La lluvia torrencial
nos recibió en tierras salvadoreñas y ello, junto al intenso,
sofocante y húmedo calor tropical, hizo de la recepción una
bofetada antes que una caricia.
Con una superficie de unos 20.742 km2 –
(gracias wikipedia!), concentra la mayor densidad de población de
América, al contar con más de 6 millones de habitantes, de los
cuales una buena porción residen fuera del país pero cotizan dentro
haciendo llegar generosas remesas a los familiares. Una economía
absolutamente dolarizada (es el dólar estadounidense su moneda
oficial), salvo por los puestos de venta callejeros (ausentes de las
avenidas pero presentes en buen número al adentrarnos en las calles
laterales), parecería hacer de esta ciudad capital una zona de libre
tránsito... pero no.
¿Dónde está la
gente?
La infraestructura
urbanística invita al miedo. Por doquier uno dirija la vista, los altos
muros, las rejas y los dispositivos de seguridad aleatorios (cercos
eléctricos y consertinas), pululan, generando esa sensación de estar
en un lugar donde quien ande a pie parece un sospechoso.
Las veredas no están
dispuestas para el tránsito peatonal sino todo lo contrario; son
espacios reservados para los “carros”, y es allí donde estos
“aparcan” sin dejar espacio – casi- para el involuntario
transeúnte de a pie que ostente estirar las piernas por las
empinadas calles bituminizadas de San Salvador.
Afectados por el
fenómeno de “las maras” y en plena campaña electoral, el tema
de la inseguridad no nos fue ajeno ni bien pisamos este suelo. Una
ardua y compleja tarea llevó adelante el actual gobierno del
Presidente Mauricio Funes, liderando un proceso de pacificación con
los colectivos sociales protagonistas de los episodios de violencia más
extrema (pandillas o maras). Esta tregua, llevó a que los índices
de homicidio bajaran notoriamente, algo que la oposición sospecha
fue más una negociación que una genuina y sincera paz social.
Sea cual fuere la
causa, es innegable que los resultados objetivos marcan una
disminución de los homicidios que -seguramente- deberán ratificarse
con el tiempo. En términos estadísticos solo el tiempo es el que
permite apreciar la verdadera dimensión de los problemas de
seguridad.
No obstante ello, la
impresión -confirmada por autoridades diplomáticas uruguayas- es
que El Salvador tiene poca vida social pública en razón de la
inseguridad y el miedo que se ha adueñado de la población. “A
las 7 y 30 se cena, y a las 22:00 ya se está durmiendo...” nos
relataba la embajadora uruguaya Cristina Figueroa, y ello merced a
que la sociedad no sale por temor a lo que le pueda suceder.
Lo que sobra es mucha
vida social privada, pequeñas reuniones donde el círculo de
amistades se concentra a pocas personas, privilegiando la seguridad
al disfrute. No hay actividades culturales públicas (un solo teatro,
y cines mayormente con producciones infantiles), dan la pauta de que
la sociedad de la capital, San Salvador, se resguarda a tiempo sin
dar chance a una delincuencia que encontró la forma de vulnerar la
apacible vida salvadoreña.
Un denominador común
son los guardias de seguridad, uno en cada comercio o entrada de
edificio. Equipados con handys y escopetas de caño recortado,
colaboran en esa imagen de terror y miedo que asalta (nunca mejor
empleado el término) al visitante.
Será por ese miedo
visible y latente que al adentrarme por una calle lateral -no
terminaba de encontrar nunca la paralela a la Avda. General Escalón
que me devolviera la orientación perdida- se fue perdiendo ese aire
de tranquila (y vigilada seguridad), al toparme con pequeños
senderos de comerciantes callejeros que se instalan al borde de los
pasajes vecinales donde se amontonan, también, viviendas muy
humildes. Para ser sincero, lo atravesé con recelo, pero sin padecer
la más mínima situación de peligro sino todo lo contrario. Todos
los que me crucé estaban ensimismados en sus tareas preparatorias
para los comensales que llegarían a saborear sus productos
artesanalmente elaborados.
Otra de las
particularísimas realidades que pude apreciar en mi primer día en
El Salvador, fue ver pequeñas bañaderas de transporte público (más
chicos que los ómnibus de transporte colectivo), que por un
“quarter” te trasladan por la ciudad. Lo particular de estos mini
buses no es su tamaño, sino contar con un personaje peculiar que los
identifica a todos por igual. Una especie de asistente que va colgado
del pescante, con la puerta abierta, y que invita a los pasajeros a
subirse así como ayuda a los que se bajan en cada parada. Una
especie de guarda que además de cobrar el boleto, organiza el pasaje y alienta a tomarse ese medio de transporte desde la propia calzada, demostrando un estado atlético envidiable ya que se lanzan con el coche en movimiento y lo abordan cuando ya arrancó, corriendo muchas veces a su lado mientras se termina de acomodar el último pasajero. Una tarea a destajo que es la razón principal de su actuación ya que cuanto más carguen, más ganan al final del día. Todos estos coches ("busetas"), cuentan con un personaje de estos
y el servicio es bastante o más frecuente que el transporte
colectivo de pasajeros que también existe.
Más inseguro me sentí al pisar un cruce peatonal (zebra) prolijamente pintado en cada esquina pero desprolijamente (no) respetado por la mayoría de los conductores salvadoreños. Al ómnibus que se me vino encima y me invitó a devolverme sobre mis pasos, le siguió otro "carro" que me llenó de insultos cuando este humilde rioplatense pensó que estaba a salvo en semejante espacio de inmunidad vial, manifiesta e impúdicamente no respetado por algunos salvadoreños (decir todos sería una injusticia).
Por la
Avda. General Escalón de San Salvador, vivimos esas experiencias de un país tropical que forja su destino entre consertinas, rejas, guardias armados con escopetas y altos muros de una ciudad que se cuida hasta de su sombra...
el hombre intentó cruzar,
el perro le ladró antes que lo atropellaran...
Buena pintura de el Salvador, identica a la realidad que se vive en Guatemala, con quien comparten costumbres y delitos. Desde la optica de policia uruguayo investigando en Guatemala, t puedo agregar que la exclusion social es lo q genera los grados tan altos d violencia, q llegan al punto de tener al sicariato como "ocupacion" normal entre menores d determinados circulos y el homicidio para robar un celular algo comun.
ResponderEliminarmuy bien, buen relato, mando un saludo a la gente de los servicios penitenciarios, interesante reforma llevan adelante. buena estadia.
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