la pandemia en nuestro territorio, de nosotros y solo de nosotros depende nuestro futuro inmediato. Como expresamos en anteriores columnas, la única vacuna –por el momento- es la solidaridad y a estar por la experiencia de países que sortearon exitosamente la epidemia, esa solidaridad lleva una mascarita que nos puede salvar la vida…
el hombre llevaba un tapaboca,
el perro ladraba al enmascarado…
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